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Un motín que hizo historia… y sus autores que aún la hacen

Paseando por las calles de Madrid,  desemboqué en la Plaza del Sol, y me dirigí a la estatua del rey Carlos III. Una vez frente a ella,  comencé a leer la larga lista de los eventos históricos de aquel monarca liberal, que están grabados en el basamento de la escultura ecuestre. Para mi sorpresa, faltaba uno que fue de mayor importancia en el reinado de Carlos III: la expulsión de los jesuitas. Ni una palabra al respecto. ¿Por qué esa omisión de un hecho histórico? ¿Por qué se quiere ocultar a la multitud cambiante que pasea por esa histórica plaza, lo que ocurrió hace tanto tiempo?

Solamente se me ocurre una respuesta: porque ese hecho  histórico afecta la supuesta integridad de una organización que todavía existe, La Sociedad de Jesús.

Por real decreto del 1 de marzo de 1767, la Compañía de Jesús, fue expulsada de todos los territorios continentales e insulares de España, como consecuencia directa de lo que se conoce como El Motín de Squilache.

Los antecedentes que llevaron a tal decisión, a un  monarca católico y por derecho divino, son los que siguen:

El 10 de Agosto de 1759, expiraba el rey Fernando VI de España. Su heredero fue, su hermano, el rey Carlos de Nápoles y de Sicilia. Y, podríamos decir, que aquí comienza la historia de lo que se llamó el Motín De Squilache (o Esquilache, en castellano). Mientras fue rey de las dos Sicilias, el que luego sería Carlos III de España, protegía a un distinguido y talentoso joven, que tuvo un papel destacado en el progreso de Nápoles, y que también trabajaba para descubrir las ruinas de las destruidas ciudades de Pompeya y Herculano. El joven era don Leopoldo de  Gregorio y de Paterna, marqués de Vallesantor y Squilache; este hombre tendría un destacado papel en los hechos que, tiempo después, ocurrirían en España. Según Conde Fabraquer (un escritor e historiador de  fines del siglo XIX, a quien cito respetando la gramática de su libro: La Expulsión de los Jesuitas, Revelación Histórica), es: “un personaje que ha sido muy calumniado por los historiadores modernos Lafuente y Ferrer del Río, y que, empero, no merece tales censuras, pues así como á su iniciativa se debe el embellecimiento de Nápoles, Madrid debe á su iniciativa los mejores monumentos que existen, tales como la antigua casa de Correos, hoy ministerio de la Gobernación, la Aduana, hoy ministerio de Hacienda, el Museo de Pinturas, la Puerta de Alcalá y el salón del Prado con sus fuentes monumentales, emplazado en el antiguo Prado de San Fermín(…)”

Había una tradición muy arraigada en el pueblo español, de aquellos tiempos, en cuanto a  no tolerar la intromisión de extranjeros en los asuntos del país. Por esta razón hubo incomodidad popular cuando el rey nombró a Grimaldi, ministro de la Guerra y a Squilache, ministro de Hacienda. A ese descontento popular le prestó atención una muy especial organización clerical que veía en peligro los privilegios logrados en épocas anteriores, como dice Fabraquer: “Una asociación religiosa, sordamente y sin dar la cara, conspiraba al mismo tiempo; poderosa, pues tenía grandes caudales y dominaba las conciencias, dio el primer paso amotinando el pueblo (…)”

La oposición a Squilache crecía, y comenzaron  a llegar a las manos del rey denuncias anónimas acusando al marqués de diversos abusos de poder y aprovechamiento de las arcas públicas. Carlos III confiando en su ministro desechó esas denuncias y Squilache continuó con sus proyectos de sanear la vida pública de Madrid, a pesar de las protestas que surgían.  Y, continúa Fabraquer: “En efecto, se privó, de orden del ministro, en todos los paseos públicos, procesiones, teatros y dentro del real palacio, el uso de la capa larga y sombrero redondo (…) Se dio órden para que en todas las oficinas y dependencias del Estado no se dejase presentar á sus individuos con capa y sombrero redondo (…)”, lo cual fue rápidamente obedecido por los empleados del gobierno.  Dando un paso más en su proyecto, extendió una órden a los diputados de los cinco gremios mayores, para que desterrasen el uso de la capa larga y el sombrero redondo de todos sus agremiados.

