Hasán Lahsini opina que “entrar en un país de manera ilegal” es indigno, y que, si no queda otra, “es necesario respetar las leyes del país de acogida”.
La mezquita de Táriq ibn Ziade (Tías, Lanzarote) lleva el nombre de un conquistador. Porque fue Ibn Ziade -dicho también Ibn Ziyad- y no otro, quien dirigió en el año 711 la conquista musulmana de la Península Ibérica. Fueron los ejércitos sujetos bajo su mando los que sometieron Córdoba, Toledo, Zaragoza y Pamplona hasta acorralar a los nietos de los visigodos a las orillas del Cantábrico.
Táriq se diría entonces la antítesis de la Reconquista o del cristianismo en España, una contraposición del ideal de una nación cuyas bases se sustentan en la monarquía hispánica y la tradición que venimos arrastrando desde los Reyes Católicos. Es por esto por lo que no deja de extrañar que una mezquita en Lanzarote lleve hoy su nombre, aunque también las hay que se llaman igual en Barcelona, Madrid, Argelia o Kuala Lumpur, etc.
En Lanzarote está arrinconada en la calle Reina Sofía. Señalada apenas por un letrero que indica que el creyente musulmán deberá bajar unas escaleras hasta encontrarse con la puerta del templo. El templo: una estancia que apenas supera los setenta metros cuadrados, cubierto el suelo de extremo a extremo por la moqueta roja en donde se inclinan cuando acuden a la oración.
En un contexto creciente de islamofobia y de rechazo ante la llegada de musulmanes a Europa, deseosos de encontrar respuestas que nos satisfagan, no en los políticos españoles ni los expertos europeos del islam, sino en los propios musulmanes, parece relevante entrar en una mezquita con un nombre tan llamativo, descalzarse, pisar esa moqueta desusada por las frentes y conversar con el imán.
Se llama Hasán Lahsini y hace cinco años que abandonó su Marruecos natal para predicar el Corán en España. Más concretamente, su feligresía se encuentra en la precisa frontera espiritual y territorial entre España y África, en un archipiélago donde este año llegaron a bordo de centenares de cayucos más de 30.000 africanos cuya religión mayoritaria es el islam. El primer impacto viene al comprobar que el castellano de Hasán es muy deficiente; hace falta la presencia de un joven nacido en Marruecos pero asentado en Lanzarote desde los cinco años para que haga de traductor entre el imán y este periodista.
La torpeza de Hasán cuando tartamudea en la lengua de su país adoptivo permite sacar dos conclusiones iniciales. La primera, que Hasán no se halla plenamente integrado en España, considerando que conocer el castellano resulta en un requisito fundamental para una integración completa. La segunda, que no tiene un interés particular en expandir el islam él mismo entre los ciudadanos españoles (no podría hacerlo, al no comunicarse adecuadamente en nuestro idioma).
Aunque la doctrina islámica no contempla la inmigración irregular como una ofensa a Dios, Hasán apunta con acierto que “entrar en un país de manera ilegal, si no se debe a una fuerza mayor, podría verse como algo indigno”.
Cayucos en la costa Alfonso Masoliver
Esto es importante. El islam indica que la dignidad humana (waqar) corresponde a un derecho que trae consigo obligaciones, como no robarles la dignidad a otros o evitar la humillación personal en la medida de lo posible. Controlar la ira, pensar antes de hablar o escuchar a los mayores son atributos que se añaden igualmente a aquello que el Corán anima a comprender dentro de esta percepción de la dignidad. La sharía incluye la dignidad como una forma de amor a Dios; un acto indigno, por tanto, a ojos del imán, significa en este caso una ofensa al Misericordioso.
¿Qué le queda al inmigrante que abandonó sus pertenencias, se despidió de su familia, malvivió durante días en el Atlántico sin asearse y apenas sin espacio para hacer sus necesidades? ¿Por qué debe luchar desde el momento en que sus pies desollados tocan tierra en Canarias? ¿Por recuperar la dignidad? ¿Mantenerla? ¿Y cómo hacerlo?
Hasán menciona, en primer lugar, que “es necesario respetar las leyes del país donde uno llega”. Buscar empleo. Ser un buen ciudadano. Ser digno. El imán narra la anécdota del judío y Mahoma para subrayar la importancia que concede el islam a la convivencia entre diversas religiones. Dicha historia, muy conocida entre los creyentes, habla de un judío que vivía junto a Mahoma, aquel en quien todo conocimiento es reunido, y que arrojaba basura a diario contra su puerta. El mensajero de Alá procuraba cumplir con la dignidad que predicaba, mostrando siempre su amabilidad hacia el vecino, aguantando sus afrentas en silencio piadoso hasta que llegó un día donde el judío dejó de arrojarle basura en la puerta.
