Héctor Berenguela (65) era párroco de Porvenir en 2001 cuando se desataron las acusaciones por abuso sexual contra el sacerdote salesiano Antonio Larraín Pérez-Cotapos.
A pesar de ser sacerdote, fue uno de los pocos que apoyaron públicamente a las madres que presentaron la denuncia. Después de ser trasladado a Santiago, él renunció a la congregación en octubre de 2004.
Hoy, dedicado a la sanación y con la aparición de un nuevo caso que enloda la imagen de un sacerdote, insiste en sus acusaciones contra la institución que alguna vez lo acogió.
-¿Qué le parece el caso de Marcelo Morales?
-Me parece terrible, pero no me sorprende. El problema está en los superiores que siempre saben lo que ocurre con las personas, pero aún sabiendo no los sacan. A mí me tocó ver cosas similares. El problema está en los formadores que a veces están desviados. El joven se acerca a ellos y si tienen su cabeza limpia va a saber separarse a tiempo, pero si no, no. Estos sacerdotes no se dan cuenta, pero arruinan la vida de esos pobres niños.
-¿Qué recuerdos le quedan del caso del sacerdote Antonio Larraín?
-Lo único que hizo la Iglesia con ese caso fue demostrar poder, pero sé que ahora proceden mal, son sucios. Yo mismo escuché a la gente que denunció; eran cinco familias. Un papá no se atrevió a denunciar porque era militar; otro, porque era funcionario de la gobernación. Sólo dos mamás lo hicieron. La hija de Carmen Castro una de estas mujeres está muy mal. Ella va a necesitar sicólogo de por vida.
-¿Qué es la Iglesia para usted ahora?
-La Iglesia dejó de ser una institución de fe y de respeto.