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Sin alternativa a la religión

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La actual ley educativa ha dejado en mínimos (en algunas comunidades una hora a la semana) la asignatura de Valores Éticos sólo en “algún curso de la etapa” de la ESO. Los gobernantes de la ciudad no han condenado a Sócrates a beberse la cicuta, eso ya no está tan de moda, sino a morirse lentamente de inanición y sin protestar

Cuando asumí la tarea de la enseñanza de la asignatura de la LOMCE Valores Éticos, lo hice con una mezcla de resignación, rechazo y miedo, que luego se transformó en interés, ilusión y aprendizaje. Supongo que de modo introspectivo sufrí el mismo proceso de confrontación interior que de forma pública se vivió en el panorama mediático del país en 2006, cuando se implantó la ley orgánica ese mismo año, la LOE.  

Por aquel entonces la signatura no se llamaba Valores Éticos, sino Educación para la Ciudadanía. Los más furibundos consideraron la asignatura un programa de  adoctrinamiento moral.  

Gran parte de la derecha y sus monseñores entendieron que era algo así como la causa y síntoma de la degradación moral a la que inevitablemente nos llevaba la supuesta falsa conciencia de los “progres”. 

Éstos representan para los primeros la encarnación del lobo con piel de cordero de la vieja fábula de Esopo con la que desde hace 2600 años se asusta a los niños.  

La tradición católica hizo suya la fábula griega y asumió la obligación de instruir a sus acólitos en la distinción de los verdaderos y falsos profetas y en el rechazo de estos  últimos. Me refiero a las palabras de Mateo (7:15-16) que escribe “Guardaos de los falsos  profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero que por dentro son lobos  rapaces. Por sus frutos los conoceréis”.  

El problema es que rara vez alguien espera a ver los frutos de los que habla Mateo para valorar las acciones de profeta alguno. Cuando el rechazo de algo es a priori  (permítaseme el uso coloquial de nuestro término técnico), es decir, previo a toda experiencia, las alarmas de quien pretenda mantener una postura racional acerca de  cualquier cuestión deberían, al menos, tornarse en ámbar, si no ponerse a sonar en señal de protesta. 

Algunos representantes de la izquierda libertaria, con el filósofo Carlos Fernández-Liria a la cabeza, protagonizaron este viaje del que os hablo, desde el rechazo inicial hacia la  búsqueda de aquello que de positivo pudiera tener la nueva asignatura.  

Esta rememoración de lo que supuso la asignatura no trata de ajustar cuentas con el pasado, sino ponernos en contexto para formular e intentar responder a las preguntas que explican la génesis de la pérdida de dicha asignatura y con la asignatura, varias cosas que explicaré a continuación. 

¿Por qué se asumió (o por qué asumimos) que la asignatura suponía un adoctrinamiento?  Por miedo.  

No hay nada en el currículum educativo de la anterior asignatura (Educación para la  Ciudadanía) ni de la posterior, Valores Éticos, que suponga un adoctrinamiento ideológico. Los valores en cuya enseñanza incide son tan universales que pocas culturas en pocas épocas históricas no habrían asumido como propios. Me refiero a valores tales como los recogidos en la declaración universal de los derechos humanos. Valores como los de la igualdad, la dignidad, el respeto hacia uno mismo y los demás, etc. Valores que por otra  parte, son compartidos por muchas otras doctrinas morales (y en lo que respecta a la  religión sí ha de hablarse de doctrina) como la cristiana, la musulmana, etc.  

Si el currículum de la asignatura (es decir, los contenidos que marca la ley que han de impartirse, los estándares de aprendizaje, etc) es tan genérico y universal, ¿dónde está el  adoctrinamiento?  

Para entender por qué se percibe el monstruo del adoctrinamiento detrás de la cortina hay que entender varios factores.  