Todo esto que solo parecían medidas algo estrictas del marqués, pero no asunto de gran importancia, sigue diciendo el historiador: “produjeron un gran disgusto; hicieron tal vez que hombres entendidos y de gran cabeza, pero cuyos nombres han permanecido hasta hoy en silencio, aprovechasen esta ocasión para  un movimiento popular, el más fuerte, el más general que presenció jamás la monarquía española”.

El 10 de Marzo de 1766 apareció un bando fijado en todas las esquinas de Madrid, en el que por mandato del rey todos los habitantes de la corte usasen el vestido militar, “y en su defecto, capa y sombrero de tres picos” en el cual se establecían además, las multas a que se harían acreedores solamente los plebeyos que violaran tal  orden; los nobles quedaban a disposición de Su Majestad.

Al día siguiente, todos los bandos reales habían sido arrancados y en su lugar fueron fijados unos pasquines  en los que se declaraba: “que se hallaban cincuenta españoles prontos a defender la capa y el sombrero redondo, y que á todo aquel que verdaderamente lo fuese y quisiese  agregarse a este partido, se le proveería de armas, municiones y todo cuanto fuese necesario”, según documento histórico  citado por el mencionado autor.

Ante ese desafío, se endureció la postura de Squilache y los alguaciles comenzaron a multar a los transeúntes incumplidores. Hubo algunas escaramuzas con los que se negaban a acatar las nuevas normas, y la intranquilidad que, hasta ese momento parecía una reacción popular, tomó otro aspecto, como relata Fabraquer:

“Observáronse algunas cuadrillas de embozados que, de cuatro en cuatro, se paseaban por las calles con capa larga y sombrero redondo, pasando por delante de los cuarteles, provocando á los agentes de la autoridad y manifestando claramente que iban á la defensa del traje que llevaban.”

Finalmente, las autoridades civiles pasaron a las tropas, que comandaba el mariscal de Campo don Francisco Rubio, la misión de controlar la rebeldía de los grupos que circulaban en actitud desafiante y provocativa, lo cual cumplieron los soldados sin demasiado entusiasmo, según las crónicas. Retornamos aquí, al texto de Conde Fabraquer: “Que el motín de Squilache no fue un suceso debido á la efervescencia momentánea del pueblo, que no fue un efecto del fervor popular que repentinamente y de improviso estalla, sino que fue una cosa hábil y de antemano largo tiempo convenida, lo prueba el curso que llevaron los sucesos; lo prueban las capitulaciones que entre los agitadores se ordenaron y establecieron antes de dar principio á tales movimientos, para asegurar su fin, así como el inmenso suceso acaecido años después, de que fue sin duda origen y causa el motín de Squilache, y en el que se dejó ver la venganza del ofendido Carlos III.”

A continuación, el escritor menciona los diez artículos del documento que se conoce como: “Constituciones y ordenanzas inviolables que establece un cuerpo ó compañía en defensa del Rey y de la patria, para quitar y sacudir la opresión con que se intenta violar estos dominios.”

En cada uno de ellos se detallan con suma precisión, la forma como debe dirigirse a la  multitud para evitar que se descontrole y  haga fracasar la revuelta. Dichos artículos van desde ordenar que sólo españoles sean admitidos (art. 1); eliminar “ciertos pésimos sujetos a la monarquía” (art.2);  controlar la posible actitud  revoltosa de  “las gentes inferiores y Muchachos” que pudieran perjudicar la misión impuesta (art. 8);”que no se yncluyan mujeres ni se admitan hasta el Caso que por Junta particular se determine” (art.9) y otras directivas más.  Pero, el artículo que mejor define la trama es el tercero: “Que unánimes todos, hemos de hacer juramento solemne de no descubrirnos, y aunque llegue el caso de dar ó poner á alguno de nosotros preso, si lo podemos libertar, no ha de poder decir otra cosa que, ní sabe ní tiene noticia de que haia Cabeza ó partido para este Ruido sín que oiendo las vozes y pareciéndole Justas las siguió. Vien Entendido que será de nuestra cuenta interín estuviese padeciendo mantener á sus hijos, mujer y madre, con toda la familia que tenga para que este temor no nos acose de á la Impresa de Guardar el silencio que es el norte de este proiecto.”

