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Santificar el dolor

La doctrina católica ha convertido en un valor el sufrimiento

La dignidad equivale al dolor en el lenguaje con el que rechaza y equipara en ocasiones la Iglesia católica cuidados paliativos y eutanasia. El arzobispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián, anclado en el sector más reaccionario de la jerarquía, trazó este paralelismo con claridad durante la pasada Semana Santa. “¿Alguien puede decir que la de Jesús no fue una muerte digna?”, proclamó en el tradicional Sermón de las Siete Palabras, en Valladolid.

Sólo dos días antes había aparecido muerta en su domicilio Chantal Sébire, una mujer francesa a la que los tribunales habían denegado su petición para morir dignamente. “Jesucristo miró a la muerte cara a cara, con confianza, la aceptó con amor y la vivió descansando en los brazos del padre celestial”, replicó Sebastián con rebuscada retórica. Su muerte fue “absolutamente digna”, a pesar de que “no tuvo cuidados paliativos”, remató el arzobispo, para resumir en un titular un sermón de casi hora y media.

Doctrina del sufrimiento

Eutanasia y cuidados paliativos son dos conceptos absolutamente diferentes pero, en las críticas y advertencias de la Iglesia, uno y otro se confunden habitualmente.

Las tres grandes religiones de libro, cristiana, judía y musulmana, han tratado históricamente de monopolizar y estar presentes en cada momento clave de la existencia. La cultura católica es testigo del nacimiento mediante el bautismo. Sus sacramentos acompañan también la iniciación a la adolescencia y escoltan, por último, a la muerte, tránsito definitivo con el que comienza una recompensa prometida o un castigo eterno cosechado en vida.

La Iglesia católica predica una doctrina del sufrimiento que alcanza en la iconografía con la que adorna el martirio de sus santos su máxima cota de recreación en el dolor.

“La sociedad no puede marcar cómo un hombre debe morir. Si lo hace, estamos perdidos”, sentenció el arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, poco después de saltar a la luz el caso de las falsas sedaciones masivas del Hospital Severo Ochoa de Leganés.

La “cultura de la muerte”

En su encíclica Evangelium Vitae, el Papa Juan Pablo II acuñó la expresión “cultura de la muerte. A su juicio, “grandes sectores de la opinión pública justifican ciertos crímenes contra la vida en nombre de la libertad individual”. La propia agonía del Papa fue un homenaje al sufrimiento que la doctrina católica reviste de dignidad. “La cultura de la muerte va extendiéndose cada vez más entre nosotros, sobre todo a través del aborto, de la manipulación de embriones humanos, de la eutanasia solapada en cuidados paliativos”, denunciaba en abril el obispo de Tarazona, Demetrio Fernández. “La vida es siempre un bien” titulaba su carta pastoral. ¿Siempre?

Para la Iglesia, el bíblico “no matarás” del Éxodo “se refiere también a la propia vida”, según explicaba la Conferencia Episcopal en un texto redactado en 1998, cuando la muerte de Ramón Sampedro extendió el debate social sobre la eutanasia y la muerte digna.

La eutanasia es “inmoral y antisocial”, proclamaban los obispos, porque “se presenta como progreso lo que es un retroceso” causado por el “individualismo ateo y hedonista”.

La dignidad de la vida del hombre procede, según argumentaban, de “su origen y destino divinos”. “La verdadera piedad y compasión no es la que quita la vida, sino la que la cuida hasta su final natural”, concluía el documento.

¿Qué tratamientos se permiten cuando la muerte se considera inminente?, pregunta el Catecismo. “Son legítimos el uso de analgésicos no destinados a causar la muerte”, responde. Pero el dolor tiene un alto significado en la cultura católica. Si Jesús lo sufrió, según su creencia, el hombre también podrá hacerlo. Habrá de ser su último sacrificio.

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