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Salvador Illa, nuevo presidente de la Generalitat

Salvador Illa, un socialista católico convencido, y una nueva etapa, también para los cristianos · por Ramón Bassas

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El nuevo president de la Generalitat de Catalunya, un socialista católico convencido

Salvador Illa, que recibió el premio Fernando de los Ríos otorgado por Cristianos Socialistas, sale de esa realidad heterogénea que tiene el principal partido en la comunidad y que representa mejor que nadie la Catalunya diversa que ha sido acallada en los dos últimos lustros

No me atrevería a destacar que las políticas de esta nueva legislatura sean más «cristianas» que en las anteriores, pero sí que no pasa desapercibido para cualquier cristiano que atenderán mucho mejor a políticas que habían pasado a segundo término como una «piedra tirada por el constructor»

En lo que sí creo que va a notarse un cambio va a ser en el respeto que merece la Iglesia Católica como institución, estemos o no de acuerdo con algunas de sus decisiones o posicionamientos

En su reciente discurso de investidura, el flamante nuevo presidente de la Generalitat de Catalunya reivindicó su formación «de humanismo cristiano» que, junto a la filosofía y la economía, le ha proporcionado «un cierto sentido crítico y capacidad de análisis». No es nuevo y a nadie sorprende ya en Catalunya la referencia explícita del presidente Illa a su formación cristiana.

En realidad, muchos de los fundadores del actual PSC provenían de comunidades cristianas de base. Aún hoy muchos socialistas comparten su afiliación con el compromiso en parroquias o en Cáritas. Y, según las sucesivas encuestas del CEO (el CIS catalán), el PSC es el partido preferido por los que se declaran católicos (y de paso, del resto de identidades religiosas). Salvador Illa, que recibió el premio Fernando de los Ríos otorgado por Cristianos Socialistas, sale de esa realidad heterogénea que tiene el principal partido en la comunidad y que representa mejor que nadie la Catalunya diversa que ha sido acallada en los dos últimos lustros.

Decía el obispo conservador Torras i Bages en el siglo XIX que «Catalunya será cristiana o no será». Un siglo más tarde, el monje y antropólogo Lluís Duch respondía que, en verdad, Catalunya no había sido nunca cristiana porque el ideal cristiano no se ha realizado en ningún momento. Y quizá no pueda. Duch deseaba destacar la diferencia entre la identidad cristiana, especialmente de lo que hemos llamado la Cristiandad, y el objetivo «político» del mensaje y memoria de Jesús que nos transmite el Evangelio.

En este sentido, no me atrevería a destacar que las políticas de esta nueva legislatura sean más «cristianas» que en las anteriores, pero sí que no pasa desapercibido para cualquier cristiano que atenderán mucho mejor a políticas que habían pasado a segundo término como una «piedra tirada por el constructor». La atención a los servicios públicos básicos como la educación o la sanidad, o la recuperación de la Ley de Barrios para rescatar a las zonas más deprimidas de nuestras ciudades así lo indican. Pero, sobre todo, a la necesidad de recuperar la idea de una sola comunidad para toda Catalunya, después de años de abrir brechas en ella a raíz de lo que se ha denominado el «procés» independentista.

La 'nueva normalidad' del cardenal Omella y Salvador Illa en Cretas
La ‘nueva normalidad’ del cardenal Omella y Salvador Illa en Cretas

En lo que sí creo que va a notarse un cambio va a ser en el respeto que merece la Iglesia católica como institución, estemos o no de acuerdo con algunas de sus decisiones o posicionamientos. Por ejemplo, el ataque constante que recibió el arzobispo de Barcelona, monseñor Juan José Omella, por no plegarse a las exigencias del independentismo durante los años más duros del procés (apoyo a la consulta primero, apoyo a los presos después), seguro que tocará a su fin.

Y no sólo porque Omella e Illa suelan coincidir por vacaciones, que también ayuda. La nueva etapa de reencuentro y pacificación, los nuevos retos de mejora del servicio público en Catalunya, necesitan del apoyo de todos. Y la Iglesia católica, al menos en Catalunya, a pesar de la galopante secularización, mantiene una capilaridad terriorial y social tan vasta que la hace imprescindible.

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