Buenas noticias, el programa de un grupo de iglesias evangélicas, fue el último en incorporarse a la TV Pública en Argentina.
Las autoridades hablan de «pluralismo» para justificar los ciclos de diversos cultos. Varios especialistas debaten en Argentina si no debería ser una pantalla laica.
La mediatización de la religión es un hecho. Indisimulable y, por lo visto, cada vez más extendido. El uso de los medios electrónicos se convirtió en una política común a todos los credos. Sea a través de la compra de espacios en las programaciones de radio y televisión, o con la adquisición directa (o gerenciamiento) de licencias, la presencia religiosa tiene cada vez más actividad fuera de iglesias, sinagogas, templos o mezquitas. Aunque tal vez no alcancen status de sagradas, las pantallas pasaron a ser un nuevo lugar de culto.
La llegada a la programación de la TV Pública de Buenas noticias, el ciclo semanal de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA), fue el último y tal vez más sintomático paso del fenómeno. Si bien la pantalla estatal cuenta entre su programación con ciclos dedicados a otras religiones, el estreno por primera vez en la historia de la TV Pública de un programa evangélico sirve como disparador de un debate que se vuelve cada vez más necesario y para el que Página/12 consultó a distintos especialistas: ¿debe el canal estatal cederle espacio de programación a la religión? ¿O, acaso, la pantalla pública no debería ser laica?
Aunque desguazada en varios de sus puntos centrales, referidos a los límites a la concentración de la propiedad, la todavía vigente Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (26.522) estipula en el artículo 121 que uno de los objetivos de Radio y Televisión Argentina Sociedad del Estado (RTA) es el de «respetar y promover el pluralismo político, religioso, social, cultural, lingüístico y étnico”. Qué es lo que se entiende por pluralismo es lo que está en discusión.
En lo político, la decisión que históricamente se tomó es la de no partidizar ningún segmento de la programación, aunque el sesgo ideológico gubernamental se naturalizó a lo largo de las distintas gestiones. La «objetividad» y el «pluralismo» declamados se disuelven no sólo en las voces que forman parte de su programación, sino también en los temas que se abordan y en cómo se los analiza.
En lo religioso, en cambio, la TV Pública impuso en su programación otro formato: ceder a distintos credos espacios propios y cerrados. Así, en la actualidad «conviven» en la grilla de la emisora estatal cuatro franjas semanales, de una hora cada una, para diferentes organizaciones confesionales. Tres de esas religiones tienen lugar en la grilla de los domingos a la mañana: El cálamo y su mensaje (a las 8), producido íntegramente por el Centro Islámico de la República Argentina; La Santa Misa (a las 9), del Centro Televisivo Arquidiocesano «Santa María de Buenos Aires» y la Televisión Pública Argentina; El Angelus (9.50), el rezo del Papa desde la Plaza de San Pedro, en el Vaticano; y Shalom AMIA, de la Asociación Mutual Israelita Argentina. La últma congregación en ser parte de la programación de la TV Pública es la evangélica, con Buenas noticias (sábados a las 10.30), de ACIERA y Argentina Oramos por Vos (ver aparte).
«La decisión de incorporar a la programación de la TPA el programa Buenas noticias, propuesta acercada por la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA) responde al objetivo de contemplar la diversidad cultural y social, promover el respeto de la identidad cultural, las tradiciones y religiones, y a reflejar la multiplicidad de voces, fundamental para el desarrollo de una sociedad basada en el diálogo y la convivencia», le explicó a Página/12 Emilio Lafferriere, vicepresidente de RTA. El funcionario justificó la incorporación de este programa en el artículo 121 de la LSCA. «En cumplimiento de tal fin se suma a otros de representatividad religiosa, con varios años ya en pantalla. Los medios públicos tienen el deber de ser pluralistas. Un pluralismo ampliamente entendido, puesto que es un principio democrático».
Justamente es la noción de «pluralismo» la que entra en cuestionamiento con esa lógica. Dando lugar en pantalla a la iglesia cristiana, judía, musulmana y evangélica, ¿no está el Estado discriminando a otras religiones que no tienen su espacio? Incluso, esos espcios televisivos, ¿son representativos de todas las líneas internas de cada credo? Ante la imposibilidad de darle lugar a todos, ¿no sería más «plural» y «ecuánime» mantener laica a la programación de la TV Pública?
Para Martín Becerra, analista de medios y políticas comunicacionales, el esquema actual del canal estatal está lejos de garantizar la pluralidad. «Se trata de una pésima traducción del ‘pluralismo’ como concepto», afirma el investigador del Conicet, UBA y UNQ. «El pluralismo no consiste en abrir un programa para cada credo, ideología o posición política, sino en integrar las perspectivas, ponerlas en contexto histórico y en debate. Es decir, dar voz y espacio no significa rifar los espacios públicos para que sean colonizados en parcelas por religiones diferentes, lo que deja a la gran mayoría de la población argentina que no profesa activamente ningún credo en orfandad de representación mediática. Lo que ya ocurre, por cierto, a nivel político y partidario», detalla Becerra.
El especialista coincide que, además de pasivo, el esquema de la TV Pública tiende inequívocamente al fracaso. «Es que además, para ser justos, siguiendo su criterio -que no comparto- deberían darle el mismo espacio a todas las religiones y, como el tiempo de programación es finito, no alcanzaría para que todas pudieran expresarse, por lo que, en los hechos, el Estado estaría discriminando entre religiones afectando el pluralismo supuesto que invocan», subraya.
