Si partimos del supuesto de que la idea de Dios incluye las cualidades de la omnipotencia y de la bondad infinita, existe un argumento, defendido ya en la antigüedad por los epicúreos, cuya conclusión rechaza la existencia de un ser que reúna a la vez en su esencia esas dos cualidades. Se trata del argumento que toma como premisa fundamental la de la existencia del sufrimiento. En los últimos tiempos se lo sigue considerando por parte de diversos pensadores como un argumento concluyente en contra de la existencia de Dios. Así, por ejemplo, B. Russell lo defiende del siguiente modo:
“El mundo, según se nos dice, fue creado por un dios que es a la vez bueno y omnipotente. Antes de crear el mundo, previó todo el dolor y la miseria que iba a contener; por lo tanto, es responsable de ellos. Es inútil argüir que el dolor del mundo se debe al pecado. En primer lugar eso no es cierto; el pecado no produce el desbordamiento de los ríos ni las erupciones de los volcanes. Pero aunque esto fuera verdad, no serviría de nada. Si yo fuera a engendrar un hijo sabiendo que iba a ser un maniático homicida, sería responsable de sus crímenes. Si Dios sabía de antemano los crímenes que el hombre iba a cometer, era claramente responsable de todas las consecuencias de esos pecados cuando decidió crear al hombre. El argumento cristiano usual es que el sufrimiento del mundo es una purificación del pecado, y, por lo tanto, una cosa buena. Este argumento es, claro está, sólo una racionalización del sadismo; pero en todo caso es un argumento pobre. Yo invitaría a cualquier cristiano a que se acompañase a la sala de niños de un hospital, a que presenciase los sufrimientos que padecen allí, y luego a insistir en la afirmación de que esos niños están tan moralmente abandonados que merecen lo que sufren. Con el fin de afirmar esto, un hombre tiene que destruir en él todo sentimiento de piedad y compasión. Tiene, en resumen, que hacerse tan cruel como el Dios en quien cree. Ningún hombre que cree que los sufrimientos de este mundo son por nuestro bien, puede mantener intactos sus valores éticos, ya que siempre está tratando de hallar excusas para el dolor y la miseria”[1].
A continuación vamos a exponer y a comentar con detenimiento este argumento y cada una de sus premisas para evitar que su sencillez sea confundida con superficialidad y para que podamos calibrar mejor su alcance; presentaremos para ello las objeciones y las respuestas que a nuestro parecer resultan más interesantes.
El argumento en cuestión puede plantearse como un simple ejercicio de Lógica y podría adoptar la siguiente forma:
Primera premisa: Si existiera un ser omnipotente, infinitamente bueno y creador de todo, entonces todo lo que existiera sería bueno.
Segunda premisa: Si existe el sufrimiento, entonces no todo lo que existe es bueno.
Tercera premisa: El sufrimiento existe.
Conclusión: No existe un ser omnipotente, infinitamente bueno y creador de todo.
Comentario de las premisas y de la conclusión:
A la primera premisa se le podrían presentar diversas objeciones: la primera consiste en afirmar que efectivamente Dios lo hizo todo bueno, pero que fue el hombre quien introdujo el mal. La respuesta a esta objeción consiste en señalar, en primer lugar, que hay muchos males que no provienen del hombre (terremotos, enfermedades, sequías, inundaciones, agresividad innata de muchos seres vivos, cuya conformación biológica exige en muchos casos que deban alimentarse de otros seres vivos a quienes causan sufrimientos, etc.).
Además y aunque esta respuesta por sí sola sería ya suficiente para refutar el valor de la anterior objeción, puesto que con sólo la presencia de una mínima porción de mal no causada por el hombre el argumento conserva toda su validez, hay que señalar que si el hombre fuera causa parcial del mal, ello implicaría que el hombre, supuestamente creado por Dios, no sería bueno, ya que el modo de ser de cada cosa se conoce por sus manifestaciones y por sus obras (“operari sequitur esse”, dice una sentencia escolástica), con lo que el problema volvería a plantearse referido en este caso a la naturaleza humana.
Por otra parte y como ya hemos indicado, para rebatir esta objeción es suficiente con hacer referencia a la serie de males cuyo origen no se encuentra en el hombre sino en las adversidades de la naturaleza, que provoca el sufrimiento de los niños y el de muchos otros seres vivos, ajenos indiscutiblemente a cualquier culpabilidad que les hiciera merecedores de los males que padecen, y cuyo único delito -como diría Calderón- es el de haber nacido.
Como objeción a estas consideraciones se cae a veces en la ingenuidad de pretender explicar el mal a partir de la naturaleza, suponiendo que de esta forma Dios quedaría al margen de las diversas calamidades y sufrimientos que rodean la existencia de los seres vivos. Pero es evidente que, si la naturaleza produce el mal, en tal caso la naturaleza será mala, y, en consecuencia, de la misma manera que se considera responsable de un asesinato a la persona que disparó y no a la bala que atravesó el corazón de la víctima, igualmente habría que entender la relación entre Dios, la naturaleza y el mal, considerando a Dios como causa del mal, y a la naturaleza como un simple instrumento para su manifestación.
