En Túnez, el Gobierno islamista de Ali Laarayed acaba de dimitir y entregar el poder a un primer ministro tecnócrata, Medhi Jomaa, con el encargo de presidir un Ejecutivo interino hasta la celebración de elecciones este año. El inédito relevo es fruto de un pacto entre los islamistas de Ennahna —que han gobernado con gran tensión durante dos años— y la oposición laica para sacar al país magrebí de una peligrosa espiral de confrontación, acentuada por el asesinato el año pasado de dos políticos izquierdistas por fanáticos salafistas.
Los términos del acuerdo incluyen la inmediata terminación del borrador constitucional y el nombramiento de una nueva comisión electoral, ya designada. Los artículos aprobados de la Carta Magna perfilan un Túnez en avance inequívoco hacia la democracia, con abandono expreso de la sharia y la consagración de la libertad de conciencia y culto y la igualdad de los ciudadanos ante la ley.
La deriva trágica de los acontecimientos en Egipto ha servido a Túnez para no incurrir en los mismos dramáticos errores de su vecino. El experimento tunecino, pese a estar marcado por profundas divisiones entre los campos religioso y laico, contrasta con el violento sectarismo que ensangrienta la región. Contribuyen a ello una sociedad civil más articulada que la de sus próximos y un ejército pequeño y con poco apetito por la intervención abierta.
Que el partido que ha dominado la escena política desde la revuelta popular que derrocó en 2011 al déspota Ben Alí haya dejado el timón a un Gobierno provisional representa un gesto de madurez. A diferencia de sus proscritos correligionarios egipcios, los dirigentes de Ennahna (a los que sus compatriotas acusan con razón de indulgencia con el terrorismo islamista) parecen haber renunciado a la estrategia de la tensión, tanto en la calle como en las instituciones. En la Asamblea, los islamistas moderados contemporizan en la redacción de una Carta Magna que, de completarse en la línea actual, y pese a algunas ambigüedades, consagrará para Túnez libertades desconocidas en el mundo árabe.
Esta elección del compromiso sobre la confrontación debe extenderse urgentemente al ámbito económico. La disparada inflación, los nuevos impuestos y el desplome de su país preocupan a muchos tunecinos más que la situación política. Las violentas manifestaciones del fin de semana representan un serio aviso en el camino de Túnez hacia la democracia.