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Sánchez y la coherencia democrática

Un juramento presidencial ante una biblia y un crucifijo simbolizan un juramento ante un ideario intolerante e irracional

Casi todos los titulares informativos posteriores al nombramiento de Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno español han destacado el hecho de que prometiera el cargo “sin biblia ni crucifijo”, y que sea el primer Presidente español que ha prometido su cargo sin símbolos religiosos, es decir, símbolos ideológicos, en democracia; algo que ha levantado revuelos mediáticos y ha creado muchas ampollas, lo cual, sinceramente, creo que no tiene sentido ni lugar, ni incluso por muy religioso que se sea. Porque en una democracia, y en un Estado supuestamente aconfesional, toda institución pública se conforma en un espacio neutral en el que no puede ni debe preponderar ninguna confesión religiosa. Es ése el sentido esencial mismo de la palabra “democracia”.

La noticia, el asombro, y en algunos casos el escándalo que llenaran los titulares de prensa deberían ser lo contrario. Un juramento presidencial ante una biblia y un crucifijo simbolizan un juramento ante un ideario intolerante e irracional, y alejado radicalmente de cualquier argumentario solidario y democrático; porque las religiones son el máximo ejemplo de lo que es un sistema piramidal antidemocrático. En cualquier caso, debería espantarnos que un político jure su cargo en base a sus creencias pesonales y particulares, sean las que sean, porque de algún modo ese juramento simboliza la supeditación de su gestión a esas creencias. Y eso, repito, es la antítesis misma de lo que se espera de un gobernante y de un gobierno en un Estado de Derecho.

Para muestra, un botón, el botón del terrible confesionalismo del gobierno precedente, que ha gobernado en connivencia con los obispos, y, por ejemplo, pedían en jaculatoria a Santa Rita que baje el paro mientras  multiplicaban la precariedad laboral, despedían a los funcionarios públicos y dejaban a los trabajadores españoles en una situación mucho más que lamentable. O aseguraban la donación anualmultimillonaria del Estado español a la confesión católica, en base al Concordato vigente, mientras formaban parte de una “mafia”, la Gürtel, organizada como un modo de apropiación del dinero público, o mientras recortaban a los españoles hasta el aire que respiran; lo cual no es una hipérbole desmesurada. Recordemos, por ejemplo, el impuesto al sol del ex ministro popular Jose Manuel Soria, impuesto que, por cierto, ha sido declarado ilegal por la Comisión de Energía del Parlamento Europeo.

Volviendo al tema de esta reflexión, ese caso no es el de Pedro Sánchez. Ha prometido su cargo ante la Carta Magna de 1978, lo cual es lo que tiene que ser. No ha hecho ostentación de sus creencias, sino lo contrario. Se ha mantenido neutral, a pesar de lo cual ya he leído muchos improperios contra su ateísmo. Vuelta a lo mismo, al medievo, y a la persecución, que ha sido cruenta y secular, contra los ateos; como si ser ateo fuera algo de lo que avergonzarse; como si, como dice una buena amiga mía, hubiera que disculparse por pensar, y por no creer en mitos, o en duendes o en el ratoncito Pérez.

Sánchez es ateo y no ha hecho alarde alguno de sus creencias personales. Que yo sepa, no ha jurado su cargo público ante ningún libro de ciencia ni de filosofía. Ha sido aséptico. Es decir, ha sido democrático. Además, Rajoy es un ejemplo perfecto de cómo jurar un cargo ante símbolos religiosos y arrasar con todo y con todos, en medio de la más aplastante inmoralidad. ¿Qué ética o qué moral puede garantizar la jura de nada ante un libro que, en palabras de Saramago, es el mayor catálogo de crueldad y misoginia jamás escrito? Ninguna. Porque no se trata de moral alguna, sino de sometimiento.

Y se trata de algo simbólico realmente. No tiene mayor trascendencia para algunos; aunque lo simbólico tiene la importancia de ser la síntesis esquematizada de ideas e ideologías que llega al subconsciente del receptor de manera mucho más directa que cualquier otro mensaje verbal. No hay más que ver a los cristianos, que lo tienen todo lleno de cruces. Por tanto, la supresión de simbología religiosa en la toma de cargos públicos es esencial, justa y necesaria, porque representa la liberación de los gobernantes de su secular sometimiento al hecho religioso, lo cual es y ha sido siempre uno de los grandes frenos a las democracias. En lo privado, por supuesto, cada quién puede creer o militar en lo que quiera.

Por mi parte, mi agradecimiento a Pedro Sánchez, como ciudadana española, además de por haber hecho posible la recuperación de la dignidad de la democracia española y la regeneración de la vida política, por la coherencia democrática que supone la asepsia confesional transmitida en ese acto. Y espero que esa independencia del Estado respecto de la religión esté un poco más cerca a partir de ahora para los españoles. Porque no estamos en la Edad Media ni en tiempos oscuros de irracionalismo y de sumisión. Y porque con Rajoy y los del Partido Popular, esos que han actuado varias décadas en alianza con una organización criminal dentro del partido para apropiarse del dinero público, ya hemos tenido más que de sobra de confesionalismo y de pleitesía a la intolerancia y a la sinrazón. Porque, como dice el filósofo chileno Sebastián Jans, sin laicidad no hay democracia ni progreso.

Coral Bravo

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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