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Santas y vírgenes representan a las mujeres en el callejero español

Vírgenes, santas y monjas encabezan con diferencia la representación femenina en los callejeros de las ciudades, que en la mayoría no llega al 10%

Era abril de 1994 y en el salón de plenos del Ayuntamiento de Madrid el PP, en mayoría absoluta, se oponía a la colocación de una placa en la casa de Dolores Ibárruri con su nombre. «No mientras yo presida esta corporación municipal», decía José María Álvarez del Manzano contra los discursos de IU y PSOE que ensalzaban la relevancia de la dirigente del Partido Comunista de España en el proceso de democratización del Estado.

Fue el detonante de una iniciativa de IU que pedía dedicar 50 vías y espacios públicos madrileños a otras tantas figuras femeninas, una de las primeras llamadas de atención sobre la ausencia de reconocimiento a las mujeres en las calles de pueblos y ciudades, que, en aquel momento, el PP volvió a tumbar.

Las posibilidades de aumentar el repertorio viario no son enormes, pero existen. Pese a la inauguración de nuevas zonas y a la obligación de mudar nomenclaturas en aplicación de la Ley de Memoria Histórica de 2007, los porcentajes han variado poco en los últimos años en España. En la mayoría de municipios no llegan al 10%. La media ronda el 5%.

Vírgenes, santas y monjas encabezan con diferencia la escasa representación femenina en los callejeros de las ciudades del Estado. Después, las reinas y las esposas de hombres públicos. Finalmente, de asignación más reciente, las políticas e intelectuales.

El ayuntamiento con mayor porcentaje es Guadalajara, un 9,5%. Al lado de sus abundantes heterónimos de la Virgen, sus calles con antropónimo femenino son una breve compilación de historia del siglo XX: la anarcosindicalista Teresa Claramunt, la deportista Lilí Álvarez, la primera ministra europea, Federica Montseny, o la actriz Margarita Xirgú. Por el contrario, Vigo se sitúa, entre los municipios principales, como el que menos trayectos dedica. Unos 300 corresponden a hombres frente a 44 mujeres.

«Es importante tener en cuenta no solo cuántos espacios, sino qué tipo de modelos personifican, y cómo se invisibilizan las aportaciones de científicas, educadoras, deportistas, feministas… A pesar de haber participado activamente en la historia local, la presencia femenina en el itinerario urbano no solo es escasa, sino que quiere reforzar un único modelo de mujer

En los últimos años ha ido incorporando gallegas egregias como la pintora Maruja Mallo, la escritora María do Carme Kruckenberg o la pedagoga Antía Cal. Y desde 2008, seis placas homenajean a seis viguesas represaliadas por el franquismo: Carmen Miguel Agra, Ángela Iglesias Rebollar, Rosario Hernández Dieguez ‘A Calesa’, Margarita Bilbatúa Zubeldia, Urania Mella y Mercedes Núñez. En total, la ciudad cuenta con poco más de un 3,1% de nombres femeninos, con gran presencia de santas.

Pocas y estereotipadas

Entre las mujeres que han merecido una calle también figuran propietarias de fincas. En general son las primeras vecinas, que acabaron dando nombre a la calle por habitual designación del cartero, para no perderse. De ellas escasean los datos en los archivos, de modo que existe un número sin cuantificar de mujeres que enuncian los caminos de las que no se sabe nada.

«Es importante tener en cuenta no solo cuántos espacios, sino qué tipo de modelos personifican, y cómo se invisibilizan las aportaciones de científicas, educadoras, deportistas, feministas… A pesar de haber participado activamente en la historia local, la presencia femenina en el itinerario urbano no solo es escasa, sino que quiere reforzar un único modelo de mujer», explica Zaida Fernández Pérez, socióloga militante de la Asamblea de Mujeres de Ermua.

En los últimos años se han continuado inaugurando vías dedicadas a figuras católicas femeninas. Son, por ejemplo, la calle Virgen de Loreto (Huete, Castilla-La Mancha), calle Merced Alta, dedicada a la Virgen de las Lágrimas (Jaén) o calle Virgen de la Piedad (Antequera, Málaga).

En Sevilla, Juan Ignacio Zoido (PP) inauguró en 2012 la calle Nuestra Señora de las Mercedes para sustituir a la de Pilar Bardem. El nombre de la actriz había sido elegido por el anterior equipo de gobierno (PSOE-IU) para reemplazar a la avenida General Merry, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica.

El peso de la tradición católica y una historia de alianza entre Iglesia y poder empobrecieron el callejero estatal, según el  Observatorio del Laicismo, que se refiere al nomenclátor madrileño como «muy poco científico». En él contabiliza 730 calles con denominaciones religiosas femeninas y masculinas (352 santos, 125 santas, 137 vírgenes, 16 cristos, 10 cardenales), monasterios o cruces.

En el otro lado, dicen, «solo dos están dedicadas a ingenieros y 17 a maestros». Claro que solamente hay una maestra, María Lozano, «pese a que el magisterio es carrera de larga tradición femenina», tal como escribe la investigadora del CSIC Valentina Fernández en Memoria de mujeres en el callejero de Madrid.

Ideología de los nombres

Los nombres de las calles son una muesca en la cotidianeidad con el sesgo de un relato. Las filias de las mayorías políticas acaban determinando las denominaciones, agraden o no a sus ciudadanos.

