El autor, al examinar el mito de San La Muerte, advierte que «la religión católica, que niega la muerte, puede dejar al psiquismo huérfano de las herramientas para elaborar la muerte con que cuentan las culturas totémicas como la guaraní»
El mito de San La Muerte surge después de la expulsión de los jesuitas de sus misiones en el nordeste de la Argentina y del Paraguay, en 1750. La tradición habla de un monje que ejercía la medicina entre los pobres y los aborígenes. Acusado de curandería y brujería, fue perseguido y encarcelado en una celda con puerta sellada. Los poderosos de entonces se encargaron de que tuviera un proceso injusto y cruel. Si bien tenía estado eclesiástico, como pertenecía probablemente a la orden de los jesuitas o a la de los franciscanos, la Curia de entonces no le prestó apoyo y dejó que se lo condenara a la prisión más rigurosa, en el marco de las circunstancias políticas del viejo imperio de los reyes españoles que se derrumbaba en una lucha interna.
Por debajo de la puerta se le pasaba la comida desde el día de su encarcelamiento. Cuando fueron a constatar su estado, con la intención de entregarlo al brazo secular para su tormento público, se hallaron con un espectáculo horripilante. Nada quedaba del monje, salvo su cuerpo esquelético que se encontraba de pie y que, cuando ingresaron en la celda, levantó su mano señalando a su principal inquisidor. Este hombre, pálido de muerte, fallecería poco después. Poco a poco, sus perseguidores caerían afectados por misteriosas enfermedades que el pueblo llano atribuyó a la justicia divina por el daño infligido a un hombre bueno (Farías, J. R. Mitos y leyendas del Chaco, Buenos Aires, Fabro, 1999).
Existe un segundo relato sobre el origen mítico de San La Muerte, en el que la víctima no es un monje sino un chamán, un médico brujo de la cultura guaraní. Se lo representa como un esqueleto de pie, con una guadaña en la mano. Este santo sintetiza el poder de todos los muertos. El culto supersticioso de San La Muerte no tiene fecha especial, pero el calendario folclórico reconoce como días más indicados para acciones en relación con el santo el Viernes Santo y el Día de Todos los Muertos, aunque desde hace tiempo en Resistencia, Chaco, se le rinde culto el 15 de agosto, incluso con misa y procesión.
Las imágenes de tamaño pequeño realizadas generalmente en madera se constituyen como amuletos o payés. El payé era el nombre con el que se conocía al médico sacerdote y mago de las tribus guaraníes; luego se extendió a las curaciones realizadas por éste o con la intervención de algún santo popular, o también al amuleto que otorgaba protección contra los males. La imagen de San La Muerte también se suele moldear en plomo y, además, aunque menos frecuentemente, se talla en hueso. El plomo debe ser de la bala que haya ultimado a alguien, extraída a punta de facón y derretida para dar forma al santito. Pero la mayor protección se logra con un pequeño San La Muerte tallado en hueso humano, preferentemente de una falange de la mano de un niño.
Su imagen es concebida como un poderoso amuleto contra el mal. Tatuada en alguna parte del cuerpo, puede proteger a quien la lleva de las balas y las puñaladas. Según dicen, al policía que debía asesinar al correntino Mamerto Antonio Gil Núñez (el Gauchito Gil, acusado de desertar de las fuerzas de seguridad a fines del siglo XIX), le costó mucho trabajo hacerlo porque estaba protegido por San La Muerte a través de una imagen del santo que tenía metido en el cuerpo. Muchos delincuentes han confesado su devoción hacia este santo popular, a quien le piden protección.
San La Muerte, con esos dos relatos sobre su origen, manifiesta su poder para construirse en mito. Parece fusionar dos creencias; por un lado, la creencia de la religión católica y su profusión de santos milagrosos, de mártires de la Iglesia, y de figuras talladas y veneradas, y por otro, las creencias “combatidas” por los sacerdotes católicos en las originarias creencias guaraníticas, esto es el culto a los muertos, el poder de los chamanes y de la magia.
