Son de origen humilde, dicen que las reclutaron engañadas cuando eran adolescentes y que las hicieron trabajar gratis como empleadas domésticas.
Un grupo de 43 mujeres de origen humilde acusa al Opus Dei (Obra de Dios, en latín), una institución católica, de haberlas hecho trabajar gratis y durante años como empleadas domésticas. Dicen que las reclutaron engañadas cuando eran adolescentes con la promesa de continuar su educación. Pero que la instrucción fue en escuelas de tareas domésticas que tenía la organización, donde les enseñaron a limpiar, cocinar, planchar y el resto de los asuntos de la casa. Según su testimonio, su escolarización fue parcial, o nula, y luego trabajaron como empleadas de limpieza, cocina y servicio para los miembros de la Obra y sus invitados en los centros que el Opus Dei tiene en todo el país y alrededor del mundo. Por esa tarea, acusan, nunca cobraron un peso. Las mujeres hoy tienen entre 40 y 60 años, y el período que denuncian de instrucción y trabajo no remunerado en la institución fue entre 1980 y principios de los 2000. Todas ellas eran numerarias auxiliares, una de las categorías de pertenencia a la Obra, y su vínculo excedía lo laboral. Habían hecho compromisos de pobreza, castidad y obediencia. Sus tareas de servicio doméstico, les explicaron, eran una ofrenda a Dios, su misión como cristianas en el mundo. El Opus Dei les proveía de casa en residencias aledañas a los centros de la Obra, comida y algunas salidas de esparcimiento. En una entrevista con LA NACION, Catalina María Donnelly, directora de la rama femenina en Buenos Aires del Opus Dei, asegura sentirse triste por las acusaciones y dispuesta a pedir perdón. Igual dice que, según su registro, siempre pagaron el trabajo de las numerarias auxiliares. Admite, sin embargo, que pudo haber habido lo que ella llama “informalidad” en la remuneración. “Quizás la que dirigía la residencia [donde vivían las jóvenes] hacía una caja común y de ahí se enfrentaban todos los gastos”, explica. “Hoy en día es inentendible y está muy mal hecho, pero en ese momento se hizo como se hacía en las familias”, considera. El sábado 18 de marzo, LA NACION se encontró con siete de las 43 mujeres en un departamento de Palermo. Todas habían sido numerarias auxiliares, pero abandonaron el Opus Dei desilusionadas. Las siete aseguran haber sido engañadas y dicen que cuando al fin lograron irse -algo que les resultó muy difícil por la presión psicológica a la que las sometían, la falta de educación y el corte abrupto a las que las obligaban con su familia y amigos- se encontraron quebradas de espíritu y sin dinero.
También coinciden en que jamás dispusieron con libertad de un sueldo. Una sola de ellas dice que durante un tiempo firmó recibos y cobró por su trabajo. Pero le entregaba todo el dinero a la directora del centro. Visitación Villamayor, que prefiere usar el nombre de Tita, dice que se la llevaron a los 15 años. Era de una familia de diez hermanos en el interior de Paraguay. No hablaba castellano y le prometieron una beca en Asunción para hacer el secundario. “Todos los días esperaba que empiece el colegio, pero lo que te enseñaban era a cocinar, planchar y servir para lo que a ellos les convenía”, recuerda. Alicia Torancio tenía 16 años cuando la convencieron de abandonar a su familia humilde de campo, en Corrientes. A los 22, estaba a cargo de una cocina que alimentaba a alrededor de 70 personas pertenecientes al Opus Dei. Fue demasiada presión. Pronto comenzó una espiral de angustia y depresión. Llegó a pesar 45 kilos y terminó internada en un neuropsiquiátrico luego de un intento de suicidio. “No me iba porque me dijeron que ese sufrimiento era mi cruz”, dice. A Nidia Ojeda, de Pedro Juan Caballero, en Paraguay, también la mandaron a Asunción a los 13 años. Una vez recibió una carta de un novio que había tenido en su pueblo y la directora del centro donde vivía se la hizo romper. “Nosotros somos tu familia”, le manifestó. Algo similar le ocurrió a Norma Pedrozo con un talco que su madre le hizo llegar. Trabajaba en Roma como empleada doméstica y era un recuerdo de su infancia en Las Palmas, Chaco, de donde se fue a los 14 años. Se lo quitaron. “No sé por qué no me fui antes, no tuve el coraje. Tenía miedo de que me busquen con la policía”, explica. A Gladys Rodríguez, correntina, le gustaban las mujeres y cuando lo confesó, su directora espiritual le recomendó incrementar el uso del cilicio y la disciplina, dos métodos de mortificación corporal, para expulsar los “malos pensamientos”. “Siento que me usaron, que me engañaron y que no me dieron lo que me corresponde, que es lo que corresponde a cualquier persona que trabaja. Yo venía de una familia muy pobre, no tenía las herramientas para enfrentarlos y decirles que no está bien trabajar gratis. Ellos te mienten con el cuento de la vocación y la familia”, acusa Rodríguez mientras comparte facturas con las otras en una tormentosa mañana. “Fuimos esclavas -se queja Lucía Giménez, otra paraguaya de familia numerosa [eran 11 hermanos]-. Estuve 18 años y nunca cobré un peso por mi trabajo”. Exmiembros del Opus Dei reconocen que la institución ya hizo arreglos económicos extrajudiciales para atender demandas similares, aunque no de la magnitud expuesta por este grupo de mujeres. No hay antecedentes de reclamos en la Argentina como el de las numerarias auxiliares. En el mundo, existe solo uno que sentó al Opus Dei en el banquillo de los acusados: una exnumeraria auxiliar francesa, Catherine Tissier, denunció en 2001 a la Obra “por trabajo disimulado y retribución contraria a la dignidad”. Sin embargo, la organización logró desligarse y la condena solo fue sobre la asociación civil. En España, en 2011, otras seis exnumerarias auxiliares iniciaron una demanda, pero no llegó a juicio porque hubo un acuerdo. El grupo de 43
