A sus 70 años, Ibrahim regenta una licorería en el casco antiguo de Amán, capital de Jordania, donde tan solo los cristianos pueden dirigir negocios de venta de alcohol. Entre los polvorientos estantes de la tienda no se ven primeras marcas. Con su experiencia al frente de este negocio Ibrahim sabe que importar buenos licores no es rentable para la caja. “El alcohol es carísimo en Jordania. Todo son impuestos”, asegura Yusuf, que se aproxima al mostrador para comprar unas cervezas locales.
Es la semana previa al inicio del Ramadán -que comenzó el pasado sábado- y este anciano originario de Salt, provincia situada al noreste de la capital, tiene más trabajo del habitual. Hasta su pequeño puesto se acercan cristianos y musulmanes que hacen acopio de bebidas alcohólicas. Durante el Ramadán la venta de alcohol está prohibida a excepción de aquellos restaurantes que tienen licencia turística, que son pocos.
También queda prohibido comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales durante las horas de ayuno. De hecho, durante el mes de Ramadán los horarios de comercios e instituciones públicas se ven reducidos: los funcionarios trabajan de diez de la mañana a dos de la tarde y los cafés cierran durante las primeras horas del día.
Para los infractores que se topan con la policía moral las multas oscilan entre los 40 dólares hasta el mes de cárcel en el reino Hachemí. Sin embargo, las penalizaciones por no respetar el Ramadán en otros países de la región son más extremas: en la vecina Arabia Saudí la multa por saltarse cualquiera de los preceptos del ayuno es la flagelación y la cárcel para los locales. Los expatriados se enfrentan al destierro, además de pasar un tiempo desagradable frente a la policía moral. En Afganistán, el infractor recibe entre 39 y 80 latigazos y cumple pena de cárcel si reincide. Por su parte, tanto en Bahrein, como en Marruecos, el castigo oscila entre uno a seis meses de cárcel. Contrariamente a lo que el imaginario colectivo considera, Irán es uno de los países más tolerantes en su legislación respecto a la obligatoriedad de ayunar. Los certificados médicos que eximen al creyente se expiden con facilidad en el Estado persa y es normal observar a trabajadores bebiendo discretamente en la calle. “La gente respeta el Ramadán en su mayoría porque lo practican pero no hay necesidad de regularlo por ley”, explica a bez.es Mariane Sieves, sociológa y experta en estudios islámicos residente en Jordania.
“Para los cristianos es difícil vivir este mes”, asegura Ruth frente a la entrada de su puesto de ultramarinos en Amán. “Empieza el mes sagrado para los musulmanes y ya sabes, se nos prohíbe todo. Pero para ti puedo cocinar maklouba, mansaf o kofte -platos tradicionales de la zona- y puedes llevarlos a casa o comerlos con nosotros”, me propone amablemente esta mujer, que me ha identificado como cristiana, mientras señala hacia la parte trasera de su comercio. A escondidas es como los cristianos viven el Ramadán en Oriente Próximo. Tímidamente, Ruth lleva la mano hasta su cuello para mostrarme una cruz de oro que oculta bajo su camisa a la vez que me mira y, con una sonrisa cómplice, me susurra: “yo también soy cristiana”.
Los pocos comercios que abren en la capital durante este mes sirven comida pero solo a los extranjeros y jamás a la vista del público. Las ventanas se cubren con papel de regalo y los menús son limitados. “No servimos a ciudadanos locales pero como extranjera, si quieres venir a comer, podemos servirte, eso si, no en la terraza, tendrá que ser dentro del local. No nos está permitido ofrecer comida ni bebida en público”, explica Ahmed, un restaurador circasiano originario de Rusia.
De forma parecida ocurre durante el mes de Ramadán con aquellos que quieren comprar alcohol: “Durante el Ramadán, tienes que tener contactos. Las licorerías venden alcohol bajo cuerda. Llamas a una persona y esta trae el alcohol a tu casa o quedas con él en alguna localización discreta y lo recoges, pero nunca lo adquirirás en la tienda. Por supuesto es más caro que la venta normal”, explica Sievers. Pese a todo, esta socióloga afirma: “la vida es tranquila porque todo está cerrado. En la noche la atmósfera es festiva después del iftar- ruptura del ayuno- y durante la madrugada la gente lo celebra en las calles y las tiendas están abiertas”.
El número de musulmanes en el mundo gira alrededor de los 1.600 millones de personas y más del 60% de ellos vive en Asia, mientras que un 20% se encuentra en Oriente Próximo y norte de África. Es decir, el 23% de la población del planeta es musulmana frente a los 2.170 millones de cristianos. Sin embargo, según un estudio reciente del Pew Research Center, en 2050 estas cifras se pueden verán alteradas y las dos religiones convergerán en un 32.3%. “el islam pasará a encabezar los gráficos y comenzará a tomar distancia frente al resto de religiones”, asegura el estudio.