Yolanda Díaz tuiteó: «Hoy me he reunido con el @Pontifex_es…» cuando, en realidad, lo que hizo fue más bien visitarle. Una visita de cortesía, correcta, discreta, educada y muy emocionante. Una visita de la que ya conocemos exactamente para qué no ha servido, que es lo que de verdad importa. No ha servido para avanzar en la laicidad del Estado ni para revisar el Concordato antediluviano que fija las relaciones entre la iglesia Católica y el Estado español. No ha servido para negociar la reducción de las subvenciones a centros privados religiosos, de cualquier religión pero mayoritariamente católicos. Ni para eliminar la simbología de los actos oficiales, celebraciones públicas y homenajes que impliquen financiación con dineros públicos. La visita tampoco ha servido para continuar con el proceso de devolución de los bienes inmatriculados indebidamente en la etapa de Aznar, ni para establecer la obligatoriedad de pagar impuestos, IBI incluido, en todos aquellos que no están dedicados al culto: viviendas, oficinas, empresas, garajes, fincas, etc… Como los de cualquier ciudadano que cumple con sus obligaciones, empezando por las de Hacienda. No ha servido, en fin, para que una ministra y vicepresidenta del Gobierno de España represente ante la Iglesia Católica y el Estado Vaticano el papel de ministra y vicepresidenta del Gobierno de España.
Es mucho más difícil conocer algo de la utilidad de la visita, más allá de que Yolanda Díaz se vistió y peinó con la ortodoxia adecuada para la ocasión, se comportó con educación exquisita, llevó consigo los versos de Rosalía y se fotografió aguantando estoicamente el frío en la plaza de San Pedro. ¿Fue allí a hablar con un Papa de los retos de la humanidad, de las consecuencias funestas de una pandemia o de que el trabajo ha de ser decente? Pues claro que no. ¿Fue en visita oficial o privada, organizada por el Gobierno o por sus amigos peronistas, a llevar recados del presidente Sánchez o a demostrarle a Sánchez que ella puede dialogar con un líder mundial? Pues nada de esto ha trascendido y tal vez no lo haga en el futuro.
El dato cierto es que Yolanda visitó a Francisco y ya tiene una foto más en su currículum y un sello más en su cartilla de peregrinación a La Moncloa. También se ganó las iras de todas las derechas aznaristas españolas, las cuasi extinguidas de Arrimadas, las cobardes de Casado y las de los machotes de Abascal. Que a ver por qué va a visitar una sindicalista comunista al Santo Padre, hombre ya, o es que también es rojo y comunista el señor Bergoglio. Su bendición, la de Yolanda, deben dársela más bien los discretos masones del Club Bilderberg, estarán pensando. Y es probable que acierten.