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Salman Rushdie iba provocando

Siempre es lo mismo: a un lado, palabras. Y al otro, cuchillos. Y esos malditos intelectuales, siempre provocando. Que cada cual se ponga donde le convenga

Salman Rushdie lleva sentenciado a muerte por la santa inquisición islámica desde 1989, año de la publicación de ‘Los versos satánicos‘, que con toda certeza ningún islamista radical ha leído jamás. El ayatolá Jomeini dictó sentencia y ofreció una recompensa millonaria por su cabeza. En 2016 la recompensa se incrementó, dado que Salman Rushdie seguía vivo y escribiendo.

Pero no es esto lo más escandaloso de su triste vida, ni tampoco el apuñalamiento en el cuello por parte de un joven el viernes, día santo del Islam, cuya «motivación» sigue siendo un tabú en la prensa mientras escribo, así como la religión que profesa el «joven» que le ha clavado ocho veces un cuchillo en el cuello.

Y digo que no es esto —la abominación— lo más escandaloso, porque resulta que aquí, en su exilio, durante años, Rushdie se ha encontrado con la insolidaridad (con la cobardía) de los intelectuales papanatas, temerosos de ofender al Islam o alimentar la xenofobia diciendo la verdad.

Algunas reacciones en Occidente cuando se dictó la fetua fueron peores que la fetua en sí, imperdonables. Jimmy Carter escribió una tribuna en ‘The New York Times’ que ponía pompones de algodón a los fanáticos. Decía que el libro de Rushdie era un insulto. Condenaba, claro, que Jomeini lo sentenciara a muerte (¡qué exceso!), pero decía, y cito: «debemos ser sensibles a la preocupación y la ira que prevalecen incluso entre los musulmanes más moderados».

Algo parecido a lo que dijo José Luis Rodríguez Zapatero, en una carta conjunta escrita junto al turco Erdogan y publicada en el ‘Herald Tribune’, cuando aparecieron las caricaturas de Mahoma. «No hay derechos sin responsabilidades y respeto por las diferentes sensibilidades», decían. Y recuérdense, para rematar, las palabras de Bergoglio tras perpetrarse el asesinato de los dibujantes: «Si insulta a mi madre puede llevarse un puñetazo».

«Rushdie se ha encontrado con la insolidaridad (con la cobardía) de los intelectuales papanatas, temerosos de ofender al Islam»

En fin. Son solo tres ejemplos de respuesta, de tres mandatarios occidentales, ante la furia insensata y fanática por la blasfemia. De lo que han dicho estos años de corrección política periodistas y escritores «progresistas» acerca de estos asuntos, mejor será no pronunciarse, porque no terminaríamos nunca.

Resumiendo, Rushdie, los de Charlie Hebdo, Ayaan Hirsi Ali y demás han sido puestos en cuestión, como cómplices necesarios de la xenofobia, puesto que las ofensas que habían proferido ejerciendo su libertad de expresión ponían en un lugar incómodo los relatos del paraíso multicultural. Algunos, cuando te matan, solo piensan en cómo van a usar la foto los verdaderamente malos.

«Hace año y medio, no faltaron voces que anunciaran que el viaje de Salman Rushdie a la derecha había concluido»

Por razones como estas, entre el miedo por la sentencia de muerte y el oprobio de los cobardes, rodeado siempre de guardaespaldas, vigilado, Rushdie se terminó convirtiendo, a su pesar, en un referente de la libertad de expresión y pensamiento en Occidente. Cuando firmó la carta de Harper’s Bazaar contra la cultura de la cancelación, hace año y medio, no faltaron voces que anunciaran que su viaje a la derecha había concluido.

En fin. Esto no va a parar, por cierto. La noticia espantosa de su apuñalamiento nos llega días después de que la rapera catalana Miss Raisa, musulmana, ataviada siempre con un velo, hasta que se lo quitó, y armada con un criterio propio que rompe por completo el estereotipo, haya sido amenazada de muerte por centenares de islamistas. El motivo: un vídeo en TikTok donde defiende que el respeto a los homosexuales debiera caber en el Islam. En el aeropuerto de Barajas han detenido, esta semana, a un hombre que amenazó con cortarle la cabeza. Todavía no han dicho si había venido a España para eso.

En fin, siempre es lo mismo: a un lado, palabras. Y al otro, cuchillos. Y esos malditos intelectuales, siempre provocando. Que cada cual se ponga donde le convenga.

Salman Rushdie lleva sentenciado a muerte por la santa inquisición islámica desde 1989, año de la publicación de ‘Los versos satánicos‘, que con toda certeza ningún islamista radical ha leído jamás. El ayatolá Jomeini dictó sentencia y ofreció una recompensa millonaria por su cabeza. En 2016 la recompensa se incrementó, dado que Salman Rushdie seguía vivo y escribiendo.

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