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Una religión no se define por su moral

Los creyentes, necesitando esa conexión para su moral, tenderán a atribuir a los no creyentes una inmoralidad, pues creen que también los no creyentes la necesitan para ser morales.

Una de las maneras de defender el papel de la religión más socorridas en los tiempos que vivimos es señalar el papel moral de los preceptos religiosos e intentar no airear demasiado (por lo menos, no fuera de casa y ante el resto de la humanidad) las demás afirmaciones y preceptos que la religión contiene.

Sin embargo, sin esos otros preceptos, la religión no sería tal. Hablo de la mayoría de las religiones y, desde luego, de todas las religiones teístas o animistas. Ninguna de las religiones cristianas puede prescindir de la figura de Jesucristo. Si se pudiera demostrar que tal ser humano nunca existió, o que era un ser humano como todos, sin nada divino y sin milagros absurdos, desaparecería el cristianismo tal como lo conocemos. No se sostendría solo con sus preceptos morales. De la misma manera, las religiones islámicas no se sostienen sin Mahoma y los hechos legendarios a él atribuidos. Ni el judaísmo sin toda su mitología y su historia inventada como pueblo elegido por un dios, ni los mormones sin su Joseph Smith y sus hechos tan o más absurdos que los de Jesucristo, ni los cienciólogos sin Hubbard y sus disparates, ni el hinduismo sin sus cientos de miles de dioses al estilo de la mitología griega, ni los diversos animismos sin creencias en ánimas a la manera que sea.

La razón es que son esos seres o esos hechos legendarios o mitológicos los que establecen la conexión entre una o muchas deidades y el ser humano. Para las religiones esa conexión es lo importante, sin la cual muchos creyentes se sienten perdidos. Y ese es justamente el nefasto legado de las religiones. Por dos razones.

Primero, porque a esos creyentes se les impide tener la claridad de miras suficiente como para desarrollar preceptos morales sin necesidad de la parte crédula del asunto. Esto hace que los preceptos morales sean sagrados y no se cuestionen libremente en sociedad. A su vez, esto implica una dificultad para convivir con tales creyentes. Creerán que sus opiniones morales tienen más base que las de los no creyentes, que están por encima de la ley y, como consecuencia estarán poco dispuestos al diálogo, a la revisión de sus creencias y al compromiso necesario para la vida en una sociedad diversa.

Segundo, los creyentes, necesitando esa conexión para su moral, tenderán a atribuir a los no creyentes una inmoralidad, pues creen que también los no creyentes la necesitan para ser morales. También estarán ciegos ante la evidencia en contra de esa afirmación.

Es cierto que no solo las religiones presentan estos problemas. Otras ideologías fanatizantes tienen efectos parecidos. Las consecuencias dependerán de en qué consista cada fanatismo. Un fanático de un equipo de fútbol, en el sentido de que cree a pie juntillas y contra cualquier posible evidencia que es el mejor del mundo, puede ser inofensivo si no se mete en un grupo violento. Un grupo de seguidores de Sócrates, que reverenciasen su filosofía sin salirse un ápice de ella podrán ser fanáticos, pero tal vez no tendrían demasiadas consecuencias sociales negativas (no lo sé, les doy el beneficio de la duda). Si el reverenciado es Buda y su filosofía en lugar de Sócrates y la suya podemos observar sus consecuencias, que incluyen mucho pensamiento mágico, no sobre un dios, pero sí sobre la misma existencia del ser humano. No parece posible desligar la filosofía budista de estas creencias.

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