Por una lado, hay una errónea e infantilizadora concepción sobre qué son y cómo se transmiten los valores, principio morales o aquello en virtud de lo cual juzgamos  moralmente las acciones. Valores e ideología no son lo mismo. La ideología es una  interpretación de la realidad. Un discurso o relato sobre una serie de ideas, sean las que  sean. 

Muchas ideologías asumen que las consecuencias teóricas de su discurso se derivan  necesariamente de una serie de axiomas, y que por tanto, el juicio moral que profesan  quienes se encuentran instalados en dicha ideología es necesariamente verdadero. 

Pero esto no es necesariamente así. Los discursos ideológicos, como por otra parte es  natural, están llenos de contradicciones e inconsistencias que sólo la reflexión crítica es  capaz de poner de manifiesto y, si es posible, disolver.  

De ello se deduce que la enseñanza de una serie de valores no tiene porqué implicar la enseñanza de ninguna ideología. 

Pero que algo no sea una condición necesaria de otro algo no quiere decir que por alguna suerte de correlación no se den ambos fenómenos de forma simultánea. De hecho,  ¿saben dónde ideología y principios morales están persistentemente imbricados? En las doctrinas morales religiosas. 

Tradicionalmente la enseñanza de valores o principios morales se ha considerado como una de las tareas primordiales de las religiones que de forma acrítica asumieron la  clarividencia sobre las preguntas acerca de lo que está bien y lo que está mal aleccionando al respecto a quien quiera escuchar y a quien no, dependiendo de las vicisitudes históricas del momento en cuestión. 

La Filosofía, desde sus orígenes, ha sido el contrapeso a la doctrina acrítica sobre la moral, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Cuestionar el por qué de las cosas no te convierte en una nihilista (esto depende más bien de la respuesta), todo lo contrario, dota de fundamento a los principios sobre los que se asientan las consideraciones morales.  

La Ética es por tanto una reflexión sobre esos principios que hace que el sujeto moral pueda conducirse de forma autónoma. La filósofa no enseña una doctrina. Pensar eso es no entender la filosofía. La filósofa enseña a pensar, a tener una actitud crítica. A que no te la den con queso, y sobre todo a ser libre.  

Quienes han impedido e impiden que enseñemos a las jóvenes a ser autónomas en lo que respecta al juicio sobre su obrar y el de las sociedad, tienen miedo a que sean libres. Tienen miedo a que los prejuicios ideológicos sobre los que ellos están asentados sean cuestionados. Ese paternalismo asfixiante que vio un monstruo en la Educación para la Ciudadanía pretende acabar con la Filosofía en la Educación Secundaria Obligatoria. 

La actual ley educativa ha dejado en mínimos (en algunas comunidades una hora a la semana) la asignatura de Valores Éticos sólo en “algún curso de la etapa” de la ESO. Los gobernantes de la ciudad no han condenado a Sócrates a beberse la cicuta, eso ya no está tan de moda, sino a morirse lentamente de inanición y sin protestar.  

El error que se está cometiendo es de bulto. La reflexión ética es fundamental para la formación de las nuevas generaciones. Los retos del siglo XXI son sobre todo morales.  Que desaparezca una formación específica con respecto al pensamiento crítico es una tragedia para la sociedad en su conjunto, pero más para nuestras nuevas generaciones perdidas sin rumbo en el océano de la abundancia material.  

Sin embargo, la religión sí se imparte en todos los cursos de todas las etapas, eso sí, no  evaluable y no obligatoria. ¿Cuál es la alternativa? De momento ninguna. Con la actual  ley, las alumnas pueden elegir entre catequismo o nada. Entre adoctrinamiento moral o nada. Entre religión católica o nada.  

En la anteúltima etapa de este viaje en el que las filósofas, a veces con la cabeza en cosas demasiado abstractas, habíamos aprendido a amar la tarea a la que Sócrates  dedicó su vida, nos toca parar y protestar. No porque queramos, si no porque nos han cerrado el ágora. Ahora toca denunciar el cerrojazo al espacio de pensamiento crítico.  Señores y señoras que legislan, nos han dejado sin alternativa a la religión.

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