Otra objeción que suele presentarse es la de que el mal resulta inevitable, ya que sin él no se podría tener conocimiento del bien ni gozar de él; recordemos que ya los estoicos se habían servido de esta explicación. Sin embargo, el valor de esta nueva objeción parece claramente rechazable, puesto que quienes la presentan parecen olvidar que en la argumentación inicial se hablaba de un ser omnipotente, el cual poseería la capacidad de hacer todo aquello que no fuera contradictorio. Y, evidentemente, no parece haber contradicción en un mundo absolutamente positivo en el que para poder gozar de una felicidad plena no sea necesario que el hombre o el resto de seres vivos pase por una etapa de calamidades y de sufrimientos[2].
Llegado a este punto, algunos han terminado por concluir que junto a Dios, como ser infinitamente bueno, existiría un ser poderoso causante del mal; tenemos un ejemplo de los planteamientos que van por esta línea en la antigua religión persa de Zaratustra (s. VII a. C.), en la que Ormuz representaría el Dios benéfico y Ahrimán el Dios maléfico, que al final de los tiempos sería definitivamente derrotado. Sin embargo, en estos casos se olvida que la omnipotencia de Dios podría impedir la existencia de esa fuerza del mal, mientras que su bondad infinita le llevaría efectivamente a impedirla.
Por lo que se refiere a la segunda premisa, una de las objeciones que se le hacen consiste en indicar que quizás el sufrimiento podría ser bueno, al menos en un sentido semejante a aquel en que lo es una intervención quirúrgica, la cual, aunque resulte dolorosa, es causa muchas veces del bien de la curación. La réplica a esta objeción comienza por diferenciar el dolor en sí mismo de aquello a lo que puede conducir; pero, además, resulta evidente que si se pudiera producir una curación de forma inmediata, sin pasar por una fase de dolor, encontraríamos absurdo pasar por ella; y, si Dios existiera como ser omnipotente e infinitamente bueno, no sólo podría evitar el dolor de la intervención quirúrgica, sino también el de la enfermedad que hizo necesaria dicha intervención. Por otra parte, si el sufrimiento fuera bueno, ¿qué sentido podría tener el mandamiento de no matar y el de tratar de remediar el hambre y el sufrimiento de la humanidad?, ¿por qué, en su lugar, no fomentar las guerras y las torturas más refinadas y suprimir la práctica de la medicina?
Otra objeción que suele utilizarse a veces es la de que el hombre no esta capacitado para comprender en qué consiste la bondad de Dios, y que el propio sufrimiento podría ser bueno en algún sentido oculto para nosotros, pero compatible con esa forma especial de la bondad divina. La réplica a esta objeción consiste en señalar que referirse a la bondad de Dios como a algo ajeno a las posibilidades humanas de comprensión es utilizar palabras vacías e inútiles. Pues, si decimos que Dios es “bueno” y, a continuación, “aclaramos” (?) que “bueno” no significa lo que todo el mundo piensa que significa, y no explicamos qué es lo que pretendemos decir con esa palabra, en ese caso estaremos perdiendo el tiempo y haciéndolo perder a quienes nos escuchan. Recordemos, en este sentido, que el lenguaje es un producto humano y que el significado de las palabras no es algo que haya que esperar descubrirlo como si de un misterio se tratara, sino que somos los hombres quienes se lo hemos asignado a lo largo de nuestra evolución histórica y cultural.
Por lo que se refiere a la tercera premisa, parece totalmente superfluo discutirla, pues todos tenemos a diario nuestras propias experiencias a este respecto. Reparemos además en que, si sabemos de qué estamos hablando cuando nos referimos al sufrimiento, es sólo por el hecho de haberlo experimentado; de lo contrario, nos pasaría como al ciego de nacimiento, que por no haber experimentado nunca el color es incapaz de hacerse una idea adecuada de él.
La conclusión que deriva de estas tres premisas es, como ya sabemos, que no puede existir un ser que reúna al mismo tiempo las cualidades de la omnipotencia y de la infinita bondad, o, lo que es lo mismo, que o bien tal ser quiso pero no pudo hacer un mundo sin sufrimiento y, en tal caso, no sería omnipotente, o bien pudo pero no quiso y, en tal caso, no sería infinitamente bueno. Si, por otra parte, llegamos a considerar que el concepto de Dios sólo puede aplicarse a una realidad absolutamente perfecta, y consideramos además que el poder y la bondad deberían ser constituyentes de dicha perfección, en tal caso la conclusión evidente de todas estas consideraciones es la de que Dios no existe.
La exposición y demostración lógica de este argumento sería la siguiente:
Símbolos: p = Existe un ser infinitamente bueno, omnipotente y creador de todo.
q = Todo lo que existe es bueno
r = El sufrimiento existe
Esquema del argumento Demostración 1ª Demostración 2ª
p Éq 1. p Éq P 1. p Éq P
r É~q 2. r É~q P 2. r É~q P
r 3. r P 3. r P
~p é4. p 4. ~q RE É, 2, 3.
ê5. q RE É, 1, 4. 5. ~p RMT, 1, 4.