En febrero de este año, las 43 exnumerarias auxiliares -entre las que estaban las siete que hablaron con LA NACION- se reunieron en una parroquia del barrio de Belgrano y firmaron un poder al abogado Sebastián Sal para que las represente. Fue el final de un largo proceso que comenzó con la inquietud de Giménez, quien durante años recorrió sin éxito despachos oficiales y oficinas de diferentes abogados denunciando la situación. Al mismo tiempo, se iba construyendo la red de las 43 mujeres mediante encuentros -el primero fue en 2003, en la parroquia Nuestra Señora de la Rábida, a tres cuadras del Congreso- y contactos en redes sociales. Sal se interesó en el caso y, después de entrevistarlas una por una, contrastó sus relatos con la información en la Anses. Dice que comprobó que los aportes realizados fueron mínimos y en algunos casos inexistentes. Según sus averiguaciones, de las 43 exnumerarias auxiliares que representa, 20 no registran ningún aporte jubilatorio. Entre las otras 23, la mayoría tiene aportes esporádicos. Ninguna, dice, tuvo un sueldo. Diez de ellas fueron traídas desde Paraguay y nunca tuvieron residencia legal, ni ninguna documentación argentina. La ausencia de vínculo formal para las empleadas domésticas era lo habitual en la Argentina hasta hace algunos años. No así, en cambio, la ausencia de salario. Sal también asegura que encontró que las condiciones en las que trabajaron para distintas asociaciones civiles ligadas al Opus Dei, el método de contratación que utiliza la organización, eran similares: además de no recibir ningún pago, tenían jornadas de hasta 15 horas, días de descanso esporádicos y traslados compulsivos entre ciudades e incluso entre países. Siempre eran asignadas a tareas domésticas en centros de la Obra. Con esa información, contactó a las autoridades del Opus Dei en la Argentina a la espera de una propuesta reparatoria. Como no la obtuvo, pidió una audiencia con el nuncio apostólico, monseñor Miroslaw Adamczyk, quien se la concedió y, luego de escucharlo, le recomendó enviarle una carta al Papa. Sal explica que están a la espera de que el Opus Dei, o la Iglesia, den alguna respuesta, por eso aún no presentaron una demanda judicial. “Preferimos que sea la misma Iglesia la que aborde esto. Por eso, aún no hicimos una presentación judicial”, afirma. La carta a Francisco se envió a principios de marzo. En tono de denuncia, pide cuatro acciones: “Que el Opus Dei reconozca su error, que les pida perdón a las mujeres, que las compense debidamente y que cese con estas actividades”.
Qué es el Opus Dei
El Opus Dei es una de las instituciones más nuevas de la Iglesia Católica, fundada por el sacerdote español y hoy santo Josemaría Escrivá de Balaguer en 1928. El primer aval oficial lo obtuvo en la década del 40, pero la aprobación final y la constitución jurídica como prelatura personal se la otorgó Juan Pablo II en 1982. Esta figura, única en la institución, es una estructura jerárquica que funciona con autonomía de las diócesis y los obispados, y responde a sus propias autoridades en Roma. Por encima del prelado del Opus Dei solo está el papa. Según declara, el Opus Dei está en 68 países, entre los que suma unos 90.000 miembros. De ellos, explican, solo 2000 son sacerdotes. El resto son laicos. Si bien todos son considerados iguales en su santidad y compromiso, hay distintas categorías o formas de pertenecer. En la punta de la pirámide están los sacerdotes y los numerarios, que son los miembros célibes que viven con compromisos de castidad, pobreza y obediencia en residencias de la Obra. Los numerarios son universitarios y trabajan en su profesión, sean en el ámbito privado o público, pero entregan sus salarios a la institución y reciben dinero para sus gastos. Otra categoría es la de agregados, que también hacen compromisos de castidad, pobreza y obediencia, pero pueden vivir en sus casas. Luego están los supernumerarios, que pueden formar familia. Su aporte es con dinero, bienes, trabajo y vínculos. La misma estructura se replica en la rama femenina, a la que además se agrega la categoría de numerarias auxiliares, que son las que llevan adelante el servicio doméstico de los centros, las residencias, las casas de retiro y las administraciones. Esa vocación no puede cambiar: no hay posibilidad de que una numeraria auxiliar se convierta en numeraria, por lo que toda su vida se desarrolla en tareas de cocina, limpieza, atención y mantenimiento. La autoridad máxima del Opus Dei en la Argentina es el vicario regional, que también dirige las delegaciones de Bolivia y Paraguay. El actual vicario es monseñor Víctor Urrestarazu y el anterior fue Mariano Fazio, muy cercano al Papa, que en 2014 dejó el cargo para ir como vicario general a Roma. La Vicaría Regional está ubicada en la calle Vicente López 1950, en el barrio de Recoleta. Allí también funciona una de las principales residencias y centros de varones del Opus Dei, el Cudes. En ese lugar se centralizan las decisiones, la información, la documentación y las finanzas de la Obra en el país, que se administran a través de dos consejos: uno de varones, llamado la Comisión Regional -que también funciona en ese edificio-, y uno de mujeres, la Asesoría Regional, que desde 2001 está a la vuelta, sobre la calle Ayacucho al 1600. En la puerta de al lado de la entrada a la Vicaría y el Cudes, en Vicente López 1954, está la entrada de Laya, la residencia de numerarias auxiliares más grande del Opus Dei en la Argentina. Los edificios se comunican por el subsuelo.
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