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Tras los pasos de Weber: el papel de la Ética en la educación contemporánea

La obra de Weber nos ayuda a señalar la importancia de la Ética en la formación educativa de las sociedades democráticas contemporáneas. Pero reivindicar esto de manera vaga sirve de poco cuando se trata de convencer a quienes defienden la inutilidad de una asignatura cuyas raíces se sustenten en la filosofía.

Si pensamos en Max Weber, probablemente nos venga a la mente su figura como uno de los padres de la sociología, junto con Durkheim y Marx, o sus trabajos como historiador y economista. Sin embargo, su obra y pensamiento también pueden ser leídos en clave filosófica, como recientemente ha propuesto Erik J. Boström, o en relación con la aplicabilidad de su programa científico a la ética del presente, como ha señalado José Luis Villacañas. Me parece interesante explorar estos caminos a propósito del debate generado últimamente sobre el papel que tienen la Ética y la Filosofía como materias educativas, y su sustitución en la Educación Secundaria Obligatoria.

La obra de Weber, como buen clásico, nos ayuda a señalar la importancia de la Ética en la formación educativa, intelectual y cultural de las sociedades democráticas contemporáneas guiadas por el progreso tecnoeconómico y científico. Pero solo con reivindicar esto, de manera vaga, no conseguiremos mucho más que repetir un mantra que de poco sirve para convencer a quienes dicen encontrar razones y argumentos sobre la inutilidad de impartir una asignatura troncal cuyas raíces se sustenten directamente en la filosofía. Es decir, es necesario aportar razones y contraargumentos sólidos, embebidos de sentido común, contra quienes consideran “acertado” prescindir de un espacio propio y específico para la disciplina académica que está en la base de todas las ciencias modernas.

La figura de Weber encarna el valor multidisciplinar que ejerce la filosofía al aplicarse a la economía, a las ciencias culturales o a las ciencias sociales

¿Y qué pinta Weber en todo esto? ¿Por qué Weber, si ni siquiera fue un filósofo “puro”, y no otro? Obviamente, la elección de Weber responde aquí a criterios más bien subjetivos, que trataré de defender, y no tanto a una reivindicación objetiva de su figura como elemento histórico fundamental en todo este asunto. Se me ocurren numerosos y mejores pensadores que probablemente aporten mucho más que Weber a la hora de encontrar argumentos en favor de la Ética. Sin embargo, quiero hablar de Weber, primero, por los paralelismos más que evidentes que existen entre el contexto histórico al que enfrentó sus argumentos y nuestra época actual. Y, segundo, porque su figura encarna justamente el valor multidisciplinar que ejerce la filosofía al aplicarse a la economía, a las ciencias culturales o a las ciencias sociales.

Es importante identificar primero contra quién lanza Weber sus propuestas, en un contexto como el del Segundo Imperio Alemán e impregnado de un creciente auge del nacionalismo, el idealismo y el capitalismo. Cuestiones que hoy mantienen una importante relevancia e interés con vistas al auge de ideologías nacionalistas en Europa, o a las distintas dinámicas imperantes de corte neoliberal propias del capitalismo avanzado. Además de esto, si queremos tratar a un pensador clásico como Max Weber en tanto que filósofo, debemos comprobar si su trayectoria intelectual ha dado con alguna idea fundamental sobre la naturaleza de la realidad, o sobre lo que significa ser humano. En este sentido, resulta interesante la interpretación que hace Boström en el artículo que he citado más arriba acerca de la postura que tiene Weber de la realidad, tanto epistémica como ontológicamente. Tomando como referencia su célebre ensayo La “Objetividad” del conocimiento en la ciencia social (1904), Boström describe la realidad en términos de Weber como un “rompecabezas sin fin”, donde cada pieza se compone de distintas piezas más pequeñas y predefinidas. La razón es la importancia que Weber le concede a la cultura como elemento conformador de la realidad, en la medida en que se conecta con ideas de valor. Para Weber, dice Böstrom, los valores culturales no solo influyen en la “elección de piezas” del rompecabezas, sino que afectan directamente a la forma en que lo percibimos. Por ello decimos que una ciencia de la cultura, a diferencia de una ciencia natural, no persigue una descripción de leyes objetivas de la realidad, sino que trata de adquirir el conocimiento de aquellos aspectos culturalmente significativos de la realidad; es decir, de sus fenómenos, de las distintas manifestaciones de la vida. O, dicho de otro modo: es una ciencia de singulares, no de universales.

