El genocidio en Gaza y Cisjordania no es solo producto de una política de los dirigentes neofascistas y ultrarreligiosos extremistas de Israel. En primer lugar, porque este gobierno ha sido elegido por la población israelí que ha mantenido en el poder al jefe del partido de derecha radical Likud, Netanyahu, con tres investigaciones por corrupción abiertas contra él, quien gobierna con otros partidos ultraderechistas (Poder Judío, Sionismo Religioso y Noam), fundamentalistas y radicales, cuyos líderes se enorgullecen públicamente de ser supremacistas y racistas.
En segundo lugar, porque solo una minoría insignificante de esa población israelí se ha mostrado abiertamente contraria al plan colonial de saqueo, expulsión y erradicación sistemática de la población palestina de sus territorios que ha practicado el régimen israelí, gobernara quien gobernase, en los últimos 75 años.
En tercer lugar, porque este era un plan que ya estaba diseñado desde hace años, como lo muestran las declaraciones del propio Netanyahu en entrevista off the record en 2001 en la que expresa sus planes respecto de Gaza: «Lo principal es, ante todo, golpearles, no una sino varias veces, tan dolorosamente que el precio que paguen sea insoportable. Hasta ahora, el precio no es insoportable. [Me refiero a] un ataque a gran escala contra la Autoridad Palestina, haciéndoles temer que todo esté a punto de colapsar».
Y, en cuarto lugar, porque es la hoja de ruta del sionismo, apoyado especialmente por Estados Unidos, que pretende apropiarse de Palestina, dado que, según esta doctrina, es la tierra elegida por su dios para los judíos, y expulsar a toda la población palestina, como así lo han expresado claramente los propios ministros del régimen sionista Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, que plantean la «solución Final» en Gaza exigiendo el reasentamiento de los palestinos fuera de Gaza. Estas declaraciones, que son anteriores al 7 de octubre, reafirman lo que cotidianamente hace el sionismo en territorio palestino: robar, desplazar y exterminar a la población originaria para acabar «matando a los palestinos y tomar el territorio», como explica Nurit Peled.
Por eso, aún más significativo que todas estas razones es el modelo de educación que se viene diseñando en Israel desde hace décadas, tal y como ha demostrado Nurit Peled, académica israelí e investigadora del racismo en el sistema educativo israelí: «En Israel hay una cultura racista que deshumaniza a los palestinos«.
Peled es internacionalmente reconocida por sus investigaciones sobre la presencia del racismo y la propaganda en los libros de texto y el sistema educativo israelí. Lo explica en sus investigaciones, donde analiza cómo la educación israelí es muy traumatizante y agresiva desde los tres años, para que los niños y las niñas vivan el trauma del Holocausto y crean que hay otro holocausto a la vuelta de la esquina que van a perpetrar los árabes en vez de los alemanes. Los libros escolares realmente enfatizan esto todo el tiempo. Así se crea un nacionalismo que desemboca con mucha gente adolescente dispuesta a matar a cualquier palestino de cualquier edad, porque creen que son los nuevos nazis que les van a exterminar. Llegan a creer que todo el que no es judío es un nazi en potencia, explica esta profesora e investigadora judía.
«Hay un lavado de cerebro en la sociedad, a través de la educación y la propaganda. No hay mucha gente que sepa algo de lo que pasa en los territorios ocupados, tampoco les interesa», afirma en la entrevista que le hace la periodista Olga Rodríguez. Parece recrear la película La zona de interés, donde el comandante de Auschwitz Rudolf Höss y su esposa se esfuerzan en construir una vida de ensueño para su familia en una casa con jardín cerca del campo de concentración en el que se exterminan miles de vidas humanas. Concluye Peled en la entrevista que el gobierno israelí «es un Gobierno de criminales, fundamentalistas y racistas. Y no veo a nadie expulsándolos» porque los políticos de la oposición hablan el mismo lenguaje.