El Profeta, Dios le confiera Su paz, extrañado por la interrupción en los insultos, pensó que el judío estaría enfermo y tomó la decisión de visitarle en su casa para encontrarle envuelto en fiebres. Pero no quiso mofarse de su mala fortuna y escogió sentarse con él y desearle una pronta recuperación.
Este es un acto digno pero también un gesto de convivencia religiosa. Respeto mutuo. Y Hasán señala que “un buen musulmán se mete en la cama antes de las doce de la noche, no sale a emborracharse”, mientras critica a los jóvenes británicos tan comunes en las islas y que aprovechan las horas de luna para beber y armar jaleo. Critica la falta de dignidad, no sólo de los británicos, sino también la de los europeos, y su discurso se dirige bruscamente hacia las mujeres occidentales y su forma de vestir: “pensáis que vuestras mujeres son más libres que las nuestras, ¿pero realmente es libertad que tu brújula social te obligue a practicar el acto sexual con desconocidos?”.
El imán dedica los siguientes minutos a discutir que los marroquíes (o los musulmanes en general) estén más inclinados al crimen, tras ser interrogado a este respecto. Su tesis es breve, es una sentencia firme que descorre el velo de sus ideales. “La ley islámica corta la mano al ladrón y vuestras leyes le dejan libre”. Aduce así que la criminalidad en general en España se debe a la laxitud de sus leyes antes que a la inmigración.
Hasán Lahsini responde a las cuestiones sin titubear. No existen métodos de ayuda por parte de la mezquita para contribuir en la acogida de inmigrantes pese a que la mayoría sean musulmanes, como no sean las limosnas que conceden los fieles por obligación a la sádaqa (caridad), y su respuesta encaja con la de otros imanes entrevistados en las islas. Si alguien necesita ayuda, siempre puede llamar a la Cruz Roja o a cualquiera de las organizaciones disponibles en España.
El nombre de la mezquita se debe al hombre que trajo el islam a España. Porque Táriq Ibn Ziade, a ojos del imán, antes que un conquistador (que es como le consideramos los españoles), fue un difusor de las enseñanzas del Mensajero y, como tal, se trata de un santo del islam al que valorar más allá de sus logros militares y tomando como referencia un plano puramente religioso. Reconoce que considera Canarias “medio marroquí” en términos culturales y climatológicos. Igualmente, señala al hablar del terrorismo que “si una persona hace algo en nombre del islam no significa que el islam lo avale. Los musulmanes pecan también de indignos, incluso sin darse cuenta”.
Pero el imán está preocupado. Y no lo oculta. Se queja en varios puntos de la entrevista por la falta de fe de muchos de los musulmanes que aterrizan en las Canarias y la conversación deriva hacia el discurso que acusa a Occidente de “destruir religiones” con sus técnicas de márketing creadas por los yanquis, y Hollywood. Pese a que la comunidad que acoge la mezquita de Táriq Ibn Ziade es más numerosa que otras de Lanzarote, todavía “faltan muchos fieles en el rezo de los viernes” según este imán que señala como máximos culpables a los subsaharianos, antes que los magrebíes.
Musulmanes durante el rezo Alfonso Masoliver
Algo ocurre una vez llegan a Europa, Hasán ignora lo que será, pero muchos subsaharianos sucumben como sucumbieron antes que ellos tantos cristianos europeos que abandonaron la religión por el ocio. Y para Hasán hay algo de indigno en todo esto.
Rascando descubre uno que una posible islamización de España debería superar primero un sinfín de obstáculos, entre los que se encontraría el papel del continente europeo como “destructor de religiones”, cristiana pero también musulmana, a medida que los mahometanos participan en números cada vez mayores de la sociedad europea y se ven envueltos en las dinámicas culturales que dan forma a Occidente.
Hasán suspira. Vuelve a suspirar y mira a su alrededor, clavando la mirada en las esquinas de su mezquita como buscando algo. La entrevista con él tuvo lugar un viernes, justo después de la yumu’a (la última azalá del día de la semana más importante para los musulmanes): apenas una treintena de personas habían acudido a escuchar al imán (de 20.000 que pueblan la localidad de Tías) y el marroquí se quejaba de que casi ninguno era menor de 25 años.