 “Diose principio al alboroto con 16 hombres solamente, los que, divididos de dos en dos, bien provistos de dinero y con orden de repartirse por todos los extremos de Madrid, entraron en las tabernas, hicieron beber á cuantos en ellas se encontraron, y suscitaron la conversación de la capa y del sombrero, perorando eficaz y fuertemente contra las medidas del marqués de Squilache. Estas cuadrillas, compuestas cada una de dos hombres, que sin dudad no debían ser de los más ignorantes, puesto que estaban encargados de inflamar (…) los ánimos de la plebe y demás del pueblo (…) hicieron que los que ya antes habían obedecido á las repetidas insinuaciones de la autoridad, usando sombreros de tres picos, desataran éstos, y dándoles la forma redonda, salieron por las calles gritando: ` ¡Viva el Rey! ¡Muera Esquilache!’(…) así llegarían masas inmensas del pueblo …) a la plaza de Palacio(…) desembocaron ya en la plaza las ocho cuadrillas, componiendo un total de cerca de cuatro mil hombres, habiéndose encendido en tan poco tiempo un fuego tan voraz, que ya no le era dable apagarle ni al altivo ministro Squilache ni al buen rey Carlos III.”

La turba se negaba a retirarse, demandando que el rey saliera a hablarles. Aparece un extraño monje, el padre Cuenca que con cenizas en su cabeza una cuerda al cuello y un crucifijo en la mano, se ofrece a ir “en nombre del pueblo” a hablarle al rey. Este astuto clérigo, una vez en presencia del soberano, le sugirió que, debido a la alteración en que se hallaban los amotinados, convenía que él los apaciguara aceptando sus demandas y luego que el peligro hubiera pasado, “Su Majestad sería árbitro de abolir cuanto ahora ofreciese por la fuerza (…)”

Luego de consultar con sus asesores militares, que hasta sugirieron usar la artillería para ahuyentar a los revoltosos, el rey optó por salir al balcón que daba a la Plaza Mayor y les dijo que le presentaran por escrito lo que pedían. Otro fraile escribió en una  mesa traída desde una cercana taberna, lo que los dirigentes del motín querían. En esa lista se incluyeron amenazas de que en caso de que fueran incumplidas, treinta mil hombres harían arder el Palacio en dos horas y Madrid entero ardería.

Una vez retirada la multitud, el rey y sus cortesanos, como medida de seguridad, salieron de Madrid rumbo al palacio de Aranjuez. Era el 24 de marzo de 1766

Al enterarse, al día siguiente, de la fuga del rey, los amotinados adoptan una actitud amenazante y aparentemente obligan al presidente del Consejo, obispo de Cartagena a que escriba una carta al rey contándole la insatisfacción del pueblo por su ausencia y la urgencia de que regrese a Madrid. En la investigación o pesquisa que se hizo posteriormente. Resultó que este señor obispo estaba implicado en la insurrección. En síntesis Madrid fue tomado por los revoltosos armados hasta los dientes con las armas y explosivos de los cuarteles que ocuparon.

Una vez más, aquel rey “por derecho divino”, debió ceder y humillarse ante los “líderes del pueblo”, y debió enviar una carta, donde prometía cumplir todo lo acordado el día anterior, aclarando que no volvería a Madrid “mientras tanto [sus habitantes] no den prueba permanente de (…) tranquilidad”

A partir de la lectura de la carta ante la muchedumbre alzada, ésta se retiró y Madrid quedó tranquilo sin que volviera a repetirse ningún disturbio.

La reacción de Carlos III y sus ministros, entre ellos el conde de Aranda, que desde luego sospechaban que había habido una secreta manipulación de las masas, no se hizo esperar. Se comenzó una  investigación reservada que culminó con el Informe del Fiscal del Consejo Extraordinario, don Pedro Rodríguez de Campomanes. Algunas de las conclusiones fueron:

A continuación extracto algunos párrafos del libro El Secreto de los Jesuitas, por Manuel Barrios, publicado en el año 2006:

“La pesquisa reservada con motivo del tumulto de Madrid (…) se halla muy adelantada y muy cercana a que pueda formarse un concepto de la instigación que fomentó, animó y ordenó, con capa de religión (…) tan espantoso movimiento (…)”

