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Sobre la conveniencia de una escuela con Ética

Los saberes, sin Ética, hoy saben a mercado y el mercado capitalista, con su lógica, sólo entiende de voracidad, competitividad y expansión ilimitadas. El PSOE debería recordarlo y cumplir el acuerdo que suscribió

En medio de una cultura con elevado grado de cinismo en su seno es ineludible preguntarse si la moral es, o no, una farsa. Es cuestión de importancia máxima para las vidas de los individuos y para la convivencia social. Planteando asunto tan crucial desde sus primeras líneas escribió Emmanuel Lévinas su obra Totalidad e infinito, proponiendo desde ella la consideración de la ética como “filosofía primera”. Ahora no vamos a trasladar la discusión filosófica sobre qué hacer con la metafísica en la época de su crisis al debate que nos ocupa en torno a la educación en España, al hilo de la tramitación parlamentaria de la LOMLOE –aprobada en el Congreso y pendiente de su paso por el Senado–, pero sí es pertinente hacerse cargo de la interpelación levinasiana cuando aún estamos a tiempo de corregir el desacierto de excluir la asignatura de Ética en la educación secundaria en la mencionada ley, mediáticamente rotulada como “ley Celaá” para que efímeramente pase a la historia el nombre de la ministra que la ha impulsado.

Son muchas las voces que se pronuncian a favor de la presencia de la asignatura “Ética” en 4º curso de la ESO, y no sólo desde el gremio filosófico –sería un error ver en tal demanda una mera reivindicación corporativa–, sino desde muy diferentes ámbitos de la vida social, así como desde posiciones políticas del arco parlamentario que recogen tal propuesta incluso habiendo apoyado con sus votos en el Congreso la nueva ley de Educación. Después de todo se recuerda una y otra vez que la Ética como asignatura obligatoria fue contemplada en el bloque de materias filosóficas a recuperar en la educación secundaria –en la Secundaria Obligatoria en el caso de dicha materia– que recibió el apoyo unánime del Congreso de los Diputados cuando a finales de octubre de 2018 se presentó una Proposición No de Ley (PNL) a ese respecto. Que partidos de la derecha se hayan descolgado de tal compromiso no sorprende, toda vez que están embarcados, a tenor de su tónica habitual en estos tiempos, en una deslegitimación a ultranza de la ley que ahora acaba con los desaguisados que la “Ley Wert” produjo en el sistema educativo; pero que el PSOE deje a un lado un acuerdo que suscribió, creíamos que desde una sólida convicción de partido, resulta lamentable. Ojalá vuelva en la Cámara Alta a lo acordado en su día, porque hay buenas razones a favor de ello.

Quien haya seguido los pronunciamientos en torno a la Ética en la escuela cuenta ya con un elenco de argumentos bien trabados en su defensa. Por mi parte sólo pretendo reforzar ese arsenal discursivo con un planteamiento esperanzado respecto a la posibilidad de que el Grupo Parlamentario Socialista, en el Senado y luego de vuelta en el Congreso, sea sensible al fondo del problema que se debate. Éste no se reduce a una asignatura más o menos, o en lugar de otra si se le hace hueco. Que la Ética quede fuera del currículum es más que un síntoma de por dónde y hacia qué objetivos de formación se encamine el sistema educativo. Obviamente, nadie va a sostener abiertamente que la educación moral no ha de estar presente en la trayectoria educativa de alumnas y alumnos. Ahora bien, posicionamiento tan genérico pasa a tener unas connotaciones u otras cuando se discute el cómo. Es de sobra conocido que el enfoque que viene siendo dominante al respecto insiste en la transversalidad de la educación moral a través de las distintas etapas por las que pasa el alumnado, destacando que todo el profesorado y, en definitiva, la comunidad educativa, tiene en ello un papel pedagógico. Es cierto que está bien subrayar eso, máxime cuando se complementa con una asignatura denominada, por ejemplo, “Valores cívicos y éticos” en la que pueden abordarse cuestiones que van desde cómo erradicar el acoso escolar a cómo afrontar la violencia de género o cómo sumarse a los empeños contra el cambio climático. Todo ello es correcto, pues, contando con que se hace bien, contribuye a tocar problemáticas ante las cuales la sensibilización moral es necesaria. Lo que se indica a continuación cuando se postula la Ética como asignatura específica es que ello no es suficiente. La experiencia, además, contribuye a tal consideración, toda vez que con frecuencia los contenidos de una asignatura de valores –cómo se baraja, por cierto, esa diferenciación entre los valores cívicos y los éticos, es pregunta pertinente a los redactores de la nueva ley– quedan como conjunto heteróclito expuesto al albur de quien pueda encargarse de esa materia según disponibilidad en términos de horario de clases. Si añadimos la reflexión de fondo acerca del peligro de un discurso sobre valores que, por resbaladizo, puede caer en lo que Hannah Arendt denunciaba hace décadas como “retórica moral-emotiva”, más motivos hay para proponer una Ética que permita a los mismos alumnos hacer frente a la disparidad entre los valores que se predican (en el entorno escolar) y los valores que se practican (en la realidad social).

