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“Yo también he abortado”

Si algo ha acompañado desde siempre al aborto es la culpa, la vergüenza; la pertenencia absoluta al ámbito privado. El silencio y el tabú siguen hoy siendo parte de una práctica médica que es, pese a ello, un derecho de las mujeres. Hace unos días, escuché uno de los episodios del podcast de Isabel Cadenas Cañón titulado De eso no se habla, dedicado a una historia fascinante que no conocía. Se trata de un suceso ocurrido en torno a 1976 del que apenas se sabe nada, que recibió el nombre de Las Once de Basauri y que fue una de las primeras grandes conquistas de las feministas cuando España comenzaba a caminar hacia la transición.

Según cuenta Cadenas, ya fallecido el dictador, algunas integrantes de la Asamblea de Mujeres de Vizcaya se hicieron eco de la historia de once jóvenes que varios años antes habían sido detenidas por, presuntamente, haber abortado. Resultó que una mujer fue acusada de practicar interrupciones de embarazos, lo que conllevó su detención. Durante la declaración, la practicante se vio obligada a delatar a otras mujeres: estas fueron las conocidas como las once de Basauri, un grupo de mujeres obreras, sin grandes recursos, que se vieron envueltas en una acusación que apelaba peligrosamente a su libertad y a su dignidad.

Pues bien, todas ellas fueron puestas en libertad a la espera de juicio y, en ese lapso, la Asamblea de Mujeres descubrió el caso. En ese momento, el movimiento feminista se organizó de una forma sin precedentes y empezaron a sucederse las concentraciones y las manifestaciones, actividad que congregó a todo tipo de personalidades: políticas, actrices y muchas mujeres clamaron por la amnistía de las encausadas. Tanto es así, que el juicio se suspendió hasta en tres ocasiones.

Una vez celebrado el juicio, todas ellas salieron absueltas. Sin embargo, la alegría duró poco porque la sentencia fue recurrida y perdieron el recurso ante el Tribunal Supremo, que las condenó. Así, tendrían que esperar a ser indultadas por el gobierno para cerrar definitivamente el caso, caso que puso patas arriba al país y que sirvió para que los políticos de la época se vieran presionados a iniciar el camino hacia la regulación de la interrupción voluntaria del embarazo.

Sin duda, se trata de una historia fascinante, aunque la parte que más me impresionó fue el relato del miedo que tuvo como consecuencia el silencio perpetuo. A lo largo de toda la historia, la identidad de las once tuvo que estar protegida y su anonimato solo fue roto por ellas mismas, es más, durante el transcurso de los hechos ni siquiera las feministas de la Asamblea de Mujeres de Vizcaya conocían sus nombres. Algunas de ellas, cuya identidad fue revelada, declararon que sentían miedo de su entorno; de su vecindario. Una de ellas llegó a contar que en la tienda habían sido interpeladas al grito de animales asesinos e incluso se veían abocadas a pedir que no se revelara que eran de Basauri. Tanto es así, que cuando la autora del podcast quiso ponerse en contacto con ellas, aún hoy, solo una respondió: la única que fue acusada claramente en falso.

Como decía al principio, el silencio es el arma más potente del patriarcado. El señalamiento moral asociado al hecho de abortar, incluso en pleno siglo XXI, se sigue usando como recurso para generar miedo en las mujeres. Actualmente, tenemos un ejemplo claro en los grupos que se organizan para acosar mujeres en las puertas de las clínicas que realizan estas intervenciones: los acosadores no buscan informar, ni ejercer ninguna libertad para reivindicar. Optan por la fórmula de asediar clínicas precisamente porque su objetivo es amedrentar y cohibir, quieren controlar a través del temor que infunden señalando. Estos grupos tratan de hacer uso del poder que incluso ahora puede ejercerse sobre las mujeres que deciden disponer de su cuerpo libremente: no son más que esa tendera que llamó animal asesino a una de las de Basauri en 1976. Las formas han evolucionado, pero el modus operandi no se ha extinguido.

Evidentemente, no existe ninguna libertad legítima que ampare estas actitudes persecutorias que, como comentaba, se desarrollan bajo la premisa de la represión que sigue acompañando a la libertad de las mujeres para ejercer el derecho al aborto. Es incompatible con el Estado de Derecho que pueda deteriorarse de este modo el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo bajo el pretexto de la libertad de reunión y manifestación porque, además, la libertad se define de forma perniciosa en este contexto: no es la reunión o la manifestación lo que se busca, sino el hostigamiento organizado aprovechando los mandatos del machismo que aún sufren las mujeres. Prueba de ello es que este acoso organizado y selectivo no sucede para el ejercicio de ningún otro derecho individual o colectivo ajeno a las mujeres.

Por eso, me parece que las feministas de la Asamblea de Vizcaya acertaron de lleno con una de las consignas principales de aquellas manifestaciones: yo también he abortado. Este grito se coreó al unísono en las manifestaciones por miles de mujeres que con sus voces sacaron del ámbito privado, del pudor, la práctica del aborto. El yo también he abortado significa decirle no al miedo, significa que no pueden señalarnos a todas; el yo también he abortado supone romper el silencio impuesto. El yo también he abortado proclama, en resumen, que el aborto es una libertad de todas las mujeres, lo ejerzan o no. Y tú, cuando has visto el título: ¿Qué esperabas leer en este artículo?

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