El prelado ha comparecido ante la comisión que investiga la actuación de la Iglesia australiana ante la pederastia
Vincent Long llegó a Australia en patera en 1981, procedente de Taiwán y padeció el asalto de un religioso
«Yo también fui víctima del abuso sexual del clero cuando llegué a Australia, siendo adulto». Vincent Long, obispo de Parramatta, revolucionó este martes la Real Comisión antiabusos del Gobierno australiano confesando que, antes de convertirse en uno de los prelados que más ha luchado por las víctimas, él fue una de ellas.
Entre lágrimas y aplausos, el obispo dio un valiente testimonio de sus experiencias personales. Y es que Long llegó a las costas australianas en 1981, como un refugiado más, procedente de Vietnam. Allí, sufrió abusos por parte de miembros del clero del país.
«Los abusos me impactaron profundamente, y por eso quiero meterme en la piel de otras víctimas y esforzarme para lograr para ellos justicia y dignidad», añadió el prelado. «Todos somos productos de nuestras experiencias vitales».
Con anterioridad, el obispo había relatado su viaje, en compañía de su cuñada y los dos hijos pequeños de ésta, de 18 y 4 años, que como sucede hoy en las aguas del Mediterráneo, “fue muy arriesgado”. «Había más gente abordo que la patera podía transportar de modo seguro. Ya, al tercer día, se nos había acabado la comida, el agua y el combustible. Y a partir de entonces, estábamos a la merced de los elementos. En el séptimo día flotábamos hacia una plataforma petrolera, medio vivos y medio muertos».
16 meses en un campo
Por suerte, Long y sus familiares fueron rescatados y llevados a un campo de refugiados de Malasia, donde estarían 16 meses hasta conseguir que se aceptara su solicitud de asilo en Australia. Hasta esta semana, el relato acababa aquí. Ahora, sabemos que el obispo sufrió, a su llegada al continente austral, abusos por parte de un religioso.
El joven siguió adelante, y hoy es uno de los obispos australianos más respetados entre los atribulados prelados del país, que no saben cómo frenar es escándalo causado por la pederastia entre el clero del país. Una oleada que ha llegado a afectar, incluso, al todopoderoso cardenal Pell, el superministro de Economía vaticano. Así, según informes oficiales, entre 1980 y 2015, se han presentado casi 4.500 denuncias de abusos, cometidos por 1.880 clérigos (el 7% del clero), que por el momento le ha costado a la Iglesia unas indemnizaciones por valor de 276 millones de dólares.
Los estudios del Gobierno australiano indican que el 78% de los denunciantes fueron varones y un 22% mujeres. También revelaron que la edad media de las víctimas fue de 11,6 años en el caso de niños y de 10,5 en el caso de niñas, y que tardaron una media de 33 años en presentar las denuncias después de que se cometieran los supuestos abusos.
«De las 1.880 personas identificadas como presuntos perpetradores, 597 eran hermanos religiosos, 572 eran sacerdotes, 543 eran laicos y 96 eran hermanas religiosas», precisa el informe.
Mirar a los ojos
«¿Cómo puedo mirarles a las víctimas en los ojos y decir que comparto su dolor, que comparto su sufrimiento si no hago todo lo que pueda para conseguir justicia, dignidad y sanación para ellos?», se preguntó el obispo Long en la vista.
“Mientras el cura tenga el apoyo de su obispo, está a salvo. No hay ninguna rendición de cuentas que vaya hacia abajo o hacia fuera y este es el problema central” denunció el obispo, quien pidió “desmantelar” este modelo de Iglesia.
En su opinión, el Papa Francisco “está marcando el camino” con sus políticas de tolerancia cero contra los abusos, pero queda mucho camino para “rectificar el desequilibrio de poder” en la Iglesia católica, dando mayor responsabilidad a laicos y mujeres. “Hacen falta ideas para empoderar a la gente, para apostar por la participación plena de mujeres en particular en las estructuras de gobernanza de la Iglesia».
«Y yo creo que estas son cuestiones serias a las que hay que abordar para limpiarnos de esta crisis de abusos, porque no solo son los síntomas en la superficie sino todo lo que hay debajo», reiteró por último el obispo de Parramatta. «Y es más difícil solucionar lo que hay detrás del fenómeno que solucionar lo que ha salido a la superficie».