Deberíamos sumar una característica casi única de San La Muerte entre los santos no oficiales: a San La Muerte está permitido pedirle el mal para algún enemigo o la muerte o la desgracia, costumbre desterrada de los actuales ritos católicos, pero que sin duda fue práctica corriente en otro tiempo de la Iglesia y ha llegado a nuestros días como una pieza de arqueología ritual, puesto que podemos reconocerlo en el rezo de la misa católica actual, donde se dice: “Por la señal de la santa cruz de nuestros enemigos, líbranos, señor, Dios nuestro”.
Morir y no morir
El culto a los muertos era una costumbre muy arraigada en el pueblo guaraní, que es el fermento de este mito; como dice Pierre Clastres, para los guaraníes el espíritu de los antepasados y de los héroes míticos está siempre vivo en el seno de la comunidad, no sólo de manera simbólica sino que realmente habitan en los adornos que los representan; existen relaciones muy estrechas y continuas entre la comunidad de los vivos y la de los muertos, que se manifiestan en la ayuda mutua. Los muertos los proveían de alimentos, les enviaban la lluvia, velaban por su bienestar y los estimulaban en la guerra. A cambio, ellos, además de ritos y ofrendas y de vengar a los muertos en honor a ellos, celebraban una gran fiesta anual.
La religión monoteísta niega la muerte y prohíbe todo el culto a los muertos, al que eran tan adeptos los egipcios hasta la llegada de Akenaton. La prédica jesuítica en las misiones del Litoral sin duda prohibió este tipo de rituales tan caros e importantes para la cosmovisión guaraní.
En general, en las religiones monoteístas, y particularmente en la católica, no hay santos vivos; es necesaria la comparecencia de la muerte, la fe y los milagros realizados para que se acceda a la categoría de Santo de la Iglesia. Los guaraníes (y sus descendientes hoy siguen viviendo entre correntinos y paraguayos) necesitaban un santo local: alguien que hubiera muerto en forma trágica, inexplicable e injusta pero que además, en el último momento, se vengara de su matador. Este gesto lo diferencia de los santos oficiales: éstos jamás buscaron venganza, sino que perdonaron. Pero también habilita que se le puedan pedir acciones negativas hacia otras personas –la muerte, la enfermedad, la pérdida del amor, etcétera–. En una fórmula muy común de la proyección inconsciente, si yo fui tratado injustamente por esta o aquella persona, tengo derecho a vengarme, y San La Muerte me va a entender y me va a ayudar, porque él fue víctima de la injusticia igual que yo. Sin duda, la injusticia edípica de que el progenitor amado prefiera al otro progenitor y no al niño es una de las fundantes de las fantasías inconscientes más importantes sobre la muerte de los progenitores y el refuerzo necesario para la emergencia del complejo de castración.
El payé es la forma mágica en que se utilizan las imágenes de San La Muerte. Es un retorno al pensamiento omnipotente infantil y a la utilización de objetos contrafóbicos.
El mito sostiene una situación que la culpa por la violencia o muerte hacia otra persona es neutralizada en el hecho de que esta acción está “mediada” por el santo, es decir, está justificada en la acción de la otra persona (abandono, robo, envidia) y en la posibilidad de que el muerto sólo sea una expresión más de mi propio instinto de muerte.
La negación de la muerte, tal como surge de la religión católica, puede dejar huérfano al psiquismo de las herramientas para pensar y elaborar la muerte en estas culturas totémicas, y aun en nuestra era, de hecho, la Divina Comedia del Dante parece ser una monumental obra que intenta rellenar este vacío.
La fórmula sobre un lugar donde descansan las almas hasta el día del juicio final, esa especie de “no muerte”, es un intento deliberado por enfrentar el culto a la muerte tan profundamente arraigado en la mayoría de las culturas antiguas, desde los egipcios hasta los guaraníes.
Las reducciones jesuíticas del Litoral argentino mostraron el proceso en el que una cultura se muestra “pacíficamente” integrada dentro de las creencias y limitaciones de la otra: la cultura guaraní, dentro de la cultura europea de aquella época y de su religión, la católica. Sin duda, este cambio social necesitó, de parte de la cultura guaraní, un gran esfuerzo pulsional, un gran gasto energético en abandonar sus costumbres más importantes, como la poligamia, el politeísmo y el gusto por guerrear con tribus vecinas. La aparición de San La Muerte en el santoral pagano de la zona está refrendando este retorno a lo pulsional, al retiro de la energía utilizada en lo espiritual. La expulsión de los jesuitas promueve la pérdida de ese esquema de seguridad que daban las reducciones y, en el mismo acto, regresa el poder de los chamanes y la magia.
