Se realizó un coloquio sobre la temática en el que se sostuvo que “la laicidad no tiene que ver con la prohibición de hablar o tomar posición”
Los debates sobre la laicidad en el sistema educativo uruguayo tomaron un mayor lugar en la agenda en los últimos años, pero está lejos de ser un tema nuevo en el país y en el mundo. Así se expresó en el primer Coloquio Internacional de Laicidad Comparada que se realizó la semana pasada en formato virtual, en el que participaron especialistas en la temática de distintos países como Argentina, Brasil, Estados Unidos, Francia, Japón y México, además de Uruguay. Como quedó claro de las distintas disertaciones, en cada uno de los países el concepto tiene una tradición que está marcada por distintos sucesos históricos y políticos.
Una de las expositoras fue Andrea Díaz, coordinadora de la Red Temática de Laicidad de la Universidad de la República, institución que organizó el coloquio junto a un proyecto de la Mesa Permanente de la Asamblea Técnico Docente del Consejo de Formación en Educación. Según planteó la académica, si bien a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX el concepto en Uruguay tuvo un enfoque más vinculado a lo religioso, en las últimas décadas ha virado hacia lo político.
Díaz detalló que esa es una particularidad del país, ya que no ocurre lo mismo en otras partes del mundo. Al respecto, en el encuentro se habló de la laicidad en Japón, muy vinculada a la memoria de lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial, o en Francia, donde si bien el concepto tiene un desarrollo teórico de larga data, en los últimos tiempos se ha relacionado con la creciente presencia del islam en esa sociedad.
La docente grado 5 de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación dijo que actualmente el gobierno uruguayo asocia la laicidad “con el antiproselitismo”, una postura que coincide con acciones planteadas por los gobiernos de Mauricio Macri en Argentina y de Jair Boslonaro en Brasil. Según explicó, estas nociones tienen en común “la idea de que el docente debe ser neutro ideológicamente”. Díaz se mostró contraria a esa idea y planteó que si bien “la laicidad no es bajar línea, una de las mejores formas de bajar línea es decir que el docente puede ser neutro”.
La académica leyó la normativa que habla de la prohibición de que los docentes uruguayos hagan proselitismo y acudió a la definición que plantea el diccionario de Joan Corominas sobre ese término. Según dijo, se trata de “actos y discursos encaminados a hacer prosélitos”, a los que definió como los “partidarios ganados para una doctrina”. En suma, afirmó que es necesario distinguir lo político partidario de lo político a secas, ya que a veces se toman como sinónimos.
Al respecto, Díaz aclaró que en esta noción no se incluye el derecho a “tomar posición política a través de un gremio o sindicato, tampoco la toma de posición del docente o de los estudiantes frente a un hecho del mundo o de la política que los afecta”, ya que “eso es educación ciudadana”. En adición, sostuvo que es necesario “diferenciar [el hecho de] expresar un punto de vista o una posición de buscar adeptos a esa posición”. En ese sentido, lo comparó con una situación análoga vinculada a la laicidad religiosa y dijo que no es lo mismo que un docente lleve una cadenita con una cruz a que se proponga que los estudiantes se conviertan al cristianismo.
La coordinadora de la Red de Laicidad planteó que si alguno de estos aspectos no quedan claros en la normativa vigente para el desempeño docente, “se deberían generar normas o reglamentos que expresen o aclaren tal diferencia”. Por ejemplo, señaló la necesidad de evitar que las normativas internas de la Administración Nacional de Educación Pública vayan en contra de “derechos tales como la asociación gremial, la libertad sindical y el derecho a libertad de expresión y pensamiento”. “No podemos apoyar una laicidad que vaya contra los derechos humanos, ahí debería haber un límite”, resumió.
Además, Díaz sostuvo que “el problema con la laicidad deriva de la diferente posición entre profesores y alumnos” y, en particular, de “la jerarquía y el poder de unos con respecto a los otros”. Por su parte, planteó que “la función educativa tiene como fin generar autonomía y no imponer una visión de mundo”, pero “la laicidad no tiene que ver con la prohibición de hablar o tomar posición”. Por el contrario, dijo que se debe apelar a “presentar, escuchar y defender las diversas posiciones de una manera fundada”, para lo que es necesario que los que piensan diferente se puedan expresar.
Religión y política
Según Díaz, la laicidad debe seguir los principios de igualdad de trato para todos los ciudadanos, de forma que no haya “ciudadanos de clase A y de clase B”; y la “libertad de conciencia para optar por un modo de vida”. En ese sentido, planteó que para lograrlo el Estado tiene que ser neutral “respecto de las creencias” y que debe existir una separación de la iglesia. Si bien esto último ya se logró en Uruguay hace más de un siglo, la especialista dijo que muchas veces esa noción hace que las manifestaciones religiosas estén mal vistas en la esfera pública, ya que quedaron relegadas al ámbito privado.
Algo similar ocurre con la laicidad en el plano político y, según sostuvo, eso tiene que ver con la creencia de que “la laicidad es única”, algo que relacionó con “falta de conocimiento del problema”. “No hay una única idea de laicidad, en Uruguay tampoco, ni nadie que sea dueño de la idea de laicidad; yo tampoco, esta es mi posición y la estoy argumentando. Es un concepto en disputa que responde a diversas familias ideológicas”, indicó.
