El éxito del modelo turco demostraría que existe un espacio de convivencia entre la fe musulmana y las libertades
No es para menos. Desde este edificio se dirigen las 80.000 mezquitas repartidas a lo largo de todo el país. Se negocia el presupuesto para su mantenimiento, se designan a los imanes que se ocupan de ellas, se preparan los sermones, se filtran los mensajes; en definitiva, se imprime el carácter del islamismo turco. Con toda razón, al hombre que está al frente de toda esta estructura, Ali Bardakoglu, se le conoce por el Papa turco.
"Si se limita a contar minaretes, Europa puede confundirse con Turquía", advierte Bardakoglu al tratar de responder a la inquietud que pueda despertar la presencia de un verdadero gigante islámico dentro del territorio europeo. "Nosotros no vivimos nuestra religión como una religión de desunión, de enfrentamiento, aferrada a los valores del siglo V. Nosotros discutimos cómo tiene que ser la religión del siglo XXI: abierta, tolerante, respetuosa de los derechos humanos, del medio ambiente, que condene de manera clara la violencia".
El Papa turco no descarta que se hayan podido desarrollar o intenten desarrollarse en el futuro focos de fundamentalismo entre los musulmanes de su país. "No me atrevo a decir que los 80.000 imanes que tenemos piensan como yo. No puedo negar que haya algunos intentos de predicar versiones distintas, más radicales o más conservadoras", dice.
Todos esos intentos, añade Bardakoglu, vienen desde fuera de Turquía y tienen, según él, escasas posibilidades de echar raíces en Turquía porque chocan con la tradición moderada del imperio otomano y con las estrictas limitaciones de Estado secular. Además, la Presidencia de Asuntos Religiosos dirige una extensa política de información y formación para combatir el fanatismo e inspecciona los programas de estudios de 22 facultades de teología.
Uno de los profesores de esas facultades, Bekir Karliga, que imparte clases en tres universidades de Estambul, asegura que sus estudiantes aprenden religión desde una perspectiva "positiva y abierta", en armonía con las tradiciones occidentales y con otras grandes religiones del mundo. "Los jóvenes del mundo islámico viven en el medio de un volcán”, reconoce, “pero es difícil que esas turbulencias nos afecten aquí porque aquí tenemos bien interiorizada la compatibilidad entre modernidad y religión”.
Más contundentemente, Mensur Akgün, director del Programa de Política Exterior de la Fundación de Estudios Económicos y Sociales de Estambul, afirma que, entre los jóvenes, existen, desde luego, algunas minorías marxistas e islamistas radicales, “pero la mayoría”, añade, “no tienen interés en la política, observan las cosas desde lejos, prestan sin duda mucha más atención a MTV que a Al Yazira”.
Ali Bardakoglu explica, en esencia, los valores del islamismo que se practica en Turquía: “Nadie tiene la capacidad de decidir quién es mejor o peor musulmán. Nosotros querríamos, por supuesto, que todos menor, acontecimientos todos los musulmanes cumpliesen con todos los preceptos de la religión, pero es responsabilidad de cada uno, a cada cual le corresponde decidir al respecto y nadie puede juzgarle por ello. Se puede ser una buena musulmana sin usar el velo. Una mujer adulta, en la playa, con bikini está, por supuesto, incumpliendo el precepto religioso de cubrir su cuerpo, pero no puedo rechazarla por eso porque a lo mejor en lo demás está llena de valores. Por igual razón, por beber alcohol no se deja de ser musulmán”.
Bardakoglu es consciente de que, en el fondo, lo que se pretende saber al observar con tanta meticulosidad el islamismo turco es si éste resulta fiable para Occidente, si se puede confiar en Turquía y en su estabilidad futura, si se puede confiar en el Gobierno de base religiosa turco, si todo ello es compatible con las reglas de la democracia.
No es una preocupación menor, sobre todo teniendo en cuenta acontecimientos recientes. El pasado mes de mayo un juez fue asesinado y cinco de sus compañeros heridos por un islamista radical, según la policía, que quería vengarse por una decisión judicial a favor de la prohibición del uso del velo islámico.
Este atentado, cuyas posibles conexiones nunca han sido del todo aclaradas, ha sido para los sectores preocupados por el auge islamista la prueba de que su preocupación es cierta. Los jueces, blanco en esa ocasión de la violencia terrorista, se encuentran, en efecto, de forma destacada entre esos sectores laicos.
