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Una calle para las inmatriculaciones · por Rafael Sanmartín

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Así es. El señor alcalde de Sevilla por lo que se ve, quiere inmortalizar la “gran obra” del teólogo, ex obispo de Córdoba y Arzobispo emérito de Sevilla

Así es. El señor alcalde de Sevilla por lo que se ve, quiere inmortalizar la “gran obra” del teólogo, ex obispo de Córdoba y Arzobispo emérito de Sevilla: la inmatriculación de varios cientos de edificios monumentales en ambas provincias, como la Mezquita cordobesa y la Catedral, la Giralda y el Patio de los Naranjos. “Inmatricular una propiedad es inscribirla a su nombre en el Registro, y en el caso de la Iglesia Católica con la sola firma del Obispo, sin ningún documento de propiedad acreditativo, porque esos documentos no existen. Estos edificios, dedicados o no al culto, siempre han sido propiedades del común, es decir, de todos los sevillanos, de todos los cordobeses, de todos los malagueños, de todos los españoles, porque el total inmatriculado en España supera los cien mil bienes, entre ellos aparte de edificios de uso religioso, casas de vecinos, almacenes, cementerios y hasta calles y plazas. Una de ellas el Patio de los Naranjos, dónde ya no se puede pasear porque el Cabildo se cobra entrada, un “diezmo” por el acceso.

Las inmatriculaciones, contrarias a Derecho por tratarse de bienes prestados a la Iglesia en usufructo, propiedades del común, no tienen propietario porque son de todos y no pueden tenerlo para que sigan siendo de todos. La inmatriculación supone una apropiación por lo que deben revertir al Común y su coste para los obispados ha sido de treinta euritos. Eso ha sido el “precio” de cada una de las once catedrales existentes en Andalucía, así como el resto de bienes BIC, la mayoría Monumentos. Una ingente riqueza artística que ha pasado del común de los vecinos a la jerarquía de la Iglesia Católica o, lo que es lo mismo, a propiedad del Estado Vaticano.

Situación tan irregular hace que la dedicación de una calle de Sevilla al super-inmatriculador, sea un insulto y una burla a la ciudad y a todas las realizadas desde que comenzó la campaña de inmatriculaciones, cuando era miembro de la Comisión Episcopal y con esa “doctrina tan pía”, ha continuado hasta terminar en Sevilla su función ni devota ni piadosa, razón por la que al margen de su labor pastoral, si la ha habido, rechacemos que se inmortalice a él y a su obra dedicándole una calle de esta ciudad.

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