Esta sociedad … enferma por el fanatismo religioso y el neofascismo sionista, ha sido educada en este modelo fanático, nacionalfascista y ultrarreligioso desde la escuela y mediante la socialización educativa a través de la propaganda sistemática. Por eso no es de extrañar que mientras vemos cómo niños y niñas palestinos son quemados vivos y despedazados por bombas de fósforo blanco del ejército israelí, prohibidas por las convenciones internacionales, colonos sionistas montan fiestas con sus hijos e hijas en la frontera de Gaza donde bailan armados con fusiles de asalto. Es como si en la puerta de los campos de concentración de Auschwitz los nazis alemanes hubieran montado fiestas burlándose de los prisioneros que iban a ser exterminados.
Simultáneamente, otros colonos sionistas atacan y queman camiones de ayuda humanitaria que se dirigen a la Franja de Gaza, destruyendo los alimentos y las medicinas e impidiendo así la llegada de asistencia humanitaria que envían organismos internacionales humanitarios a palestinos que mueren de hambre por la destrucción que hace el ejército sionista. Saben que no solo los niños y niñas mueren de hambre, sino que la falta de asistencia sanitaria acaba también con la vida de muchas personas adultas heridas. La desnutrición aguda ya afecta al 31% de los niños y niñas del norte de la Franja de Gaza. «Esta educación explica que haya tanta gente que dice ‘matémoslos a todos’, porque le tienen miedo a cualquiera, a todos», afirma la experta Nurit Peled.
Por eso ya no es ni siquiera noticia ni provoca escándalo que el propio Tribunal Internacional de Justicia de la ONU en La Haya se declare que «la incitación al genocidio emana del más alto nivel» del gobierno israelí. Se ha normalizado que ministros y diputados israelíes efectúen declaraciones deshumanizadoras o en defensa, directa o indirectamente, del asesinato de civiles palestinos. La «incitación al genocidio» con declaraciones que abogan por «borrar Gaza de la faz de la tierra» se hacen con total impunidad. De hecho, el ministro de Patrimonio de Israel, Amichai Eliyahu, ha reiterado su llamamiento a atacar la Franja de Gaza con una bomba nuclear y se ha jactado de que «incluso en La Haya conocen mi posición». Estas declaraciones de ministros y políticos israelís no tienen nada que envidiar a la de los jerarcas nazis del III Reich.
Desde el ámbito ultrarreligioso se opera de forma similar. El rabino sionista Meir Mazuz, al igual que los nazis hacían con los judíos, deshumaniza a los palestinos y dice que son «animales» a los que no hay que ayudar: «si estuviéramos tratando con humanos, enviaríamos ayuda humanitaria a Gaza, pero aquí estamos tratando con animales», declara. Estas mismas palabras las repite delante de las cámaras de televisión un soldado israelí: «Son animales, puedes grabarlos como en el Discovery Channel. Toda Ramallah (Cisjordania) es una jungla, hay monos, perros, gorilas… pero están encerrados y no pueden salir. Los palestinos son animales, nosotros somos humanos». Las consecuencias pueden verse en los vídeos grabados del asesinato a sangre fría de Atta Mukbil, anciano y mudo, por un soldado felicitado efusivamente por sus compañeros mientras se jactaba de haberle «pegado cuatro tiros».
Se han difundido innumerables vídeos en las redes sociales donde se ve cómo los jovencísimos chicos y chicas que integran las fuerzas armadas israelíes celebran el asesinato de niños y niñas. Riéndose de las masacres. Vídeos de israelíes diciendo que los palestinos son animales. A su vez, se han difundido fotos donde niños y niñas israelíes ya en 2006 escribían sus nombres en bombas que iban destinadas a matar a otros niños y niñas en Gaza. Al igual que recientemente Nikki Haley, política estadounidense del Partido Republicano y sionista, hacía lo mismo firmando bombas contra Gaza.
¿Qué sociedad se ha creado bajo el estado sionista de Israel, en aras de una creencia religiosa o con la excusa de esa creencia? El problema de fondo es que los niños y niñas israelíes desde la escuela están escuchando que los palestinos son animales y que ninguno es inocente. De hecho, Israel puede matar a cualquier palestino y llamarlo terrorista o escudo humano para justificar su asesinato. Esto es lo que el llamado «pueblo elegido de Israel» hace a los niños y niñas de Gaza, a personas adultas y ancianas, con las bombas que el llamado «país de la libertad» de EEUU les envía.