La Ética como momento crítico, reflexivo y dialógico de la educación moral

Es innegable que la formación ética no tiene sentido disociada de la misma socialización moral en la que desde niños estamos inmersos –la familia es “agente psicológico de la sociedad”, que decía Fromm, también y especialmente para transmitir hábitos y costumbres tenidos por morales– , socialización para la cual se pretende una depurada continuidad con la transversalidad en la escuela rematada por una materia de valores, sustituta de la polémica “Educación para la Ciudadanía”. El problema de ésta, dicho sea de paso, no era que supusiera un adoctrinamiento excesivo, según denuncia una derecha histriónica, sino que no solía propiciar una formación cívica consistente.  ¿Qué faltaba? La carencia estaba precisamente en la ausencia de un momento crítico y reflexivo en torno a nuestra condición moral, a las normas a las que nos obligamos, a la libertad con la consiguiente responsabilidad, a la dignidad que nos es común, a la incidencia de todo ello en el ámbito político desde la ciudadanía como reconocimiento de iguales derechos para todos… Es este tipo de cuestiones las que expresa y explícitamente puede y debe abordar una asignatura de Ética, como momento de maduración también intelectual de ese proceso educativo que los griegos denominaban paideia –Javier de Lucas, hoy senador independiente en el Grupo Socialista lo recordaba recientemente en un brillante artículo–, insertando esa reflexividad crítica en la misma formación del carácter.

A quienes piensen que estamos tan adelantados que nuestra pedagogía no necesita el milenario invento de la reflexión ética en torno a razones bien se les puede responder con una analogía: no por haber sido socializados en una lengua, a la que incluso llamamos materna, venimos a decir que no es necesaria la asignatura de Lengua, y en diferentes cursos, para aprender conscientemente lo relativo a un uso correcto de su bagaje semántico, sus normas sintácticas y su pragmática en diferentes contextos, para poner en las mejores condiciones posibles nuestros recursos comunicativos. Con la Ética se trata de poner a punto crítica, reflexiva y dialógicamente las capacidades que acompañan a nuestra condición moral para que el proceso de subjetivación de nuestra identidad como sujetos morales no quede ayuno de recursos imprescindibles para una vida emancipada y una existencia con otros capaz de compromisos solidarios.

No hace falta decir que la articulación del proceso de docencia-aprendizaje en Ética requiere tanto un profesorado habilitado para ello, así como un diseño de la asignatura adecuado, en el caso que nos ocupa, a adolescentes entre 15 y 16 años. Hay que enfatizar que a esa edad cuentan con experiencias vitales y recursos intelectuales que posibilitan, a su escala, un tratamiento idóneo de las cuestiones nucleares que en ese momento crítico y reflexivo deben abordarse. Sin duda, aportaciones como las de Kohlberg en torno a la maduración progresiva de la conciencia moral nos ilustran acerca de cómo en la adolescencia puede formarse la capacidad para el juicio moral, dada la posibilidad de entrar en un diálogo en el que emerja luz en torno a los derechos que supone la dignidad, los deberes que implica la justicia y aquello a lo que obligan exigencias de igualdad social y entre mujeres y varones.

