La política sanitaria de Suecia frente a la Covid ha ido a la contra de la mayoría de países europeos al apostar por no implantar el uso obligatorio de mascarilla hasta el pasado mes de diciembre. Incluso en agosto, cuando el uso de estas protecciones ya estaba extendida por todo el mundo, el epidemiólogo jefe del país, Anders Tegnell, afirmó que las evidencias científicas en las que se sustentaba su uso eran “sorprendentemente débiles”, y que podrían incluso aumentar la expansión del virus.
La política antimascarillas suecas, de las que los negacionistas se han valido a menudo para sostener sus argumentos, ha generado tal confusión que incluso ha llevado a algunos municipios del país nórdico a prohibir su uso en situaciones que en España serían inimaginables.
Por ejemplo, tal y como cuentan los académicos suecos Tine Walravens y Paul O’Shea en este artículo publicado en The Conversation, las autoridades locales de Halmstad (91.800 habitantes) prohibieron a finales de enero el uso de mascarillas en todas las escuelas de la ciudad, apoyándose en las directrices de la Agencia de Salud Pública de Suecia. Sin embargo, más tarde se han visto obligados a rectificar.
Pero no se trata del único caso. En Kungsbacka (20.000 habitantes) las autoridades han dado instrucciones a los bibliotecarios para que no las utilicen. La jefa de administración de Cultura y Ocio de la localidad, Ulkira Granfors, considera que con vigilar el aforo y que dichos trabajadores no se acerquen a los usuarios es suficiente en una instalación cerrada.