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Tan buen muchacho

¿Cuál es la explicación de que Younes Abouyaaqoub, 22 años, tan buen muchacho que incluso hablaba catalán correctamente, enfilara con una furgoneta las Ramblas matando hombres, mujeres y niños, y luego en su huida aún apuñalara definitivamente a un hombre más? La explicación no se conoce, porque la conducta humana, en el caso de que tenga lo que entendemos por una explicación, es un misterio. Lo refleja con ingenuo patetismo la carta pública de una educadora social que trató al asesino, a él y a algunos de los otros, y que se expresa en los términos perplejos que hizo célebres Joan Manuel Serrat: «Si le diste toda tu juventud/ un buen colegio de pago/ el mejor de los bocados/ y tu amorrrr… Amor sobre las rodillas/ Caballito trotadorrrrr».

Ni la educación solvente ni el cuidado amoroso ni la integración social son garantías de nada. Y, al mismo tiempo, es obvio que la ausencia de educación, de cuidado y de integración empeoran las cosas. Lo sorprendente, sin embargo, es que en su delicado trato con los inmigrantes, en su empeño por hacer que el trabajo cultural pueda convertirse en una herramienta poderosa de civilización, el educador social de Occidente nunca denuncie la religión ni su probada capacidad de convertirse en un relato maligno. El educador social de nuestro tiempo se preocupa, y hace bien, de que no brote el relato de la islamofobia. Pero jamás les he oído explorar públicamente la trágica e indiscutible línea de continuidad que va entre gritar Allahu Akbar!, matar y matarse y la creencia en dios. Algunos de los intelectuales, más o menos, que los apoyan consideran que la religión es un mero decorado simbólico del crimen y los más, o menos, sofisticados señalan el escaso conocimiento religioso de la mayoría de los asesinos. Como si lo principal del conocimiento religioso, por no decir lo único, no fuera la fe, y entre la fe, y de modo muy especialísimo, la fe primordial del carbonero.

El educador social no se atreve a incluir en su nutrida y tan correcta caja de herramientas la deslegitimación de la patraña religiosa, prolongando así fuera de la familia y el grupo, en el espacio público, su devastador efecto reverencial. Y aún menos se atreve, en el concreto caso islamista, a quebrar su militancia en el relativismo y a proclamar la sacrílega evidencia, esto es, que el nombre y la esperanza de dios es más letal en algunos templos que en otros.

Tan misterioso Younes, y no echar cuenta del Misterio para irlo desvelando.

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