En el valle de Sinjar la electricidad y la comida son bienes de lujo. Desde que el pasado mes de junio los insurgentes del Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés) se hiciesen con el control de buena parte del noroeste iraquí las pequeñas aldeas que rodean el valle de Sinjar, en la frontera con Siria, se han convertido en una cárcel el aire libre: apenas hay suministro eléctrico y la comida, el agua potable y el combustible escasean. Los yazidíes, una minoría étnico-religiosa que habita mayoritariamente en esta región, se han convertido junto con los cristianos en objetivo prioritario de los radicales extremistas. “La frontera de Sinjar está actualmente bajo control de los terroristas, lo cual incluye al IS, baazistas y radicales salafistas. Estos grupos consideran infiel a cualquiera que no profese el Islam y están permitiendo el derramamiento de sangre”, alerta el presidente de la Organización Yazidí de Derechos Humanos, Mirza Ismail.
Hoy en Sinjar es difícil encontrar un médico. La mayoría han huido en mitad del éxodo masivo que muchas familias yazidíes iniciaron en 2007, después de que radicales suníes sembrasen el pánico. La inseguridad en la zona complica la entrega de mercancías por lo que medicinas y productos de primera necesidad son también difíciles de encontrar. El precio de los alimentos básicos se ha multiplicado y muchos de los habitantes del valle no pueden permitírselos. “Hay miles de familias inocentes que son afortunadas si pueden llevarse a la boca dos comidas al día”, repite Ismail. El colapso de las fuerzas militares y de seguridad, las cuales daban empleo a cientos de hombres en la región, ha empeorado la situación económica de la comunidad yazidí. Los que no han logrado huir se ven hoy abocados a la miseria: “Los yazidíes de Sinjar están hoy en alerta máxima. Están viviendo en una cárcel abierta, sin ningún tipo de justicia. Faltan armas para defenderse, falta comida, agua potable, medicinas, médicos y hospitales”, insiste Ismail.
Dos checkpoints flanquean el acceso a Lalish. Un par de sonrientes militares kurdos (Peshmerga) controlan la entrada a esta ciudad santa que cuenta con el único templo yazidí del mundo, coronado por tres cúpulas cónicas. Los visitantes deben dejar los zapatos allí. El suelo es sagrado para esta comunidad y debe ser pisado sin barreras que eviten el nexo con Dios. Tres adultos se aproximan para hablar sobre su religión, considerada hereje por su culto a Satán. Varias horas sirven para entender la difícil situación de una minoría que no es ni kurda ni árabe en un país dominado por ambas etnias. “Somos yazidíes”, recalca Rso Alí. En su sonrisa no hay rastro de resentimiento a pesar de los meses de hostigamiento a los que la comunidad yazidí de Sinjar, la más numerosa de Irak, lleva expuesta.
Proceso de kurdificación
En los últimos años, a la amenaza de los radicales se ha unido la presión de la mayoría kurda para consolidar su dominio sobre la provincia de Nínive. Desde 2007, muchas localidades yazidíes están bajo el control de los militares kurdos, lo que no ha evitado el hostigamiento por parte de los radicales. Tras el levantamiento del IS el pasado mes de junio las milicias kurdas han logrado proteger su región autónoma en el norte, pero no han hecho lo mismo con los territorios yazidíes de Sinjar. “El KRG está combatiendo al IS, pero éste no responde directamente al KRG sino que lo hacen disparando misiles mortales contra civiles yazidíes en el sur de Sinjar”, asegura Ismail.
Dentro del templo de Lalish nadie quiere hablar abiertamente de la “kurdificación” por el temor a represalias. En cambio, el silencio no ha calado entre los yazidíes de la diáspora, repartidos por Siria, Turquía, Suecia, Alemania y Estados Unidos. Mirza Ismail dice lo que en Lalish muchos piensan: “Antes, Irak tenía un solo dictador, Sadam Husein, pero ahora Irak tiene muchos dictadores, los responsables del KRG en particular”. A pesar de que la Constitución iraquí autoriza a todos los grupos culturales a aprender su propia lengua, los yazidíes no pueden estudiar su idioma, una variedad del kurmanji. “El KRG está obligando a los estudiantes yazidíes a aprender kurdo en las escuelas en la mayoría de ciudades yazidíes”, resalta Ismail.
Lo que muchos yazidíes de Lalish no niegan es que echan de menos los tiempos de Sadam Husein. Entonces eran considerados árabes y no kurdos, por lo que muchos fueron utilizados en la política de arabización impuesta por el partido Baaz para inclinar a su favor la balanza demográfica en las ciudades del norte de Irak. Muchos yazidíes se negaron entonces a esta arabización y se unieron al movimiento kurdo, una realidad que vuelve a repetirse ahora en sentido inverso. “La situación de los yazidíes ha empeorado de forma radical después de la invasión americana. Cuando Estados Unidos y Reino Unido decidieron sacar a Sadam Husein del poder iraquí, los yazidíes tenían la gran esperanza de que la comunidad obtendría su igualdad de derechos y libertades en el nuevo democrático Irak, pero desafortunadamente esa esperanza no se ha materializado”, lamenta Ismail. Durante el régimen de Sadam Husein los yazidíes no eran “insultados y discriminados”, insiste. Los musulmanes suníes, ya sean “kurdos, árabes o turcomanos, son los que están atacando a los yazidíes”. “Un 90% de los suníes no tiene respeto por los yazidíes, sólo el 10% respeta su religión y cultura, pero este 10% ha vivido con los yazidíes durante más de 100 años”, concluye.
