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¡Semana Santa, qué cruz!

Cuando se murió el perro, muchos creímos que la rabia se iría con él, pero no. Decayó la Semana Santa, decayeron los toros, incluso el fútbol pasó por un periodo bastante triste. Un espejismo. A partir de los ochenta las viejas cofradías volvieron a reorganizarse con el apoyo económico de las instituciones democráticas

Como todos los niños y adolescentes de mi generación, yo también fui educado en el nacional-catolicismo pese a ir a una escuela pública, entonces daba igual, hoy casi también. Un crucifijo en el centro, Primo de Rivera a un lado, Franco, Caudillo de España, al otro. Maestros depurados y otros de Falange, curas y monjas por todos lados, a todas horas, para la doctrina y lo del infierno, niños en el pabellón de la derecha, niñas en el de la izquierda. Ningún contacto, pecado mortal. La Virgen del Pilar, el día de los Santos, las ánimas benditas del Purgatorio, la Inmaculada, San José de Calasanz, el niño pobre, la Candelaria, San Blas, la Cuaresma y luego la Semana Santa. Todo el calendario marcado, no había día sin su afán, con flores a María que madre nuestra es: Todo mujeres y niños, algunos ya talluditos, detrás de la Virgen de Fátima, cantando militarmente “Entre todas las mujeres, entre todas las mujeres, y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús. Santa, santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte amen, Jesús”. Llegaban los “padres” misioneros, dirigidos por un tío alto, delgado y destartalado, con cara de pocos amigos, no sé si carmelita o jesuita, no lo recuerdo, nos obligaban a fabricar banderas del Vaticano y de España, una en cada mano, pantalón corto, camisa blanca y un aburrimiento espantoso. El fraile destartalado alzaba los brazos amenazante arengando a las masas infantiles a luchar contra todo lo que se moviera, contra la vida, bajo pena de eterno castigo divino. Tenía cinco, siete, nueve, diez, doce años y lo que mejor había aprendido en la escuela era a saber que la vida era un valle de lágrimas, sobre todo cuando me hablaban de Dios y su corte celestial.

Era negra, muy negra la doctrina y quienes la impartían, pero si hay algo que recuerdo con profundo espanto de aquella escenografía tenebrosa es la Semana Santa. Aquellas vacaciones no eran como las demás, eran siniestras. En casa acababan de comprar un televisor Telefunken blanco y negro de un solo canal en el que me había aficionado a las novelas por entregas que emitían poco antes del telediario de la noche. Al llegar los días de pasión, la televisión, que apenas emitía diez horas al día, se apagaba y se cubría con un paño negro que apartábamos parcialmente cuando estábamos solos para ver trompetas, capirotes y más tedio. A la hora de las procesiones, el Ayuntamiento apagaba las luces, cuatro peras, del pueblo dejando a los cirios el protagonismo de la noche, mientras en los muros viejos y bellísimo de mis calles se reflejaba la sombra gigante de los cucuruchos penitentes. Un Cristo flagelado, una dolorosa con siete puñales en el corazón, unas mujeres y unos hombres descalzos que arrastran cruces, un yacente y los negros con la Virgen de la Soledad que decían iba guapísima con sus lágrimas y su manto recién bordado. Los Oficios, tres o cuatro horas oyendo a un cura repetir lo mismo una y otra vez. Ora sentados, ora de pié, pellizco en el muslo, en el brazo, nene estate quieto!! El cine cerrado, la tele tapada, los bares bajo cuatro candados, ayuno obligado que mi abuela se saltaba a escondidas dándonos onzas de chocolate con pan o torradas de vino y azúcar, sin que nadie se enterase ni siquiera Dios. Eso sí, llegaba el domingo y las campanas sonaban, repiqueteaban como si fuese el fin del mundo, madre nos despertaba dando aleluyas a la resurrección del Señor y nos íbamos a la huerta a hincharnos a habas crudas, con dos cojones.

Cuando se murió el perro, muchos creímos que la rabia se iría con él, pero no. Decayó la Semana Santa, decayeron los toros, incluso el fútbol pasó por un periodo bastante triste. Un espejismo. A partir de los ochenta las viejas cofradías volvieron a reorganizarse con el apoyo económico de las instituciones democráticas, sacaron brillo a los santos, mandaron hacer nuevos tronos y llamaron al heroísmo popular para volver a sacar los santos a hombros y dejar los viejos carros que se pusieron cuando no había voluntarios. La cera volvió a crecer, del mismo modo que lo hicieron otras fiestas populares, que lo hizo el fútbol, que lo hicieron los toros, ocupando calles y plazas con su liturgia sangrienta, pero ahora custodiados vírgenes y santos por guardias civiles y policía municipales democráticos. En España volvía a amanecer y en las entrañas de cofradías, hermandades, directivas de equipos de fútbol y clubs taurinos fueron anidando “políticos” que hacían “política” por otros medios, pero que estaban deseando hacerla como está mandado. La Semana Santa se convirtió en seña de identidad de cientos de pueblos y ciudades, los equipos de fútbol en algo más que un club, y los toreros en ídolos de masas gracias a los programas del corazón de tonadillera, chulo, caradura y mis: Las fuerzas del pasado habían logrado tejer una inmensa tela de araña que como nunca antes, impregnaba todos los ámbitos de la vida pública, llenando los callejeros de todo el país –como otrora- de nombres de curas, mosenes, festeros mayores, papas, pregoneros y mártires de la causa: Más de la mitad de las calles de todo el país están dedicadas a profesionales del catolicismo, militares, prominentes festeros o panegiristas. Muchas veces me he preguntado que podría haber hecho este país con el descomunal esfuerzo dedicado a pasear santos sangrientos, ensalzar patrones y patronas locales, jalear a toreros o endiosar a equipos de fútbol y futbolistas.

Hoy, gracias a Dios, la Semana Santa es otra cosa, y la mayoría de la población, siempre que tenga dónde vivir, qué comer, y con qué pagar la luz y el agua, toma ese periodo del año como algo lúdico, bien viajando, bien compartiendo unos días con amigos y familia, bien acudiendo a ver santos flagelados y vírgenes torturadas o quedándose en casa a escuchar las consignas doctrinarias que cada día emiten las televisiones del régimen en telediarios, series, transmisiones deportivas y programas deformativos de la más diversa índole. Sin embargo, las calles siguen ocupadas durante semanas por costaleros, pasos, santos, trompetas, tambores, legionarios, beatos y políticos del pasado cogidos del brazo con los que se decían laicos y venían para cambiar las cosas. Como tantas veces ha dicho el teólogo Juan José Tamayo, la fe es algo personal e íntimo que nada tiene que ver con la religión en las escuelas ni con los santos en las calles. Entre tanto, mientras el país se desangra a manos de quienes simulan emoción ante un paso, un gol del Madrid –que también es algo más que un club- o una “faena” de Ponce, la tela de araña urdida por los hombres del pasado sigue creciendo, ahora bajo el imperio de la televisión y los periódicos del pensamiento único por la gracia de Dios y las nuevas tecnologías del onanismo perpetuo. Qué cruz!!!

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