Una fusión simbólica de estos dos movimientos es el culto a San La Muerte. El hecho de que sea un santo venerado en las cárceles, por los delincuentes y narcotraficantes, refuerza esta corriente de canal pulsional inconsciente incestuoso y agresivo al que el mito da un lugar.
Según Fidias Cesio (En La peste de Tebas, Nº 45), la tragedia edípica permanece sepultada en los fundamentos y en algunas oportunidades se asoma a la conciencia en pesadillas, accidentes, angustia, enfermedades, actualizaciones y por fin se manifiesta plenamente en la muerte propiamente dicha. El encuentro con el núcleo trágico, con el muerto, nunca es neutro para la psiquis; siempre conmociona significativamente. Que este encuentro o la prevención de él esté mediado por un mito (en este caso, San La Muerte) puede definir un buffer, un lugar que permite hablar de la muerte, de la violencia, de las venganzas, y hasta justificarlas o encuadrarlas en un marco mítico, donde las pasiones humanas no son exigidas al esfuerzo abstracto de la religión oficial y a su discurso del perdón indiscriminado.
Si bien el relato mítico habla de un monje jesuita asesinado injustamente por no haber obedecido al rey de España la orden de regresar a su país y abandonar a los indios, hay otra historia que no está explicitada: muchos de estos misioneros, sobre todo los primeros en llegar, fueron mártires de estos indios, asesinados y devorados en rituales propios de la región. El desarrollo posterior de la historia demostró que un número limitado de misioneros jesuitas (menos de quinientos sacerdotes) redujeron a una nación guaraní de cientos de miles de hombres. ¿Puede haber sido la culpa el motor psíquico que posibilitó este fenómeno? ¿Operó el asesinato de estos jesuitas para los guaraníes al modo que la muerte violenta de Moisés para los hebreos?
Que el mito de San La Muerte tiene relación con el antiguo parricidio-banquete totémico lo demuestra el hecho de que cuando, en su rito iniciático, el payé adquiere los poderes, el rito se realiza de la misma manera y en el mismo momento que el acto de la eucaristía en el rito católico.
La influencia milagrosa del santo sólo es efectiva si su imagen está bendecida, pero lograr esto no es sencillo, dado que el encargado de impartir esta bendición debe ser sacerdote y es muy difícil hallar uno que se preste para tal fin. Conviene llevar la imagen a la misa y, cuando el sacerdote imparte la bendición, tenerla oculta en la mano. A partir de allí la imagen es efectiva y peligrosa, y tanto, que quien sabe de alguien que posea un San La Muerte ya bendecido evita su compañía, sobre todo si tiene alguna situación de disputa, rivalidad amorosa o simple antipatía.
No tiene importancia de quién son los huesos con los que se construye el payé (la imagen); al ser ya hueso, es de alguien que fue bendecido con la muerte, es decir, ha vivenciado el núcleo trágico, tragedia edípica, castración y muerte, y vuelve con todo ese poder a ayudar a quien posee a San La Muerte a pasar por los mismos trances en esta vida actual.
En el relato bíblico, Jesús vence a la muerte y deviene Dios a la derecha del padre. Esta fórmula necesariamente incluye la muerte de Jesús, la muerte violenta, la muerte del parricidio, la muerte injusta, la
muerte que origina culpa y necesidad de redención. En palabras de Freud: “Pecado original y redención por el sacrificio de muerte se convirtieron en la nueva religión fundada por Pablo” (Moisés y la religión monoteísa). Y agrega algo que se corrobora en nuestro mito: “Luego de que la doctrina cristiana hubo hecho saltar los marcos del judaísmo, recogió elementos de muchas otras fuentes, renunció a numerosos rasgos del monoteísmo puro, se adecuó en muchos detalles al ritual de los restantes pueblos del Mediterráneo. Era como si otra vez Egipto se tomara venganza de los herederos de Ikhnatón”. Hoy podríamos sumar a los creyentes en el mito de San La Muerte, el Santo para el Mal.
* Artículo incluido en el libro Mitos argentinos (para conocernos mejor), de Lía Ricón y Vilma Torregiani (comps.).