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Tapices, herencias y palabras vanas

Es curioso el funcionamiento de la mente humana. Cuando una idea cualquiera, por falsa que sea, es repetida y reforzada de manera reiterada, se movilizan una serie de conexiones neuronales en nuestro sistema límbico cerebral que, si no se emplea la racionalidad y la capacidad analítica que se asientan en el neocórtex, pueden acabar convirtiéndose en una verdad asumida, aunque sea contraria del todo a lo que sucede en la realidad. En este axioma básico se sustenta todo tipo de manipulación y de adoctrinamiento ideológico que, como es obvio, es mucho más efectivo en la infancia, esa etapa de nuestra vida en que aún carecemos de herramientas racionales para defendernos de la mentira y de cualquier adulteración inducida de la realidad.

Y digo esto porque suele ser frecuente que asumamos como ciertas e incuestionables algunas premisas o ideas a las que se nos induce a creer desde la infancia, cuando, sin embargo, un simple vistazo a la realidad demuestra su falsedad. La humanidad entera, por ejemplo, siguiendo la concepción geocéntrica del cristianismo, ha considerado durante muchos siglos que el planeta Tierra era plano e inmóvil, hasta que, a finales del siglo XVI, Galileo Galilei demostró que giraba, en realidad, alrededor del Sol, lo cual, por cierto, le llevó a ser encarcelado, perseguido y declarado hereje por la Iglesia católica. Pues como este caso hay miles.

Un caso similar sería la idea, con la que se nos adoctrina desde la más tierna infancia, de que la religión es espiritualidad, lo cual es falso. Siempre digo que la persona más espiritual que conozco es una mujer atea y racionalista, una gran amiga que lleva toda su vida comprometida en ayudar a los demás. Y, en esa misma línea, se nos induce a creer que la Iglesia católica, o cualquier otra religión, se dedica a ayudar a los desfavorecidos, que renuncia a los bienes terrenos, que rechaza cualquier tipo de riqueza material y que basa su moral en la austeridad y la pobreza.

Nada más lejano a la realidad. La Iglesia católica atesora la mayor fortuna del planeta. Firma acuerdos, o concordatos, con los gobiernos de los países de su órbita para obtener cantidades astronómicas de dinero público, así como exención en los impuestos y beneficios de todo tipo. Inmatricula a su nombre numerosos bienes inmuebles, es poseedora de acciones en empresas y multinacionales, sólo en España se ha adueñado de casi el sesenta por cien del suelo; tiene bancos, inmobiliarias, financieras, invierte en bolsa, recibe continuamente subvenciones, donaciones, herencias, negocia y trafica con activos de todo tipo. Y, sin embargo, en sus arengas y en su supuesta moral ensalza la pobreza y la austeridad, y argumenta que sus intereses son “divinos” y no humanos.

Esta reflexión viene a cuento de una noticia, publicada por El País el pasado sábado,  que se hace eco de una larga pugna entre el arzobispo de Madrid, Rouco Varela, y una asociación civil por 23 valiosos tapices flamencos de los siglos XVI Y XVII, cuyo valor se calcula entre dos y tres millones de euros. Los tapices fueron legados en herencia a la asociación Santa Rita de Casia, dedicada a la ayuda de mujeres maltratadas, por una madrileña, Victoriana Oliva, en 1869. Y el arzobispo de Madrid, al enterarse de su existencia, abolió la asociación obviando que no era religiosa, sino estrictamente civil. El juzgado 38 de Madrid falló a favor de la asociación en cuestión, por tratarse de la única beneficiaria de la herencia de Victoriana. Pero, contra todo pronóstico, la Audiencia de Madrid acaba de revocar esa sentencia y otorga, de manera inaudita, la propiedad de los tapices al arzobispado.

Cuesta creer que los mismos que hacen un gran y fructífero negocio hablando de pobreza, de ayuda al prójimo y de caridad, se esmeren tanto, en la realidad, por adueñarse de bienes de otros, y más si esos bienes iban a ser destinados a la ayuda de un colectivo vulnerable y necesitado, las mujeres maltratadas. Aunque ése es otro cantar. La misoginia cristiana, base ideológica primigenia del machismo y del maltrato femenino, sigue siendo alentada, en pleno siglo XXI, desde la curia eclesiástica. Recordemos el libro que acaba de editar el arzobispado de Granada, Cásate y sé sumisa, en el que se enaltece, de manera intolerable, la violencia machista. Sería, por tanto, pedir peras al olmo el considerar que los arzobispos llegaran a mover un dedo por paliar un daño humano y social que su propia institución lleva veinte siglos originando y promoviendo.

Y, sin embargo, millones de seres humanos continúan adheridos a los falsos códigos morales de la religión y creyendo ciegamente en ella. El nuevo Papa católico acaba de verter afirmaciones contrarias al neoliberalismo, pero las palabras sin hechos son cosa muy vana. No sé si se trata de la vulnerabilidad o, directamente, de la estupidez humana. Porque, como decía el insigne Sigmund Freud, la religión es lo más equiparable a una profunda neurosis infantil. O quizás sea, parafraseando a Séneca, que “la religión es considerada por la gente idiota como verdadera, por la gente sabia como falsa, y por los gobernantes como algo muy útil”. Que se lo digan a los del PP.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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