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Una defensa de la educación pública en los albores de 1931

Antonio Roma Rubies, fue un catedrático y filólogo leridano, que terminó recalando por destino en Andalucía, primero en Huelva, y luego en Jerez de la Frontera, donde fue catedrático de su Instituto. Fue concejal y diputado provincial dentro de las filas republicanas, aunque en 1920 ingresaría en la Agrupación socialista de esta localidad. En las elecciones de abril de 1931 sería elegido diputado por el PSOE. En la guerra fue asiduo colaborador en la prensa obrera y socialista. Al acabar la guerra sería detenido en Valencia, sufriendo la cárcel. Para poder sobrevivir cuando fue puesto en libertad dio clases particulares, falleciendo en 1967.

Hemos acudido a sus escritos en más de una ocasión, y hoy lo hacemos por su defensa de la educación pública en los albores de 1931, reflejadas en un escrito que publicó el Almanaque de El Socialista para ese año. Lleva por título, “Fomentar la enseñanza del Estado es trabajar por el triunfo de la Libertad”

Para el profesor y socialista la batalla proseguía entre los partidarios del pasado y los defensores del progreso. Los enemigos de la libertad estaban empeñados en la defensa constante de la libertad de enseñanza. Era curioso que los defensores de la dictadura (recordemos el contexto) y que habían apoyado un régimen que había hecho tabla rasa con todo tipo de derechos, entonasen himnos en favor de la libertad de enseñanza.

Para Roma Rubies la libertad de enseñanza quería decir que debía concederse a las instituciones religiosas la facultad de conferir títulos con dos objetivos: fomentar su negocio y además formar una generación de fanáticos enemigos de las libertades modernas.

En España, además, existía la desgracia de contar con “liberales cándidos” que pensaban como si se estuviera en Inglaterra o los Estados Unidos, pero se estaba en la España de 1930, y el que pretendiera ser realmente liberal no podía ser partidario de entregar la enseñanza a las órdenes religiosas con el fin de acabar con las pocas libertades que se disfrutaban.

El verdadero liberal debería procurar sustraer la enseñanza de la juventud a la influencia de las congregaciones religiosas, trabajando para que se creasen miles de escuelas con todos los adelantos, retribuyendo debidamente a los maestros nacionales, es decir, que se creasen y dotasen de forma espléndida cuantos centros docentes de toda clase fueran precisos y se velase por el prestigio del profesorado.

Pero los partidarios de la libertad de enseñanza no se preocupaban en lo más mínimo ni de lo uno ni de lo otro.

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