Stéphane Hessel se nos ha ido, pero su testimonio en su última etapa de la vida ha sido esencial por más de un motivo. Toda persona de bien le reconocerá que su mensaje de indignación pacífica ha conectado con millones de europeos a los que les ha insuflado alarma en las conciencias; una sana alarma que ha despertado los mejores sentimientos éticos adormecidos entre tanto consumismo complaciente, ensimismamiento egoísta con la crisis y el desconcierto ante la sensación de que nada es posible cambiar. Pero claro que lo es, como nos demuestra la historia.
Pero junto a su refrescante mensaje para que nos despabilemos frente a quienes nos han adormecido lo mejor del ser humano, Hessel ha demostrado a todos que no hay edad para ser libres. Que cualquiera puede aportar luz a los demás sin necesidad de ser un personaje encumbrado por la política o la televisión. La coherencia es de las pocas cosas creíbles, y la de este diplomático ha calado en el universo de las personas que aún conservan ideales. A pesar de que no son pocos los que han pretendido desbaratar con calumnias al movimiento del 15-M, nacido de su librito ¡Indignaos!, ha logrado convertirse en una manifestación de denuncia a la raíz del problema, que ya veremos si ha dicho su última palabra. Se ha muerto un europeísta convencido, pero no de esta Europa de los mercaderes especulativos, sino de la Europa de los valores clásicos que iluminó durante siglos con su humanismo y su cultura hasta convertirse en un referente mundial a pesar de sus luces y sombras como todo lo que tiene que ver con el ser humano.
Necesitamos a muchos profetas que sepan transmitir confianza, como lo hizo Hessel, capaces de recoger su testigo y su legado para que nos obliguen a reflexionar y actuar en serio hasta convencernos de que es posible una reorientación de la existencia hacia un mundo mejor. El gran enemigo que nos acecha es la desesperanza que a su vez genera la falta de compromiso. Lo peor de todo es que tenemos a muchos profetas a nuestro alrededor sin que apenas nos fijemos en ellos. Todos no tienen que ser como Hessel. Pueden ser personas de nuestro tiempo que nos incordien con su honestidad hasta que su ejemplo nos cuestione las peligrosas reglas de juego con las que se está construyendo -¿destruyendo no estaría mejor dicho?- la Unión Europea y nosotros con ella. Pero ni siquiera tenemos preparado el oído del corazón para escuchar, convencidos que los corruptos y los del imperio de la codicia ganarán siempre. "Crear es resistir. Resistir es crear" fue su gran lema ante la carrera del "siempre más" que nos ha llevado al lema imperante que nos está laminando; el de "todos contra todos".
Stéphane Hessel
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