La juez Esma Özkan, del Alto Tribunal de Apelaciones, uno de los más importantes del sistema judicial turco, respalda plenamente la decisión de su colega asesinado y se hace eco de los peligros que ella, como otra gente, ve en las concesiones a los sectores religiosos: “El velo es un regreso al pasado, no un progreso. Su uso es una manera de hacer algo contra el sistema. Después de tantos años de lucha por la secularización, ¿a qué viene ahora esto? Mucha gente cree que si ahora aceptamos el pañuelo, mañana nos obligarán a usarlo a todas, como en Irán”.
Esma Özkan entiende que la justicia sea objeto de las iras de los religiosos porque “la justicia es uno de los garantes del secularismoen la medida en que hace respetar el imperio de la ley”. “Nuestra obligación”, sostiene, “es identificar las amenazas a la democracia para impedir que prosperen, identificar a aquellos que pretenden aprovecharse de los instrumentos de la democracia para destruirla. El atentado de mayo es la prueba de todo esto”.
En los despachos de este Alto Tribunal no está permitido, por supuesto, el uso del velo. Pero esto no significa, según Özkan, que exista una discriminación contra los creyentes en el acceso a los cargos judiciales. “Si hablamos de gente que cree en Dios, los hay en posiciones relevantes en la justicia; si hablamos de religión pensando en algo más que eso, no, no hay nadie”.
Los sectores religiosos, sin embargo, acusan a los jueces de ser más fieles al Ejército que a la voluntad popular. “Yo no creo que los jueces sean particularmente sensibles a los deseos del Ejército”, se defiende Özkan. “Toda la sociedad tiene una sensibilidad especial por el Ejército, al que ven como garante del secularismo”.
En efecto, encuesta tras encuesta, el Ejército aparece siempre con diferencia como la institución más respetada de Turquía. Anclado en la tradición autoritaria del país, el Ejército turco no ha llegado a democratizarse plenamente ni renuncia a tener un papel político. Las declaraciones de los altos mandos sobre asuntos de actualidad son frecuentes, y comúnmente interpretadas como llamadas de atención al Gobierno. La última, en mes de junio pasado, cuando el Primer Comandante del Ejército, general Ilker Basbug, alertó sobre el peligro de introducir en la sociedad “divisiones innecesarias”.
Todo el mundo interpretó que se estaba refiriendo a la posibilidad de que el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, intente el próximo mes de mayo convertirse en el próximo presidente. La elección le corresponde al Parlamento, donde el partido de Erdogan (Partido del Desarrollo y la Justicia, AKP) tiene mayoría absoluta. Sin embargo, el Ejército ha hecho ver por todas las vías posibles que, si le está costando sobrellevar la presencia de un político islámico en el Gobierno, le resultaría casi imposible de aceptar que Erdogan se siente en la silla de Ataturk.
El propio Erdogan tiene que decidir si plantea o no ese desafío, aunque la opinión mayoritaria entre analistas y diplomáticos es que Erdogan, que ha demostrado ser un pragmático, buscará una forma para salvar la cara sin aspirar personalmente a la presidencia.
Este episodio pone en evidencia, en todo caso, la excepcionalidad de la democracia turca en comparación con la Europa a la que pretende integrarse. El proceso al escritor Orhan Pamuk y la represión de muchas expresiones del nacionalismo kurdo son otros ejemplos del camino que Turquía tiene todavía que recorrer hasta alcanzar los estándares de la Unión Europea. Pero ninguno de esos obstáculos se asemeja al reto que supone el carácter musulmán del conjunto del país.
Incluso el papel excepcional del Ejército —tan vigilante del auge religioso que cada año purga entre sus filas a los oficiales que han expresado de forma sospechosa su fe— es tolerado por quienes ven en el islamismo, y en sus aliados en el Gobierno, el verdadero enemigo a combatir.
Entre ellos, el principal partido de la oposición, formalmente socialdemócrata, el Partido Popular Republicano (CHP, en sus siglas en turco). Onur Öymen, diputado y vicepresidente del CHP, afirma que, en efecto, “es normal que el Ejército esté preocupado por las actividades contra el laicismo porque el laicismo, a la vista de la situación en Oriente Próximo, es una garantía para la seguridad, y es normal que el Ejército se preocupe por la seguridad”.
Onur Öymen asegura que “este Gobierno no lo dice abiertamente, pero trabaja para que Turquía sea un Estado religioso”. “Este Gobierno no comparte el valor del laicismo, trata de redefinir ese concepto. Este Gobierno apoya a instituciones islamistas y escuelas islamistas. Quiere fomentar la escuela religiosa y formar a los futuros administradores del país con valores religiosos”.
