Eslava Galán reúne en ‘La madre del cordero’ curiosidades y anécdotas de la simbología de la Iglesia.
«¿Cómo era en realidad Jesús, el Jesús maduro que murió en Jerusalén brutalmente torturado por los romanos? ¿Era alto, rubio, ojos azules, atlético, de anchas espaldas, aunque sin exagerar, y el culo en su sitio, un tipo nórdico como nos lo pintan las estampas, los cuadros y últimamente las películas? ¿O, por el contrario, respondía a lo que sería un campesino galileo del siglo I, no muy alto, moreno, ojos melados, pelo hirsuto, barba y bigote y la cara un poco de alelado, como nos propone el estudio recientemente realizado por un equipo de la BBC y Discovery Channel tras analizar antropométricamente calaveras de judíos compatriotas y coetáneos del Salvador?». Estas preguntas, ante las que el autor acaba sincerándose en una nota a pie de página -«nos gusta más el Jesús nórdico de las estampitas que hacen suspirar a las novicias, el que hacía levitar a Santa Teresa»-, forman parte de las curiosidades de la iconografía cristiana que explora Juan Eslava Galán (Arjona, Jaén, 1948) en su libro La madre del cordero, editado por Planeta.
El escritor jiennense combina, como es ya costumbre en su obra, su interés por la divulgación con cierta comicidad: analiza, volviendo a la imagen de Cristo, las diferentes representaciones que se han hecho de él, pero no tiene reparo en explicar en el título que éste tiene más disfraces que Mortadelo (con el debido respeto). «He querido que este libro fuera una guía que llevara al lector por una simbología tan compleja como la cristiana, pero también he pretendido que fuera divertido», señala sobre una obra en la que su creador defiende una convicción: que una cosa es el laicismo y otra la ignorancia. «Podemos ser laicos o descreídos, yo lo soy, pero conviene que tengamos cierta cultura para entender muchos elementos que nos rodean, en nuestras iglesias o nuestros museos. El arte de los últimos veinte siglos ha sido cristiano, ¿por qué vamos a darle la espalda?», reclama el narrador, que en su trabajo como profesor fue advirtiendo con inquietud «cómo las generaciones más jóvenes cada vez tienen menos idea de lo que ven cuando van a una iglesia. La historia sagrada que se estudiaba antes ya no está en los planes de estudio, y ocurre que hay una iconografía muy rica que tiene relación con la Biblia y con la Iglesia católica y la gente no la conoce. Cuando estos jóvenes van a un museo, por ejemplo, y se encuentran con la iconografía de una virgen no saben interpretar qué significan los colores, o si están ante una santa no entienden por qué lleva los pechos en una bandeja».
Con el propósito de descifrar ese «libro mudo» y «todas las historias» que esconden las iglesias a través de sus símbolos, Eslava Galán detalla un sinfín de cuestiones: desde las partes de un templo o los estilos arquitectónicos a lo largo de los siglos, desde las diferentes clases de vírgenes hasta los pasajes más destacados de la Biblia, esa obra magna ante la que algunos «bienintencionados samaritanos» advierten colocando una pegatina en los ejemplares de los hoteles: ese texto sagrado incluye «suicidio, incesto, bestialismo, sadomasoquismo, sexo violento, terror mórbido, uso de drogas o alcohol, voyeurismo, venganza, desprestigio de las autoridades, anarquía, conculcación de los derechos humanos y atrocidades».
El paroxismo que ha alcanzado el fervor cristiano en sus dos mil años de historia encuentra un apropiado reflejo en la mirada irónica de Eslava Galán, como ocurre en el capítulo de las reliquias: «Hay suspiros de la Virgen metidos en una botella, leche de la Virgen… y los pañales de Cristo, espero que limpios, se perdieron en la Catedral de Gerona en la guerra», enumera el autor de El comedido hidalgo o Señorita. «Y el lignum crucis, el trozo de la cruz de Cristo», añade con sorna, «es causa directa de la deforestación de Oriente Medio: aquello era un bosque y ahora es un desierto». No es el único disparate de un fenómeno que se propagó a partir del Concilio de Trento, en el siglo XVI, cuando empiezan a valorarse las reliquias y los grandes señores las coleccionan con devoción. Prepucios de Cristo, informa Eslava, hay nada menos que 14. «Le cortaron el asunto como si fuera un calamar y está repartido por Europa», afirma el autor.
En su libro, Eslava Galán sostiene que el origen del «abultado censo de los santos cristianos» es una consecuencia del culto de los romanos a un dios «para cada posible actividad». Había, recuerda, «un dios que maduraba las espigas, otro que te encontraba una llave que habías perdido, otro que te aliviaba las hemorroides…», dice. «Los primeros cristianos, como antes habían sido paganos, echaban de menos a esos dioses menores. No creían que el único Dios de su nueva religión tuviera tiempo de atender, Él solo, a tantos creyentes». El santoral reserva en este volumen sorpresas bien jugosas: Eslava explica la leyenda apócrifa del coño de la Bernarda, reivindica a San Foutin como remedio contra la disfunción erectil, y salva el honor de María Magdalena, víctima de un equívoco que arruinó su reputación: no hay fragmento en el Evangelio, aclara, que revele que esa mujer era prostituta.
LA MADRE DEL CORDERO. CURIOSIDADES Y SECRETOS DE LA SIMBOLOGÍA CRISTIANA. Juan Eslava Galán. Planeta. Barcelona, 2016. 400 páginas. 21 euros.