Las organizaciones de derechos humanos han reclamado la intervención de la comunidad internacional para frenar la ofensiva contra las minorías en Irak. Los yazidíes anhelan la llegada de las fuerzas de paz y la ayuda humanitaria. Después vendrá el momento de hablar sobre el futuro. Los yazidíes, asegura Ismail, “estamos con la idea de un Irak federal”, aunque desconfían de que los grupos mayoritarios, chiíes, suníes y kurdos, sean capaces de administrar un Estado unido y en paz. Por ello, proponen la creación de una administración independiente, similar a la que rigen los kurdos en el norte, en la provincia de Nínive que aglutinaría a yazidíes y asirios.
¿Quiénes son los yazidíes?
Los yazidíes son una doble minoría en Irak: no son árabes y, a diferencia de los kurdos -que hasta su islamización obligatoria practicaban el credo yazidí-, tampoco musulmanes. Sus creencias, que se remontan 2000 años a. C, combinan elementos zoroastros persas, cultos cristianos, musulmanes y paganos con influencias sufíes. “La gente conoce a Dios a través de la naturaleza, el sol, la luna, las estrellas”, explica el profesor y periodista Suleiman Luqman mientras traduce observaciones de sus compañeros. Los yazidíes se consideran distintos del resto de la humanidad: descendientes de Adán pero no de Eva. Por eso, nadie puede convertirse en yazidí y el matrimonio fuera de la comunidad está prohibido. En 2007, la lapidación de una joven yazidí que pretendía huir con un musulmán puso el foco mediático sobre esta minoría, la cual siempre ha negado la influencia religiosa en aquel acto y ha restringido lo ocurrido al ámbito familiar.
La sociedad yazidí está fuertemente jerarquizada. Existen tres castas, Shaij, Pirs y Merids, cuyos miembros sólo pueden casarse entre ellos. La soltería no está bien vista en una comunidad que basa su supervivencia en la procreación como arma frente a la opresión -las familias deben tener al menos siete hijos-. Los Faqirs, vestidos siempre con ropas blancas y luciendo barba, son el enlace de Dios con la comunidad. “Su labor es estar siempre en contacto con Dios”, señala Luqmen. En la punta de esta hermética pirámide social se encuentra el Príncipe (Mir) de Sheikhan. Entre las curiosidades de esta religión destaca que no pueden comer lechuga -al entender que está envenenada- ni pronunciar la palabra Satanás (Shaitan, en árabe) ni las que comiencen con este sonido ‘sh’. A diferencia de los musulmanes beber alcohol no es pecado y fumar también está permitido.
Su credo se basa en la figura de Melek Taus, al que los yazidíes veneran como el primero de los arcángeles. Representado por la figura de un pavo real o una serpiente, Melek Taus es el primer ser creado por Dios, de su propia iluminación, y a diferencia del relato de las principales religiones monoteístas, los yazidíes creen que fue perdonado por Dios cuando no se inclinó ante Adán. Sus lágrimas apagaron para siempre las llamas del infierno y desde entonces las almas perdidas vagan hasta encontrar su camino. Tras redimirse ante Dios, Melek Taus fue enviado como su representante a la Tierra, a donde desciende cada primer miércoles del Nisán (marzo-abril, según el calendario yazidí), fecha en la que los yazidíes celebran el Año Nuevo – y que coincide con el Newroz de los mazdeítas-, uno de los días sagrados para esta minoría junto a las celebraciones de verano e invierno y el festival de la asamblea de otoño.
Los yazidíes, tal y como explica en su libro Kurdistán: Viaje al país prohibido el periodista español Manuel Martorell, están relacionados con el mazdeísmo, una corriente basada en las enseñanzas del profeta iraní Zaratustra en las que el bien y el mal no se contraponen sino que se complementan. La creencia en el fuego como elemento sagrado por representar la divinidad solar en La Tierra y en el agua como símbolo de limpieza de pensamiento y equilibro son también herencias del credo mazdeísta. Los grabados en Lalish del sol y la luna juntos así lo atestiguan.
La tierra es sagrada para esta comunidad. Por eso sólo se puede acceder descalzo al templo y por esa misma razón miran con recelo la explotación petrolífera que rodea su suelo. Al santuario de Lalish, La Meca de los yazidíes, deben acudir al menos una vez en la vida. La entrada, cuyo escalón no se puede pisar, está flanqueada por la imagen de una serpiente negra esculpida en la pared que representa a Melek Taus. Existen varias historias acerca del significado yazidí sobre la serpiente. Algunos, explica Luqman, aseguran que la serpiente fue utilizada para taponar el agua que entraba en el barco de Noé. Otros estudios dicen que Dios encargó a la serpiente engendrar a la humanidad y por eso habló con Adán y Eva y les ofreció la manzana del pecado que dio inicio a la humanidad. En el interior del templo se encuentra la tumba de sheij Adî, fundador de esta religión, en cuyo honor los yazidíes que se adentran en los muros sagrados dan varias vueltas a su sarcófago recitando versículos sagrados.
Centenares de pañuelos de todos los colores -excepto azul, un tono odiado por los yazidíes por ser el estandarte de los “mayusis”, el pueblo asiático que los oprimió durante la época de Zaratustra- cuelgan de los pilares del templo. En cada plegaria, los yazidíes anudan un deseo para después liberarlo deshaciendo el nudo. El olor a aceite que inunda todo el templo se destapa antes del alba, cuando el encargado del templo inicia su peregrinaje diario para encender las 365 mechas por la empinada ciudad-santuario de Lalish. Así es como, día tras día, a excepción del Año Nuevo, cuando el fuego ilumina la noche, los yazidíes despiden al sol, cuya importancia enlaza con muchas de las religiones anteriores a Jesucristo.
Cuatro yazidíes, en la entrada del templo sagrado de Lalish. MIGUEL FERNÁNDEZ-PABLO L. OROSA
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