En suma, sostuvo que si bien la libertad es importante para que exista laicidad, esta no sólo puede ser entendida como la no injerencia por parte del Estado. En ese sentido, dijo que “la libertad también es afirmativa, es habilitante” y debe permitir “ser y hacer”. Por lo tanto, “la libertad también es la búsqueda de un mundo sin dominación”, aseguró. Más allá de la necesidad de neutralidad del Estado, Díaz sostuvo que “los individuos que lo representan no son neutros ni pueden serlo”, ya que “no dejan de tener creencias particulares”, “concepciones del mundo” o “compromisos políticos o religiosos” a partir de su libertad de conciencia, también cuando son empleados públicos, docentes o maestros”.
Sobre los profesionales de la educación, Díaz señaló que son representantes del Estado pero también “individuos de carne y hueso que tienen una función influyente”. “Si uno educa bien, influye. Educar es influir”, resumió y diferenció esto de “una educación ideologizada y dominada por los dictámenes y necesidades de las organizaciones internacionales en base al neoliberalismo”, en la que incluyó a la actual reforma curricular por competencias, que tiene “esa base ideológica”, aunque “se presenta como neutral”.
Agregó que “lo más honesto intelectualmente y lo más educativo es declarar la no neutralidad del maestro y el profesor, pero sin perder la actitud laica, como decía [la educadora] Reina Reyes”. En ese sentido, señaló que el docente debería explicitar cuál es su posición, pero reconocer que hay “otras igualmente válidas” y hacerlo sin imponer sus ideas. “Dar lugar al diálogo, a la expresión de pensamiento, a la disputa de las diferentes formas de ver el mundo”, amplió. Por su parte, la académica sostuvo que la libertad de cátedra es imprescindible para que exista la laicidad y que esta “no puede ser un medio para la caza de brujas”, ya que sólo puede desarrollarse “en un ambiente de confianza”.
Apropiación
En su disertación Federico Alves, profesor uruguayo en la Universidad Estadual de Paraná y doctor en Historia, fundamentó por qué puede decirse que sectores “conservadores” se han apropiado del término “laicidad” en Uruguay. Planteó que ese fenómeno tiene sus orígenes a mediados de la década de 1960, en el contexto internacional de la Guerra Fría.
En particular, señaló que en esos años los debates públicos sobre el tema se centraban en la violación de la laicidad y estableció un paralelismo con lo que ocurre en la actualidad. En ese sentido, dijo que el concepto se transformó en un “cliché” vacío de contenido, que es “muy eficiente para cerrar debates y para acusar a adversarios”. “Parece que cuando no me gusta algo, nada mejor que decir que ese algo viola la laicidad”, ironizó.
Alves señaló que dicho vaciamiento se ve en “cierta unanimidad en defensa de lo laico”, que en realidad “esconde diferentes disputas sobre cuáles son sus sentidos”. Al respecto, agregó que “parece que en Uruguay todos somos laicos y defendemos la laicidad”, pero en realidad eso “indica que todos le damos sentidos diferentes”.
Sobre el momento histórico en que el concepto comenzó a ser apropiado por sectores “conservadores”, dijo que a inicios de la década de 1960 se veían “los primeros coletazos de la doctrina de la seguridad nacional”. Dijo que en ese contexto la laicidad comenzó a ser identificada “con las tradiciones nacionales, con la esencia sagrada nacional, ya no como un concepto instituyente sino instituido, que tiende a conservar, apagando todo el fuego que el concepto traía al inicio del siglo XX con el batllismo, y a finales del siglo XIX”, sostuvo.
El docente mostró que, a mitad de los años 60, “el concepto [de laicidad] pasó a ser usado como parte de las supuestas tradiciones nacionales que debían combatir el ataque marxista”. Por lo tanto, a partir de ese momento se abandonaron “los debates más típicos del proceso secularizador”, vinculados a la relación entre Estado e iglesia, y “entró en la arena de debates políticos y sobre el papel de la docencia en el contexto de la Guerra Fría”. Según explicó, esa noción se extendió durante toda la dictadura y “perdura hasta hoy”.
Alves señaló que en esos años los conceptos de laicidad y neutralidad se asociaron al antimarxismo, porque se vinculaba a esa ideología política con los dogmas. De todas formas, dijo que en aquel tiempo los sectores conservadores consideraban marxistas a todos los actores que realizaran críticas al gobierno o al sistema social.
En suma, siguiendo un artículo de Carlos Morigan en la revista La educación del pueblo, sostuvo que esta visión se complementa “con una propuesta de neutralidad tecnicista que invalida desde el gobierno la discusión sobre la realidad”. En particular, le deja lugar a la escuela para lo que es “absolutamente cierto” y “no discutido por nadie”, lo que desconoce “la renovación permanente, lo aproximativo y las certidumbres relativas por las que avanza la ciencia”. Según completó, “esta visión de la laicidad transforma a los docentes en minoristas de la cultura”, e impone un tercer elemento “de la supuesta neutralidad: que lo laico es lo que responde a las obligaciones burocráticas”. En ese sentido, explicó que desde “la visión conservadora” el profesor debe remitirse a aplicar lineamientos que vienen de “arriba”.