ê6. ~q RE É, 2, 3.
ë7. q · ~q RI ·, 5, 6.
8. ~p RI ~, 4 – 7.
Perfección de Dios y creación
Un ser perfecto, como dicen que sería Dios, es incompatible con la creación.
-¿Por qué?
-Porque, si Dios crease, lo haría como consecuencia de su deseo de hacerlo.
-¿Y qué problema ves en eso? Precisamente porque Dios es perfecto es omnipotente y esa omnipotencia es la que le permite hacer aquello que desee?
-Pero me parece evidente que atribuir deseos a Dios es una forma de antropomorfismo; es decir, es como imaginarlo con el mismo tipo de pasiones y sentimientos propios del hombre. Además, un ser perfecto se encontraría en posesión o se identificaría con todas las perfecciones sin excepción, y, por ello, no tendría sentido atribuirle deseo alguno, ya que sólo se desea aquel bien que no se posee, mientras que, por definición, Dios, como ser perfecto, se encontraría en posesión de todos los bienes.
-No acabo de entenderte. Creo que no deberías olvidar lo que antes ya te he dicho: Dios es perfecto y es omnipotente; en consecuencia, su poder le permite hacer lo que quiera, al margen de que nosotros seamos capaces o no de comprender por qué lo hace.
-Teniendo en cuenta la cualidad de la perfección que los teólogos le atribuyen, no consigo entender que Dios haya querido crear nada, a no ser que además de lo perfecto consideres que puede desear también el mundo con todas sus imperfecciones.
-Una explicación podría ser la de que Dios creó por amor, preparando una naturaleza adecuada para que los hombres, hechos a su imagen y semejanza, pudiesen gozar de la vida, del sentimiento y de la luz del pensamiento.
-Pero deberías fijarte en que ese punto de vista equivaldría a considerar que, con la creación del mundo, se produciría un incremento del bien existente; pero esa idea estaría en contradicción con la de un ser que se identifica con la bondad absoluta, por lo que dicha bondad no podría incrementarse de ningún modo. Dicho de otra manera o Dios era desde siempre el bien absoluto, por lo que la creación sólo podría significar la aparición de una realidad imperfecta, o bien la perfección divina era limitada antes de la creación, siendo por ello la propia creación lo que completaría dicha perfección divina. Parece que, desde tu punto de vista, quisieras decir que Dios llegó a encontrarse solo en medio de una eternidad vacía y que, por eso, quiso compartir su amor y su vida con otros seres. Y, en efecto, según la Biblia, el mundo fue creado en un momento determinado, mientras que Dios es eterno. Dicen que su ser es inmutable, pero el hecho de que haya habido una eternidad en la que el mundo no existía y un momento en el que Dios decidiese crearlo implicaría un cambio en Él. Para mantener tal supuesta inmutabilidad divina el mundo debería haber sido eterno junto con Dios.
Además, la infinitud de Dios implica que su ser no tiene limitación alguna, mientras que la existencia del universo y de la humanidad, en cuanto tenemos un ser propio y no nos identificamos con Dios, implica una limitación de esa supuesta infinitud, pues el ser de Dios quedaría limitado por nuestro propio ser, en cuanto ni el universo ni el ser humano forme parte del ser de Dios.
-Comprendo tus dudas, pero ya te he dicho que nos encontramos ante misterios que superan la inteligencia humana, de manera que, ante ellos, lo único que podemos hacer es ser humildes y aceptarlos mediante un acto de fe.
-Al habar así introduces nuevos problemas, pues, por una parte, afirmas que ante cuestiones relacionados con Dios nos encontramos ante misterios que la mente humana no puede resolver, pero, si nuestra mente es tan limitada para hablar de problemas relacionados con ese Dios, ¿cómo es que concedes que esa misma mente llegue a ser capaz no sólo de descubrir su existencia sino también la de conocer sus diversas cualidades, como la de la perfección? Además, introduces “la fe” como una salida ante un problema que no sabes cómo resolver, de manera que pareces suponer que hay alguien especialmente dotado o iluminado por Dios para revelarle sus misterios, mientras que los demás debemos tener fe en ese alguien y aceptar lo que él nos diga, renunciando a utilizar nuestra inteligencia para valorar hasta qué punto tales afirmaciones resultan lógicas o contradictorias. Tu actitud –sin pretender ofenderte- me recuerda a la del famoso Tertuliano, padre de la iglesia, con su famoso “credo quia absurdum”(creo, puesto que es absurdo), palabras que representan la defensa más extrema del irracionalismo. Y no creo que, si Dios existiera, nos hubiera dotado de inteligencia para renunciar o para restringir su uso, poniéndonos delante al mismo tiempo tantos misterios y el acuciante deseo de resolverlos.
[1]B. Russell: Por qué no soy cristiano, p.39. EDHASA, Barcelona, 1979.
[2]En caso contrario tendríamos que aceptar que el propio Dios necesita pasar alternativamente por sucesivas etapas de sufrimiento y felicidad por cuanto las últimas estarían condicionadas por las primeras.
Antonio G. Ninet, Filósofo (y doctor en Filosofía).