Mientras que en las fachadas de otros ayuntamientos aparecía la bandera arcoiris del día del orgullo gay, en el de Cabra cada uno de sus balcones mostraba una enseña con un viva dedicado a la virgen de la Sierra
A lo largo de mi vida he vivido en ciudades como Sevilla o Córdoba, también en un pueblo pequeño, de unos diez mil habitantes, y en poblaciones pertenecientes a lo que, desde una perspectiva geográfica, se denomina agrociudades andaluzas, lugares donde ha existido una actividad tradicional ligada a tareas agrícolas e industriales derivadas de las primeras (como es el caso de la vid o del olivo). Vivir en un pueblo no conlleva la situación de aislamiento que se sufría hasta hace poco más de treinta años, cuando leíamos con un día de retraso la prensa de ámbito nacional. Las comunicaciones han cambiado, de modo que aunque la distancia en kilómetros sea la misma, no lo es desde el punto de vista del tiempo invertido en recorrerlos. No obstante, la vida cotidiana en los pueblos, con sus grandes ventajas, puede llevar a la monotonía, tanto en las costumbres como en las relaciones con los demás.
Claro que también te encuentras novedades, como ocurrió en mi pueblo el pasado viernes, pues el Ateneo Ciudadano de Cabra organizó una mesa redonda cuyo título era Desigualdad e igualdad en libertad , con el fin de tratar acerca de en qué condiciones se había desarrollado esa libertad entre homosexuales, de modo que por primera vez se trataba esta cuestión en nuestro pueblo. Moderó el profesor Octavio Salazar, y junto a él estaba el periodista José Luis Serena, que ofreció la visión de los medios de comunicación sobre el tema, y las dos personas que habían sido las primeras en contraer matrimonio en Cabra de acuerdo con la reforma aprobada en 2005 y que permitía la posibilidad de que lo hicieran personas del mismo sexo. Eran Manuel Piedra e Inmaculada Tellado. No trato de hacer una crónica del acto, pues para eso había allí periodistas presentes, lo que me interesó sobre todo fue la exposición de Manuel Piedra (conocido como Manolo el Zeta ), entre otras cosas por la dignidad que demostró, por la inteligencia con la que utilizó la ironía para describir determinadas situaciones, y sobre todo por su capacidad para analizar lo que fue la España del franquismo. Recordó que había nacido en plena postguerra y resaltó algunos casos concretos de su experiencia, sin citar nombres, donde salían malparados alcaldes, curas y representantes de la Benemérita. Y al mismo tiempo explicó su esperanza en el momento en que se aprobó la Constitución, en ningún momento habló de revancha, ni de venganza y defendió la necesidad de mejorar la educación. Resaltó su vinculación con la Semana Santa y con determinadas imágenes y al tiempo hizo una encendida defensa del laicismo. Fue todo un ejemplo de honestidad intelectual, que todos los asistentes le reconocimos con aplausos en sus intervenciones. Se definió como cabreño, no egabrense, aunque reconoció que había nacido en Cabra cuando tenía seis meses, por eso el presidente del Ateneo dijo al final que se proponían iniciar el procedimiento para que se le reconociera como hijo adoptivo, a lo cual me sumo desde estas páginas, como estoy seguro que harán otros muchos ciudadanos.
A lo largo del debate y del coloquio aparecieron otros temas, se habló de derechos, de igualdad, de cultura cívica y de educación. Sin embargo, y creo no equivocarme, allí no había ningún miembro del equipo de gobierno del Ayuntamiento, ni estaba la delegada de Igualdad, ni el de Cultura ni el de Educación. Mientras que en las fachadas de otros ayuntamientos aparecía la bandera arcoiris del día del orgullo gay, en el de Cabra cada uno de sus balcones mostraba una enseña con un viva dedicado a la virgen de la Sierra, a cuya cofradía previamente el ayuntamiento le ha concedido 18.000 euros para que la imagen viajara a un acto propagandístico del obispo de Córdoba, empeñado en que nos olvidemos de que en Córdoba hay una mezquita.
* Historiador