 “Advierte el Fiscal por todos los ramos de este vasto negocio complicado, un cuerpo religioso que no cesa de esparcir aun durante la actual averiguación, especies que trascienden a imponer y atraer a sí a los eclesiásticos y a otros cuerpos(…)por este mismo artificioso sistema de lisonjear a cada clase con especies análogas a sus particulares intereses y despiques, se hizo camino al motín(…) El único medio está cifrado en quitar la libertad de difundir, con pretexto de falsa religión, estas imposturas(…). Desarmados de estos auxilios, quedará reducido a sus propias fuerzas este cuerpo peligroso, que intenta en todas partes el trono; que todo lo cree lícito para alcanzar sus fines(…)quedando aislado y solo este cuerpo refractario a las leyes con sus emisarios, cuyo espíritu, régimen y acciones resultan suficientemente con documentos fidedignos en la pesquisa y si atentamente se reflexiona, se hallarán como únicos agentes de los bullicios pasados y de los que siempre pueden recelarse mientras este cuerpo está incorporado a la masa general del Estado y de la nación(…)”

(…)” El cuidado con que la penetración de S.M. procedía para templar y reducir a lo justo el formidable partido que se había erigido la Compañía en las clases principales del Estado, llegaba al alma de los jesuitas, acostumbrados a no ver en las elecciones para todos los ministerios y jerarquías espirituales, más que hechuras suyas, educadas a su devoción y deferentes con ceguedad a sus máximas.”

(…) “Pero la Compañía, a quién nada podía contentar, según el sistema de su relajado gobierno, que no fuese restituirse al grado de poder arbitrario en que se había visto, trazó para lograrlo el plan de conmover toda la monarquía (…) Empezó aquel plan por el medio astuto, aunque practicado, de desacreditar muy de antemano la real persona de S. M. y su ministerio. (…) tomaron los jesuitas, desde la venida del Rey, el único partido de sembrar las calumniosas e indignas voces de que el Rey y sus ministros eran herejes, que estaba decadente la religión, y que dentro de pocos años se mudaría esto a España.(…)a esta perversa máxima agregaron la de difundir misteriosas predicciones contra la duración del reinado de S.M. y de su preciosa vida; y así desde 1760, esparcieron que el Rey moriría antes de seis años, de que se dieron aviso al ministerio con mucha anticipación por personas de fidelidad inviolable. Juntaron luego a estas predicciones otras de motines y desgracias desde los púlpitos (…) preparados así los ánimos por largo tiempo, tuvieron los jesuitas más principales e intrigantes sus juntas secretas hasta en la misma Corte de S.M., que se hallaba en el Real sitio del Pardo por los meses de febrero y marzo de 1766, y de resultas prorrumpió esta cábala en el horrible motín de Madrid, principiando en la tarde del 23 del mismo mes de marzo en que (…) se vio convertida la Corte del soberano en un teatro de desórdenes, homicidios crueles, impiedades hasta con los cadáveres y blasfemias contra la sagrada persona del monarca.(…) Se volvió a sembrar la especie entre los amotinados de que la religión estaba decadente. Para dar cuerpo a esta voz, tomaron los incógnitos directores del motín el nombre de Soldados de la Fe, inspirando que se había de sacar el estandarte que con el mismo nombre de la Fe cree el vulgo existe en las casas de un grande de estos reinos.”

(…) “En fin, no se perdonó medio, por más indigno y calumnioso que fuere, para dar odio y fuerzas a la plebe contra la persona y el gobierno de S.M., con el objeto de poner el ministerio en un personaje [el marqués de la Ensenada] adicto enteramente a los jesuitas y gobernado por ellos, y aún mantenido y depositar su real conciencia en confesor de la misma ropa, o tal que abriese el camino para constituirse al poder que anhelan.”

(…) “Los jesuitas en sus correspondencias de palabra y por escrito procuraron no solo disculpar los excesos de la plebe, sino darles el aspecto de un movimiento heroico.”.

Enviaron ellos mismos la redacción del motín al gacetero de Holanda, en que referían con aplauso lo ocurrido para que circulara así la noticia por todas las naciones, se alentase la española al ver elogiado el peor y más detestable delito.”

(…)”Consta probada la clandestina ida y venida al Pardo, en este año del padre Isidoro López y de otros jesuitas, con afectado recato, sus ocultas conferencias con el marqués de la Ensenada, padre Bramieri y algunos devotos suyos, con muchos actos de disimulación artificiosa que acreditan sus maquinaciones en juicio de los testigos” (…).