La presencia que la religión va adquiriendo en la televisión también es posible de pensarse desde otro punto de vista, más allá de debatir si es correcto o no que haya determinadas propuestas u ofertas de contenidos relacionados con un credo en particular. Eso es lo que plantea la especialista en medios Adriana Amado: «El pluralismo es una cuestión transversal que tiene que ver no solamente con la expresión partidaria, sino con la diversidad de propuestas que existe en una sociedad. Si somos estrictos con ese punto, tengo que pensar que la religión, y sobre todo las diversas variantes de la religión católica, es un interés mayoritario en Latinoamérica. El Latinobarómetro demuestra que en los últimos 20 años la Iglesia, en sus distintas expresiones, es la más confiable en la región y es la única que mantiene a lo largo de estas dos décadas más del 70 por ciento de confiabilidad. Entonces, la pregunta que me haría es a la inversa: ¿por qué nos cuestiona tanto que aparezca algo que representa a la mayoría de la población?«.
El formato argentino de repartir espacios de programación a distintos credos es el mismo que se utiliza en España, que a diferencia de la Argentina es un Estado laico. Al igual que aquí, en la tv pública española también estas cuatro religiones tienen sus ciclos diferenciados, los domingos a la mañana por La2. Esa decisión que fue cuestionada por Podemos, que presentó un proyecto al Congreso para eliminar la misa católica (y en consecuencia el resto de los contenidos religiosos) de los medios públicos, ya que esas emisiones rompen el principio de aconfesionalidad del Estado. Es decir: ante la imposibilidad de darle lugar a todos, que no haya ninguno.
Si bien en los últimos años el Estado argentino comenzó un paulatino pero débil proceso de separación con la Iglesia católica, lo cierto es que el artículo 2 de la Constitución Nacional sancionado en 1853 sigue tan vigente como entonces. Aún cuando las distintas reformas eliminaron algunos requisitos (como que los presidentes debían profesar el culto católico) e impusieron la laicidad de la educación pública en todos sus niveles, el texto magno sigue estipulando que «El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano». ¿Eso significa entonces que los medios públicos deben ajustarse a su letra?
«Queda pendiente para un futuro que como sociedad repensemos y debatamos sobre esta cuestión -hoy estipulada en una Ley Nacional- para así dirimir si los medios públicos deben contemplar una múltiple representatividad religiosa o si deben ejercer un carácter laico”, reconoce Laferriere, defendiendo el formato de “pluralismo” que la TV Pública sostiene desde la gestión anterior y que se profundizó con la actual.
En la misma línea que Amado, Carlos Ulanovsky tampoco cuestiona el espacio que la TV Pública le otorga a las religiones judía, cristiana, musulmana y evangélica en su pantalla. «No me parece mal ese gesto (¿político?) de la televisión pública», afirma el coautor de Estamos en el aire y ¡Qué desastre la TV!, entre otros libros sobre medios. Sin embargo, Ulanovsky cree que sus producciones lejos están de ser televisivas, a tono con el lenguaje y el estandard de calidad del medio. «Los cultos beneficiados por el otorgamiento de esos espacios no se rompen demasiado la cabeza y los programas son bastante poco imaginativos», reconoce el periodista.
Si no es posible la laicidad de los medios públicos, ni mucho menos evitar la inequidad religiosa en pantalla, una pregunta posible es si, entonces, no habrá que pensar formatos televisivos realmente inclusivos y multireligiosos, que sean capaces de dialogar entre ellos.
Becerra ensaya una posibilidad mucho más enriquecedora que la actual. “Dado que la Argentina no es una teocracia y que la función que la ley asigna al canal estatal (llamado «TV Pública», aunque no sea pública) es promover el pluralismo político, social, cultural y religioso, considero que la presencia de la religión podría pensarse en términos de contenidos ecuánimes sobre todas las religiones, por ejemplo un panorama histórico de las religiones. No es compatible con la función del canal estatal -menos en una democracia que tiene como soporte el laicismo, y menos aún si el canal estatal aspira alguna vez a convertirse en ‘público’- el proselitismo religioso de un credo, sea evangelista, católico, mulsulmán, judío o budista”.
Siguiendo esa línea de pensamiento, menos cercana a la idea de ciclos religiosos pensados como compartimentos estancos vigente en la TV Pública, Ulanovsky recuerda que hace casi sesenta años hubo en la pantalla chica un programa llamado Cuál es su duda, que el viejo Canal 11 emitía allá por 1961. “Era un ciclo -rememora- en el que dialogaban, en muy profundo nivel, el laico periodista Raúl Urtizberea y el sacerdote jesuita Joaquín Aduriz, titular de la cátedra de filosofía y teología de la Universidad Católica Argentina. Cada uno defendía su posición, con dignidad y especialmente con conocimientos y fundamentos. Algunos de los temas que recuerdo que se debatieron: ¿Es necesario confesarse? ¿Dios existe? ¿Es posible un diálogo entre creyentes y ateos? ¿Donde está Dios en las injusticias? Entre los dos, hicieron un programa polémico, atractivo, entretenido y muy respetuoso”.
Sin animarse a la laicidad televisiva, pero promoviendo una pluralidad limitada y más cercana a la tolerancia que a la convivencia multireligiosa, la TV Pública argentina parece más proclive a repartir espacios según sus conveniencias políticas-eclesiásticas que a enriquecer a la opinión pública desde el intercambio de miradas sobre la realidad entre los diferentes credos. Una política televisiva en el que la religión vuelve a meter la cola.