«Dios creó a Israel y él le dio la tierra palestina a los judíos hace 3.000 años por mandamiento divino. Dios dice que podemos robar este territorio porque él lo eligió. Decir que Cisjordania es un territorio ocupado es antisemitismo». El rabino sionista Aryeh L. Heintz dice que se les permite robar tierras por «mandamiento divino» y que cualquiera que lo niegue es un antisemita.
Lo mismo que afirma Daniella Weiss, líder sionista del movimiento de asentamientos colonos, quien confiesa abiertamente que «la promesa de dios a los judíos es el Israel bíblico, que tiene 3.000 kilómetros de territorio… es una parte del universo elegido por dios para los judíos. Yo me dedico a lavarles el cerebro a jóvenes de 16 años… Puede llamarlo limpieza, apartheid. Yo elijo la forma de proteger el Estado de Israel».
Esta es la misma fe de John Hagee, líder sionista de la organización «Cristianos Unidos por Israel», hablando del proyecto Gran Israel, un proyecto imperialista al estilo del espacio vital de la Alemania nazi, que invadirá y ocupará una gran parte de Oriente Medio: «Dios prometió al pueblo judío estas tierras, todo Israel, la mitad de Egipto, el Líbano, Siria, Jordania, Kuwait y tres cuartas partes de Arabia Saudi». Este fanático sionista dirige una organización con 10 millones de miembros en Estados Unidos, es decir, diez millones de votantes activos, y está entre los sionistas que influyen en la política exterior estadounidense, por ejemplo, es quien aconsejó a Trump reconocer Jerusalén como capital del apartheid y quien lo animó a trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén.
¿Qué cabe esperar de una sociedad así, enferma mental, cultural, ideológica y socialmente? Fanatizada hasta el extremo de impulsar y mantener toda la barbarie que están cometiendo en este nuevo holocausto durante meses y meses con total impunidad, desviando incluso los recursos sociales, de educación y sanidad, a la masacre militar. ¿Qué cabe esperar de una sociedad internacional cuyos representantes asisten con impasibilidad a este nuevo holocausto, retransmitido en directo por las propias víctimas? ¿Qué cabe esperar de la autodenominada comunidad internacional que no solo no ha impedido el genocidio de nada para parar tal atrocidad, sino que, por el contrario, financia y colabora en ello y reprime brutalmente cualquier manifestación de solidaridad con el pueblo palestino masacrado?
Por eso, la solución no puede venir desde Israel, el país ocupante. Tiene que ser una solución establecida y garantizada militar y diplomáticamente por el único organismo internacional con capacidad para ello, la ONU. Eliminando, claro está, de una vez la posibilidad de veto que tienen unos cuantos miembros. Una solución que pasa, como reclama el colectivo de profesorado universitario Uni-Digna, por la interposición de una fuerza internacional que obligue al régimen israelí a aceptar:
- Poner fin inmediato a la violencia de la ocupación, apartheid y colonización de Palestina que lleva realizando durante 75 años, pues la violencia no comienza el día 7 de octubre de 2023.
- La apertura de unos nuevos «juicios de Núremberg» para sancionar las responsabilidades de todos los dirigentes, funcionarios, militares y colaboradores en los diferentes crímenes y abusos contra la humanidad cometidos durante toda la ocupación y apartheid palestino y en este genocidio.
- La restauración de todo lo destruido y la recuperación y reparación de todo lo expoliado en estos años, a cargo de la parte israelí causante de los daños.
- La creación de un Estado único laico y democrático en el territorio palestino donde puedan convivir personas de diferencias creencias, ideologías y religiones sin ningún tipo de discriminación.
- Comprometiéndose, igualmente, la comunidad internacional a establecer la prestación de asistencia económica y psicológica a la población palestina y la creación de un fondo especial de ayudas inmediatas y a largo plazo.
- Un proceso de educación en la convivencia en igualdad y el respeto mutuo con otros seres humanos de la población israelí, y simultáneamente de deseducación y desaprendizaje sistemático respecto al sionismo imperante a través de un cambio radical de su sistema educativo y de su socialización en la propaganda sionista.
Cualquier otra solución no será más que un atroz alargamiento del colonialismo sionista y del plan de exterminio de la población palestina que viene poniendo en práctica una sociedad israelí radicalmente enferma.
Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León. escritor y miembro del Grupo de Pensamiento Laico