El humanismo de una Ética laica

No cabe duda de que la savia nutriente de una asignatura de Ética –que nunca se pensó filosóficamente como alternativa a la Religión desde el momento en que argumenta su pertinencia como válida para todos, sean creyentes o no– la suministra una larga tradición humanista que, depurada de sus derivas conservadoras y de la manipulación ideológica de un humanismo demasiadas veces sesgado en términos etnocéntricos y patriarcales, cabe que se vea rehabilitada en términos de un humanismo ético hoy necesario –laico y republicano, como Claude Lefort pone de relieve rescatando el humanismo surgido en el Renacimiento–. Tal humanismo es el que sitúa en la interpelación que desde la alteridad se nos formula la raíz de una libertad que no se confunde con privilegio porque en la responsabilidad por el otro, y por los otros más allá de las relaciones personales, pone el contrapunto que la hace madurar éticamente. Es así como desde una asignatura bien desplegada según una exigencia “ético-educativa”, la contribución a la formación moral será sustancial para potenciar, haciendo de la razón pasión a favor de una praxis de liberación –lo apuntaba Spinoza desde su Ética– y para dotar a los individuos de potenciales de resistencia frente a la injusticia, como Adorno subraya al hablar de “educación para la emancipación”. Con la Ética en el currículum pasamos a disponer social, comunitaria e individualmente de recursos para reganar un “sentido” de la educación –excelente planteamiento al respecto el que hace el profesor argentino Daniel Berisso en su libro sobre ¿Qué clase de dar es dar clase?– que vaya más allá de su atasco en el plano de la mera gestión de conocimientos o en la cortedad de un enfoque de lo correcto con miras que no van más allá de adquirir competencias para la enésima modernización.

Sería injusto privar al conjunto de nuestros estudiantes de Secundaria Obligatoria –muchas y muchos de ellos no tendrán otra ocasión de acercarse a la filosofía– del momento en que confrontarse a preguntas como por qué ser morales y no inmorales, por qué defender derechos para todas y todos y no quedar sometidos a sólo intereses, por qué ponerme en lugar del otro y no permanecer sin más en el pedestal de mi ego, por qué el bien y no el mal… (máxime si con éste se sale ganando). No es el objetivo situar a los alumnos en la arcadia de un mundo inexistente, pero sí enseñarles a aguzar la mirada para en medio de los conflictos poder abordarlos con criterios éticos, en procesos democráticas poder optar a favor de que la legalidad se aproxime a lo justo, en realidades multiculturales poder contar con recursos para vislumbrar un núcleo ético común, en sociedades de inmigración poder decirse por qué ser hospitalarios, en una Tierra limitada tener claro por qué adoptar pautas ecológicas en nuestro modo de vida, en un mundo con muchas dosis de deshumanización poder descubrir lo susceptible de ser valorado como humanizante…  Son preguntas que exigen razones y si bien un curso de Ética no las va a agotar, sí es el marco pedagógico para enseñar a abordarlas. Llegado el caso hasta será pertinente comentar con alumnas y alumnos por qué Sócrates, en el punto de arranque precisamente de la tradición que llega hasta nosotros legándonos una herencia ética en la que se conjugaban verdad y justicia, o filosofía y democracia, decía en primera persona aquello de que prefería padecer la injusticia a practicarla. ¿Por qué ese compromiso anticonformista de no violencia, y a la vez de lealtad a la polis y de ejercicio de una prístina desobediencia civil con buenos argumentos a su favor?

Hay mucho que hacer en Ética. Por eso muchos sumamos nuestras voces al coro que recuerda al PSOE que no queremos una escuela sin Ética. Y antes de repetir en el Senado lo que consideramos un error en la ley tal como ha salido del Congreso esperamos aún del Partido Socialista que recupere de camino la impronta ética del socialismo, que nada tenía que ver con soflamas moralistas, sino que por el contrario hasta llegaba a combinar las respectivas herencias de Marx y Kant, antes de que la socialdemocracia europea se dejara atrapar por aquel positivismo que le llevó a hacer suya esa visión mecanicista del progreso que Walter Benjamin puso en el punto de mira de su crítica por burguesa. Los muchos saberes que en el sistema educativo se transmiten quedan lejos de la sabiduría moral que nos humaniza si quedan en ayunas de Ética. O dicho de otra manera: los saberes, sin Ética, hoy saben a mercado y el mercado capitalista, con su lógica, sólo entiende de voracidad, competitividad y expansión ilimitadas. ¿Por qué priorizar la vida digna frente a requerimientos del mercado? Demos una oportunidad a la Ética en 4º de ESO.

José Antonio Pérez Tapias

Es catedrático y decano en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada.

 

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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