En 2013 fue controvertida la atribución de una plaza madrileña a una mujer, Margaret Thatcher; el primer espacio público fuera del Reino Unido dedicado a la exministra británica. Para ello, se aprobó una ordenanza que otorga la potestad de bautizar el callejero al gobierno y se la quita al pleno municipal. Diez días después de inaugurada, el colectivo  Juventud Sin Futuro colocó un adhesivo con la forma exacta de una placa urbana para convertirla temporalmente en plaza de la Juventud Exiliada.

En la nueva normativa madrileña, el homenajeado ya no tiene que guardar vínculo con la ciudad ni haber muerto. Muchos ayuntamientos exigen esto último para evitar sorpresas biográficas, como la que obligó al ayuntamiento de Palma a retirar la denominación Duques de Palma a una vía tras el estallido del escándalo Nóos. Oviedo, por ejemplo, otorgó en los últimos años a seis calles el nombre de otras tantas mujeres vivas.

En el autobús 138 de la EMT de Madrid que une Plaza de España con Aluche, el altavoz canta cada día la parada de la calle Doña Mencia. Y lo hace así, sin acento en la i. Ningún pasajero consultado sabe quién es Doña Mencía. Ni sin tilde ni con ella. El callejero está lleno de personas que nadie reconoce. En concreto, las mujeres que han ido nombrando los caminos figuran muchas veces sin su apellido u otros signos identificativos, de modo que se les impide formar parte real de la memoria colectiva.

La madrileña calle Flora hace referencia a Flora de Nüremberg, quien vivió en esta vía en el siglo xv. La calle Quiñones recibe su denominación de la imprenta de una mujer de este apellido que, además, podría haber sido el primer taller de impresión de la ciudad. Son solo algunos ejemplos de los recogidos por Valentina Fernández.

¿Por qué sucede? Según esta autora, «muchos de los nombres suprimidos pueden ser considerados como el negativo de una ciudad que borra determinados aspectos o personajes de su memoria colectiva; avalando la corriente historiográfica que considera este tipo de simbología como una forma de legitimación del poder».

Se han borrado para que no estuvieran. Y la supresión es una constante en casi todos los municipios. ¿Qué transeúnte sabe que la rúa de la Marquesa, en Pontevedra, se debe a la de Riestra, cuyo cónyuge dispone también de trayecto propio en la ciudad pero con la denominación completa de Marqués de Riestra? ¿O de qué princesas nos hablan tantos municipios españoles?

Para Patricia Arias Chachero, profesora del IES Fermín Bouza Brey de Vilagarcía y autora de un trabajo sobre el callejero gallego en la  revista Andaina, «se trata de asuntos silenciados. Casi parece la confirmación práctica del dicho popular de que el lugar propio de la mujer no está en la calle, sino en su casa».

Los vecinos reaccionan

De las 348 calles de Ourense el 4,5% es un antropónimo femenino. «Casi ninguna se corresponde con los centros de actividad, comercio o históricos». La profesora de Historia Antigua de la Universidade de Vigo, Susana Reboreda, y Patricia Arias constataron entre los asistentes a las  Jornadas de Mujer y Urbanismo de Ourense que dar a conocer esta situación genera «reacciones evidentes». De ellas salió un manifiesto que pide la revisión del  nomenclátor para incluir ourensanas ilustres u oficios característicos como las polbeiras, redeiras, palilleiras, que forman parte del patrimonio inmaterial gallego.

Algo parecido ha sucedido con el Nomenclátor en línea de carrers amb nom de dona de Catalunya del Institut Català de les Dones. A través de un mapa diseñado por el  Institut Cartogràfic se invita a municipios y particulares a que identifiquen vías y creen o amplíen información biográfica, al modo de una Wikipedia. Se presentó el 30 de septiembre de 2014 con 962 calles y ya contiene casi 600 más.

Según Montse Getell, presidenta del Institut, para dar nombre a una calle, «cada municipio tiene su sensibilidad y mecanismos y comisiones específicos». «En Cataluña los ayuntamientos llevan años desarrollando políticas para la igualdad». Sin embargo, los porcentajes siguen rondando el 5%.

Córdoba, con un 6% de calles con apelativo femenino –más de la mitad, advocaciones marianas–, decidió ir un paso más allá y aprobó en 2005 el establecimiento de una cuota del 50% de nombres de mujer en las nuevas vías con antropónimos, criterio que comparte con Florencia (Italia).

En la jerarquía urbanística las mujeres no suelen designar avenidas, plazas o trayectos arteriales. Ocupan, como tónica general, las vías secundarias, caminos de escaso tránsito.

«Hay alguna plaza dedicada a alguna figura representativa, pero la mayoría son vías muy poco conocidas», explica Begoña Muruaga, del Forum Feminista María de Maeztu, autoras de Mujeres en las calles (de Vitoria-Gasteiz). Como muestra, la travesía dedicada a la pedagoga que da nombre a su organización.

«El urbanismo es la materialidad de la historia», reflexiona Zaida Fernández: «Lo que no se nombra no existe, no se reconoce. El dar nombre a un lugar, diseñar un monumento o señalizarlo con una placa conmemorativa forma parte de la memoria social, porque supone rescatar del olvido aquello que socialmente consideramos importante».

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