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Sobre virtudes y castidades

Desde niños nos han llenado de prejuicios sobre la virginidad haciéndonos creer que debía de ser algo de muchísima importancia

Supongo que la mayoría de las mujeres, al empezar a tener lo que llaman “uso de razón,  habrán atravesado, como yo, por una época de perplejidad y curiosidad ante un concepto, la castidad, sobre el que nos martillearon y nos llenaron de prejuicios, sin venir a cuento, en la infancia. En esos años en los que nuestras mentes no están preparadas para defendernos de ninguna perversión intelectual, hablarnos desde los duros dogmas y desde las mentes aleccionadas de los adultos, ya sean padres o maestros, es una verdadera perversidad. Recuerdo muy bien haber pensado alguna vez en mi infancia que, aun sin saber lo que eran cosas como la castidad o la virginidad, tendría que esforzarme mucho por ser muy casta porque debía ser algo de una inmensísima importancia.

Ahí estaba la virgen, para que lo tuviéramos en cuenta continuamente, aun sin saber entonces si quiera lo que era la “virginidad”, pero todo el mundo decía que la virgen era el ejemplo a seguir, aunque lo de la maternidad unido a la virginidad, afortunadamente para el bienestar de mis neuronas, entonces lo dejé pasar. Y recuerdo hasta haber preguntado a mi madre sobre el asunto, con unos ocho o diez años, intentando aclarar un poco el embrollo; y recuerdo bien su respuesta: “Hija, ya sabrás sobre esas cosas cuando seas mayor”; es decir, un lío monumental. y un adoctrinamiento infame ese que llena las mentes inocentes de los niños de prejuicios y dogmas absurdos aun antes de poder entenderlos. Y es que la programación mental que nos hacen no es una circunstancia carente de significado, sino algo muy bien planeado porque forma parte del gran negocio de algunos.

Y llegamos las mujeres a ser adultas sin tener claras esas ideas y con un aleccionamiento feroz, se sea o no consciente y se aplique a la realidad o no. De tal manera que muchas mujeres viven una especie de discordancia intelectual y emocional entre dos tendencias contrapuestas ante un espacio muy importante de la vida; porque, en el fondo, lo que se nos inculca en la infancia es el rechazo o el miedo a la afectividad, al amor, a la sexualidad y a la maternidad que no se constriñan a los márgenes limitados que se nos imponen. Y así nos someten a esa ideología, el machismo, que nos sitúa en un plano de inferioridad, que nos avergüenza por ser mujeres (Eva, la manzana, y el pecado original responsable de todos los males del mundo, nos cuentan), y nos ubica en la subordinación, en la docilidad y en la indignidad.

Tras pensar mucho en la importancia desproporcionada que yo percibía que concedían a la supuesta virginidad de la virgen María llegué a una conclusión que es, en el fondo, una obviedad: sitúan esa supuesta virginidad como un símbolo y un paradigma del modelo de mujer virtuosa, una mujer que da a luz pero sin haber perdido esa supuesta virginidad fisiológica; es decir, una quimera, un imposible y un absurdo antinatura. Luego el resto de mujeres somos pecadoras sin excepción, y nunca llegaremos a esa excelencia que atribuyen a la única mujer que es “inmaculada” en la dogmática cristiana, a pesar de haber sido madre. Es decir, un auténtico dislate solo asumible por mentes acríticas, estúpidas o muy adoctrinadas.

Y en ello siguen en el siglo XXI los defensores de la “castidad” y de la “virtud” muy mal entendida, erre que erre. Varios medios de comunicación acaban de hacerse eco de una carta del arzobispo de Burgos que forma parte de la causa para beatificar a una joven burgalesa, Marta Obregón, que murió asesinada en 1992 por su violador. En esa carta, que se publicó en la web del Opus Dei y del arzobispado de Burgos el 22 de enero de 2017, el señor arzobispo pidió a las víctimas de violación que resistan hasta la muerte para “defender la castidad”, e insiste en “…la grandeza de la castidad, como se hace visible cuando resiste y lucha hasta morir asesinada por defenderla”.

Realmente esas palabras son una apología de la sumisión femenina y del odio a las mujeres que propagan las religiones, todas, sin excepción.  ¿Es lícito que alguien a estas alturas haga declaraciones públicas de ese tipo cuando van más de mil mujeres muertas en España desde 2003 por violencia machista, esa misma violencia machista amparada en la ideología misógina que la religión promueve? Esa apología de la virginidad y de la castidad no es otra cosa que una herramienta de sometimiento y de control de las mujeres, una herramienta más de un ideario, el judeo-cristiano, sustentado en dogmas de este tipo, irracionales, acientíficos e inasumibles a poco que se utilicen las neuronas.

Si alguna castidad tiene algún valor es únicamente la que se encuentra en la inocencia y en la pureza del corazón de las personas buenas y decentes. ¿Qué tal si en lugar de defender hasta la muerte la “castidad” defendemos hasta la vida el amor, el respeto, la biodiversidad, los derechos humanos y la libertad? Eso que llaman “virtud” y “castidad” en realidad me parece una catetez, pero sobre todo una inmensa inmoralidad. Sólo sé de un deber, decía Albert Camus, y es el de amar. El amor, eso es la verdadera moral.

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