Öymen no duda en advertir de que “la República está bajo un grave peligro”, y su partido ha hecho un llamamiento a todas las demás fuerzas de izquierdas y de derechas para integrar una gran coalición en defensa de los valores del secularismo.
¿Tan delicada es la situación? Un informe de julio de 2005 del centro norteamericano Pew sobre el extremismo islámico en el mundo mostraba algunos datos que parecen respaldar los temores del CHP: un 47% de los turcos pensaba que el radicalismo religioso constituía una amenaza en su país, un 20% justificaba “alguna vez o extraordinariamente” a los terroristas suicidas, un 62% creía que el islam juega un importante papel en la política, un 64% se oponía a la prohibición del velo.
No hay ninguna razón para pensar que esos datos hayan variado sustancialmente en el último año. Las manifestaciones del pasado invierno contra la publicación de las célebres caricaturas de Mahoma en Dinamarca encontraron un respaldo masivo en Turquía. El propio Erdogan hizo algún gesto diplomático de repudio al Gobierno danés. Pero también es cierto que en ninguna de esas manifestaciones se produjeron incidentes y que, por supuesto, los occidentales no se han visto jamás molestados en las calles de las ciudades turcas.
Para Murat Mercan, diputado y dirigente del partido del Gobierno, el AKP, “el radicalismo islámico es, desde luego, un problema al que siempre hay que estar atento”, pero “no es el principal problema de Turquía, el peligro aquí es el radicalismo nacionalista”. “La religiosidad está creciendo en todo el mundo, también en Turquía”, admite Mercan, “pero de lo que tenemos que preocuparnos es del crecimiento de un nacionalismo étnico”.
El prestigioso columnista Mete Belovacikli, del diario en inglés The New Anatolian, afirma que, en los últimos años, “el AKP se ha convertido en una fuente de inestabilidad”. Por el contrario, Akif Bülbül, director de noticias del diario Türkiye, cree que “se está buscando el enfrentamiento entre laicos y religiosos”, pero confía enque “Erdogan es consciente de eso y no hará nada que contribuya a incrementar la tensión”. “Erdogan sabe”, añade Bülbül, “que tiene enfrente un bloque secularista suficientemente poderoso”.
De la habilidad de Erdogan para conducir esta situación depende, efectivamente, gran parte de la suerte de este experimento turco. Las encuestas expresan altos índices de respaldo al Gobierno y una sólida confianza en la moderación del primer ministro. “Este Gobierno está impidiendo el crecimiento del radicalismo islámico en Turquía”, sentencia el profesor Mensur Akgün.
Ala moderación o el pragmatismo de Erdogan —“quizá algunos quieran una república islámica, pero saben que no es posible”, insiste Akgün— se une, según varios analistas, la moderación y el pragmatismo crecientes del Ejército. “Ésta no es una situación en blanco y negro”, asegura el profesor Atilla Eralp, “ni los grupos religiosos están tan perseguidos ni el Ejército es tan fanático. El Ejército está cambiando, y la tendencia dominante en su seno es la de que hay que entrar en Europa. El Ejército acepta que el objetivo de la UE encaja dentro del sueño de Atatürk. El Ejército no quiere gobernar, no quiere estar el mundo”.
Si todas las piezas acaban encajando —ningún bando puede ser derrotado—, el éxito de Turquía significaría el triunfo de todos cuantos buscan en el mundo un espacio de convivencia entre la fe musulmana y los valores de la democracia occidental. Seguramente es algo más que una casualidad el hecho de que más de 600.000 turistas iraníes y 300.000 israelíes visitaran en 2005 las playas turcas.
Pero será, sobre todo, el éxito de la vía turca una gran noticia para Europa. En una década, Turquía sería el país más poblado de la Unión Europea. Dentro o fuera de esa organización, Europa se verá obligada a tratar con un país complejo que representa la 19ª economía del mundo, pero el puesto 96 en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU. El extremismo islámico parece estar contenido ahora, entre los progresos democráticos y las esperanzas de progreso dentro de Europa. Pero ¿qué será de una sociedad frustrada en la que una cuarta parte de la población vive por debajo del índice de la pobreza?
Los contrarios a la incorporación de Turquía a la UE alertan, por su parte, del impulso que eso supondría para las fuerzas islamistas en toda Europa. Turquía es un país islámico y no parece tener intención de dejar de serlo, no hay duda de eso. Con todas las reservas lógicas de un futuro imprevisible, lo que sí puede apreciarse hoy, no obstante, es un esfuerzo casi emocionante por hacer ese islamismo aceptable para el club europeo, al que quieren ardorosamente sumarse.