(…)”Esta doctrina del tiranicidio (…) es y será el fecundo manantial de las rebeliones. No hay policía que pueda velar contra una formidable sociedad que la enseña en sus libros y escuelas de juventud y la predica en los seminarios” (…)

(…)”En todos los motines particulares que ha habido en el reino se hallan, con no menos indicios, los jesuitas “(…)

(…)”La culpa de la Compañía está en haber adoptado en la práctica y la teórica el probabilismo, haciendo característica de los jesuitas esta doctrina” (…)

(…) “La especie del pretenso motín en día de Todos los Santos en Madrid fue parto de una junta en el Colegio Imperial habiendo presentándose en él un  rector de los colegios más respetables de otra provincia. Él mismo había vertido antes especies horribles contra la permanencia del cetro en la Casa de Borbón.” (…)

Todo lo anterior suena a historia antigua y olvidada, pero ¿Realmente podemos creer que toda esa astucia, ese secretismo, esa estrategia, esa inescrupulosidad, es cosa del pasado, qué los jesuitas de la Teología de Liberación son diferentes y opuestos a aquellos antecesores suyos, o será que cambiaron las tácticas (no las mañas) pero no los objetivos a conseguir?

Volviendo al siglo XXI, la Compañía de Jesús todavía existe y sus estratagemas y complots han llegado a niveles de sofisticación impensados, especialmente en las Américas. Todavía se recuerda la Guerra de los Cristeros, que ocurrió en México durante la segunda década  del siglo XX, allí los jesuitas lograron hacer que, a pesar  de la intención del gobierno de reducir las prebendas y privilegios de la Iglesia Católica como establecía la constitución del año 1917, esa Iglesia surgiera prácticamente incólume del enfrentamiento, sobre los cadáveres de miles de mejicanos; la historia muestra el apoyo, más o menos enmascarado,  de los jesuitas, a regímenes dictatoriales como el de Trujillo en la República Dominicana, el de los generales Perón, Onganía y Videla, entre otros, en Argentina; también contó con su presencia la Cuba revolucionaria : su hijo dilecto Fidel Castro, prototipo del “trabajador  jesuita”,  cumplió hasta el punto de casi llevar al mundo a un desastre nuclear; en Nicaragua, curas jesuitas participaron desembozadamente en el gobierno de la revolución sandinista (aprobados por el Nuncio, no obstante la “prohibición” de Juan Pablo II); no olvidemos la carnicería que ocurrió durante años en El Salvador, hasta que los jesuitas lograron que su Iglesia tuviera control sobre las leyes de ese país. No importa si el “motín” es de derecha (el caso de los generales Onganía y Pinochet) o de izquierda (Fidel y Ortega), lo que importa es mantener las aguas agitadas para ir logrando sus fines de dominio, control y transformación de sociedades enteras, a través de diversos tipos de movimientos “populistas” y marionetas humanas  que se prestan a sus dictámenes y llevan sus secretos hasta la tumba.

La amplitud planetaria de sus ambiciones es tal, que no sorprende  leer el siguiente titular en la versión de Internet de la America Magazine (órgano oficial de los jesuitas en los Estados Unidos) del día 27 de febrero del 2017:

“New Democratic party leader Tom Perez has deep Jesuit connections”  Este señor Perez (la ausencia de acento no borra su herencia dominicana)  se educó y se graduó en la escuela jesuita  Canisius High School de Buffalo (N.Y.), ciudad donde posteriormente se relacionó con su futura esposa Marie Staudenmaier cuando ella era parte del Cuerpo de Voluntarios Jesuitas en Bufffalo, en 1989. Tom Perez considera su modelo a seguir al fallecido Horace B. McKenna, S. J., ex pastor de la parroquia jesuita de Washington, que Tom y su familia atendían hasta que se cerró en 2012. Según él: “Los jesuitas siempre han practicado la noción de que nunca guardaremos silencio frente a la injusticia, que nunca guardaremos silencio frente a los ataques a la libertad religiosa y nunca guardaremos silencio frente a la desigualdad económica. “

Para completar el cuadro, su tío político, el padre jesuita Staudenmaier lo encomia de la siguiente manera: “Él considera sus opciones de una manera muy jesuita. Esa es la llave para entender la influencia de la plegaria jesuita, cómo usted hace decisiones acerca de su lugar en el mundo y dónde esas decisiones lo colocan a usted.”

“Como cabeza del partido, Perez tendrá un rol similar al de un  C.E.O., trabajando para llevar adelante la agenda de los oficiales electos y ayudando a reconstruir el partido a nivel estatal.”

Decía George Orwell: “El Poder consiste en romper la mente humana en pedazos y luego juntarlos y darles una nueva forma de su propia elección.” ¿Será esto lo que los jesuitas hicieron con la mente del señor Perez?

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