1. Dentro de 30 años, las críticas al matrimonio homosexual parecerán tan rancias y reaccionarias como hoy nos suenan los viejos discursos contra el derecho al divorcio, contra el matrimonio civil, contra el voto de las mujeres o a favor de la segregación racial.
2. Que los gays –o los negros, o los divorciados– se puedan casar no implica merma alguna de derechos para los demás. Sólo es el fin de una evidente discriminación.
3. Por si los señores obispos aún no se han enterado, el matrimonio gay es opcional. No se obliga a nadie.
4. Tampoco la ley obliga a los curas a casar a homosexuales en las iglesias, aunque escuchándolos lo parezca. El monopolio del matrimonio hace años que no es religioso. La regulación de las bodas civiles no les incumbe. No va con ellos.
5. Quienes piden que los gays se casen pero que no lo llamen matrimonio en realidad defienden su discriminación: pretenden negarles el derecho a que su amor se formalice ante la sociedad bajo la misma palabra, el mismo contrato, que los demás. Quieren estigmatizarlos. Bajo la superficie de un debate semántico, esconden el fondo de un evidente prejuicio homófobo.
6. La Constitución lo deja claro: todos los españoles son iguales ante la ley sin discriminación de raza, sexo o religión. Pero si el Tribunal Constitucional sentencia que el matrimonio gay no cabe en nuestras leyes, habrá que cambiar esas leyes para hacerlo caber, incluida la Constitución.
7. Que Gallardón sea el único en el Gobierno de Rajoy que defiende el matrimonio homosexual –plenamente aceptado por la inmensa mayoría de la sociedad– no convierte al ministro de Justicia en un progre. Sólo demuestra cómo de conservadores son los demás.