Cuando observamos el devenir histórico, uno no ve algo así como ‘el devenir’ de la realidad, de la misma manera que estudiando la historia uno no extrae leyes universales por las que todo pueblo o nación haya de pasar necesariamente. Ahora bien: pese a que no podamos describir todas las piezas del rompecabezas, dice Böstrom, para Weber sí que estamos en disposición de elegir una perspectiva y “observar” el rompecabezas desde ahí. Esto no significa, ni mucho menos, adoptar una postura meramente subjetiva, relativista o estrictamente ideológica. Las ciencias de la cultura son para Weber inevitables potencias éticas en la medida en que se asocian con un contexto de valores que “desborda”, por así decirlo, la primera persona del singular. Decimos que la realidad no es algo inmediatamente aprehensible, pero sí es conceptualizada intersubjetivamente, y guiada por determinadas reglas racionales del pensamiento, en términos kantianos. Esto no es más que decir que el individuo maduro, a la hora de formular juicios éticos, debe asumir una responsabilidad racional más allá de pulsiones nacionalistas, narcisistas o embriagadoras.

Para Weber, un juicio ético debe estar en condiciones de identificar una causa, solo que esa causa no es de necesidad ni de legalidad. La causa que funciona en las ciencias de la cultura se relaciona con lo singular, como hemos dicho, a pesar de que las ciencias naturales puedan tener un ámbito histórico que provoque el mismo problema. Pero lo característico de un juicio ético es que, al abordar e intervenir en los fenómenos, se sitúa en el centro mismo de los deseos y las pulsiones del ser humano, actuando como una ciencia práctica. Una ciencia que aspira, a lo sumo, a convertirse en sistema de orientación, no de fundamentación de la realidad. Existe un elemento que no es impuesto por la realidad, de carácter antropocéntrico, el cual adoptamos por interés o necesidad de representarnos algo. Esto es, porque es significativo para nosotros.

Por tanto, es inevitable que al hablar de una ciencia de la cultura aparezca siempre concernida una estructura de valor. Y es ahí donde entra el juicio ético. Esto se aprecia mejor actualmente con el empleo de algoritmos en la vida cotidiana, bajo los cuales se establecen leyes estadísticas que aparentemente dejan fuera el punto de vista antropocéntrico. Un análisis en términos weberianos, sin embargo, apunta a que siempre existe algo significativo, esto es, una estructura de valor implícita en tales leyes; por ejemplo, que éstas nos permiten entrar en la oferta-demanda, o acentuar nuestro papel como consumidores.

La Ética debe emplearse no como reducto sustitutivo de la religión o la ideología, sino como instrumento de evaluación racional de nuestras creencias

Lo interesante al realizar una lectura de Weber en clave filosófica es que todo juicio ético presente en una ciencia de la cultura, como su nombre indica, refiere a la Ética como disciplina del pensamiento, no al carácter potencialmente ético de una ciencia de la cultura. La “ética de la responsabilidad” que propone Weber, como así se le ha denominado, vuelve necesaria la construcción crítica de principios generativos que autojustifiquen cuál es y cómo se produce esa significación de causas. Para Weber, este principio generativo brota del propio valor, y en el valor juega un papel fundamental la imaginación. Esto significa que la investigación resulta autoconsciente de su genealogía, y debe estar en condiciones de mostrar cómo se autojustifica, o cómo se da esa asociación de elementos. Por ejemplo, la Revolución Francesa puede ser descrita desde dos puntos de vista diferentes, pero el nivel de asociaciones puede llegar a ser ilimitado; jugamos con la estructura del relato, su significatividad, repetición, circularidad, metáforas, etc. Lo relevante para su validez en este asunto es si se ha generado el contexto adecuado que permita una explicación.

Por estas cuestiones tiene la Ética el reto de ser una disciplina capaz de mantener la forma científica de la discusión estable, no una aspiración idealista a la homogeneidad objetiva. Si Weber entendió el acto de razonar como un acto ético es por el hecho de representar un esfuerzo de honestidad intelectual. Así como la retórica puede ser empleada sin dejar de ser racional, la Ética debe emplearse no como reducto sustitutivo de la religión o la ideología, sino como instrumento de evaluación racional de nuestras creencias —muchas de las cuales tienden a almacenarse en nuestra mente por pereza, conformismo o simple ignorancia.

La supresión de la Ética en la ESO no supone un “crimen contra la humanidad”, como sí ha señalado el filósofo alemán Markus Gabriel. Sabemos que, durante buena parte de la historia, la filosofía ha vivido de espaldas a las instituciones educativas y académicas; todos los filósofos modernos que se enseñan hoy en la escuela no fueron profesores de escuela (Descartes, Spinoza, Leibniz, Hobbes, Locke, Berkeley, Hume…) y, sin embargo, la filosofía estuvo mucho más viva entonces que en siglos anteriores. Si la filosofía desaparece de la secundaria, no desaparecerá el pensamiento en la secundaria. Seguirá habiendo pensamiento científico, técnico o artístico. Lo que sí puede suceder, y de hecho sucede, es que se dé una sustitución de la filosofía por un contenido ideológico o religioso. Y es esto precisamente contra lo que nos advierte Weber. La escuela, al igual que la universidad, debe buscar la construcción de los cimientos de comunidades más autocríticas. No la consolidación de sectas fanáticas.

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