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«Yo Obispo»: la verdad de la derecha chilena

Cuando algunos conservadores intentan abrirse a un mundo que, como nunca, puede necesitarlos, aparecen voces como las del Obispo de San Bernardo para recordarnos cuan profundamente enclavadas en la violencia están los instintos culturales de los conservadores chilenos. El mundo se mueve rápido y es necesario encontrar apoyos estables desde los cuales continuar la travesía hacia la democratización y el progreso. Un deber ético urgente obliga a enfrentar los dichos de este Obispo, invitando a todos, pero en especial a la derecha que se quiere renovada, a asumir sus responsabilidades ante las ofensivas declaraciones de este hijo suyo elevado a dignidades episcopales.

Un documento del Obispo González de San Bernardo, publicado entre las cartas de El Mercurio, ayer 15 de marzo, resume la integridad de un conservadurismo que para la mayoría es inconsciente y que llama directamente a la represión de las mujeres y de los cambios sociales implicados en los desarrollos de la economía en los últimos decenios.

“Jesús, el Señor, nos habló por Pedro que es Francisco”. “Nos advirtió contra la más “artera” de las ideologías que hoy atacan al mundo y a la fe cristiana, la ideología de género que implica un cambio cultural completo…”. Las comillas responden a la transcripción literal y las negritas que destacan este fragmento -y dentro del fragmento el adjetivo artera-, pertenecen al autor Obispo. Artera es la reivindicación de la dignidad de la mujer y por añadidura, las de las minorías sexuales. Artera, sibilina y peligrosa para el mundo, es la figura que el Obispo convoca para el reencuentro de la identidad del Diablo y de la mujer.

La afirmación está situada a continuación de una referencia al aborto pero en un contexto más amplio en que relata…”él ve una gran orfandad en el mundo actual, una gran ausencia de la paternidad de Dios y de la paternidad humana y que nosotros debemos ser padres para el pueblo….”. Cuatro veces la paternidad en dos líneas de texto. Esta vez la transcripción ha sido intervenida por este comentarista para subrayar lo mismo que el obispo quiere remarcar con insistencia majadera. Según el Obispo, debemos defender la paternidad del hombre en todas las implicancias que han denunciado las mujeres y que nosotros, los varones, padres e hijos que serán padres, no hemos tenido la valentía de defender.

Hasta aquí no ha sido necesario interpretar nada. Solo hemos presentado los argumentos del Obispo extrayendo las conclusiones que él mismo quiere que saquemos. En adelante, seguiremos apegados a su texto, agregando alguna interpretación coherente con su relato pero que su prudencia le impide proclamar en voz alta.

No se puede pedir una declaración más autorizada del paternalismo y una insinuación más transparente de los alcances de la institución patriarcal que nosotros preferimos ignorar.  Desentenderse de las opiniones del Obispo González y mirar para el lado, es esconder la cabeza ante la aparición del inconsciente paternalista en el que estamos más o menos sumergidos todos. Desentenderse es negar los alcances violentistas de las relaciones sociales que el Obispo echa de menos. Es avalar la autorización a los abusos de todo tipo que puedan ser cometidos en nombre del padre, incluso en sus versiones burocráticas.

Conservadores y liberales chilenos saben convivir con el autoritarismo más tenebroso. Hasta ahora les ha acomodado. Desde que estas opiniones se han vuelto incompatibles con el mínimo respeto social, con la mínima verdad y con el funcionamiento real de la sociedad, nuestros conservadores de todo rango han intentado bajarle el perfil a la ideología señorial mientras envían a sus hijos a educarse en la misma fuente de la intolerancia y el autoritarismo.

La operación retórica que transfiere la autoridad desde Jesús a Juan Ignacio González es un recordatorio de que los mandatos del Obispo no son opinables. Lo que reclama para sí el Obispo es el derecho divino, amagado por el nuevo estatuto de la mujer, por la modernidad y por la libertad obligatoria de trabajar. El obispo usa el disgusto del aborto como vehículo para actualizar la obediencia de la mujer al padre y al marido. No es relevante para el Obispo que 70% de los hogares chilenos no tenga marido. No es relevante que las mujeres sean las que llevan todo el peso del hogar. En el mensaje que nos entrega el señor Obispo González los deberes de obediencia se extienden a todos los aspectos de la vida, incluida la sexualidad de la mujer. Ellas deben someterse a la procreación sin esperar satisfacción otra que la de cumplir con el mandato de obedecer y reproducirse.

La familia diseñada por el Obispo es tal, que la mujer, a falta de marido debe recurrir a un padre comunitario para impartir justicia entre sus hijos. La palabra pasa siempre de padre a padre, de hombre a hombre y en esta línea, la maternidad no es más que un instrumento del Padre.

Es verdad que el Obispo no hace más que reflejar la estructura señorial que la Iglesia todavía lleva puesta. A esa estructura que parece una abstracción y que se esconde detrás de las sonrisas acogedoras del padre-obispo; a ese titiritero automático en su carisma se debe que los Papas hayan sido tan blandos con los pedófilos. En los bajos fondos de la Iglesia, los lazos patriarcales, encubren los derechos de vida y muerte del padre sobre sus hijos. El derecho al abuso, físico y sexual, está presente en la esencia del paternalismo.

En este país no va a haber reconciliación posible mientras la gente de derecha no rompa los lazos que mantiene con estos inquisidores y con su tendencia íntima al abuso de poder.

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