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Un rey animista para el pueblo

La religión popular mantiene sus monarcas, que resuelven disputas y preservan creencias

En la región del sur senegalés de la Casamance todavía perduran en muchas poblaciones tradiciones y costumbres ancestrales animistas, que cohabitan con la tecnología de los móviles o internet, por ejemplo. La cultura animista resiste a pesar de la llegada precipitada de bienes o servicios de la era moderna a África. Un ejemplo de la pervivencia de estos vestigios de antigüedad en pleno siglo XXI son los reyes animistas que aún podemos hallar en determinados pueblos.
Estos peculiares monarcas son figuras veneradas y respetadas por sus súbditos. Se autodefinen como defensores de la paz y la justicia entre pueblos. A mi entender, son una especie de guardianes del cumplimiento y del mantenimiento de las creencias animistas, tales como el sacrificio de animales para pedir una buena cosecha de arroz, lluvia para el campo, fertilidad para un matrimonio… Las tradiciones animistas se han ido transmitiendo de padres a hijos de forma oral. Atribuyen un espíritu a animales, plantas o fenómenos naturales, de tal manera que un árbol, una montaña o un río pueden ser considerados sagrados. La etnia diola, la mayoritaria en la Casamance, defiende la existencia de un ser supremo o creador, lo que ha facilitado la integración de esta creencia con el islam o el cristianismo.
Tuve la oportunidad de conocer al rey animista de Oussuye. El austero monarca habita en un humilde palacio, una choza de barro y paja, ubicada en lo que los diola conocen como el bosque sagrado. Para acceder a él es necesario ser acompañado por un miembro de la familia real. El rey de Oussuye viste un boubou rojo, el traje tradicional musulmán, y un gorro alargado también rojizo, lo que recuerda el atuendo de los cardenales de la Iglesia católica. Solo al monarca le está permitido lucir este color, que permite divisarlo y reconocerlo desde la lejanía.
El rey anda siempre descalzo. En la mano sostiene una pequeña escoba de paja, que utiliza para ahuyentar a los malos espíritus y en caso de conflicto poner paz entre los adversarios. Dicen que si toca con su escobita a una muchacha significa que la ha elegido para ser su esposa y ninguna mujer de etnia diola puede negarse a cumplir la voluntad del soberano. Otro elemento que siempre acompaña al rey es un pequeño taburete, el único lugar donde pueden descansar sus posaderas.
El rey nos recibe con solemnidad en su bosque sagrado. Este peculiar personaje de Oussuye, de 49 años de edad, tiene tres esposas y trece hijos, que viven fuera del palacio, en el pueblo. Hace nueve años que fue entronizado. Antes de ejercer de monarca trabajó de mecánico y también en el sector turístico. Un consejo de sabios de Oussuye lo escogió, después del fallecimiento del anterior soberano.
El monarca animista responde a mis preguntas con actitud solemne y semblante serio. Me cuenta que jugó un papel en favor de la paz durante la guerra de la Casamance años atrás entre el Gobierno de Dakar y los independentistas. La discreción, pues, caracteriza la labor diaria del monarca. A él acuden sus paisanos cuando tienen dificultades para alimentar a sus familias, una mujer que no logra concebir un hijo, o en caso de conflicto entre vecinos o pueblos. Para los foráneos, la visita se paga, pero el rey distribuye sus humildes ganancias entre los más necesitados, sea para la financiación de sacos de arroz, medicamentos o la visita a un hospital a las familias que no pueden acceder a bienes o servicios básicos por falta de recursos. Una labor social en pueblos tradicionales de África occidental, donde no existen ayudas ni pensiones para los más pobres e ignoran qué es la Seguridad Social.

 

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