Pedro López López. Impulsor y coordinador del Grupo de Pensamiento Laico, miembro de la Junta Directiva de Europa Laica.
Se nos ha ido Rosa Regás, entrañable amiga y activista social que ha impulsado y/o apoyado infinidad de causas relacionadas con gran variedad de injusticias, desde la desigualdad social a la de género, el republicanismo, la injusta deuda externa, las guerras siempre promovidas por intereses bastardos, etc. Formó parte de varios tribunales populares (contra la deuda externa, contra la guerra de Iraq, contra el maltrato machista…). Valiente, no se dejaba presionar por la izquierda institucional. Defendió a Hugo Chávez en la época en la que fue directora de la Biblioteca Nacional, lo que no significaba dar ningún cheque en blanco, pero sí poner encima de la mesa las estrategias de ahogamiento que Estados Unidos y sus aliados ponen en marcha cuando un Estado no sigue sus “consejos”. También desafinó con el argumentario occidental –liderado por Estados Unidos, cómo no- utilizado para atacar a Siria en 2014, sin que esto signifique exactamente apoyar a Bashar al-Ásad. Muy probablemente posicionamientos como estos y otros le costaron su cargo en la Biblioteca Nacional, del que dimitió, aunque esta dimisión se quiso relacionar con el robo de dos mapas para desviar la atención.
Tuve la inmensa suerte de conocerla en 2004, siendo ya Directora General de la Biblioteca Nacional. El primer encuentro fue algo tenso: yo era director de la Escuela Universitaria de Biblioteconomía y Documentación de la Universidad Complutense (hoy Facultad de Ciencias de la Documentación) y la invité a dar una conferencia en mi centro. Llegó algo antes de lo que yo preveía y en ese momento teníamos una exposición en una sala con fotografías de escritores, una iniciativa que dio lugar a la publicación de un libro (Gente de Libro, de Juan Gracia y Pedro Carrillo), de manera que la llevé a ver la exposición. De esto hace un par de décadas y la sensibilidad en cuestión de igualdad de género no estaba tan desarrollada. Las fotografías eran de los años setenta-ochenta, así que la mayoría eran de escritores, con muy pocas escritoras; esto le molestó y me lo hizo saber. Cuando entrábamos en el salón de actos me dijo que diría algo sobre esto, y como realmente la notaba enfadada yo entré con auténticos sudores. Afortunadamente, no cumplió su amenaza. A partir de aquí, con el tiempo fuimos forjando una gran amistad (ella prefería llamarme “cómplice” a “amigo”). Aunque era una mujer de carácter, cuando se pasaba la capa superficial se apreciaba su ternura y su bondad.
Rosa aceptó formar parte del Grupo de Pensamiento Laico cuando se lo pedí en 2017, aunque no tuvo ocasión de colaborar mucho. Por aquellos años era muy requerida para entrevistas, prólogos, artículos, presentaciones, etc., así que no tenía mucho tiempo. Pasaron los años y, aparte de la comunicación por correo electrónico y wasap, la vi en un homenaje que se le dio en la Biblioteca Nacional nombrándola socia de honor de la Asociación de Descendientes del Exilio Español; debió de ser por 2019 o 2020, ya estaba bastante mayor. Alguna vez le dije que tenía que escribir algún artículo más, pero ya en los últimos años no me atreví a insistirle, no quería agobiarla.
Fue una mujer valiente y su paso por la Biblioteca Nacional no fue fácil -la derecha, como siempre que hay alguien de izquierdas en alguna cota de poder, hostigando-, pues lo cierto es que siempre fue incómoda. En esa etapa organizó una exposición espectacular: Biblioteca en Guerra. Ahí conocimos muchos personajes desconocidos por la inmensa mayoría, incluso del mundo bibliotecario, como el director de la Biblioteca durante la guerra civil, Tomás Navarro Tomás, gran filólogo y enorme intelectual que terminó en el exilio; o María Moliner, que conocíamos por su increíble diccionario, pero que fue bibliotecaria e hizo un plan nacional de bibliotecas que no ha vuelto a hacerse; o Juan Vicéns de la Llave, un bibliotecario republicano comprometido con las bibliotecas y con las Misiones Pedagógicas, que terminó en el exilio como tantos miles. Para el comisariado Rosa contó con una bibliotecaria que fue, y sigue siendo, casi mítica, toda una guerrillera de la cultura, que llegó a ser consejera de cultura en Castilla-La Mancha con Barreda, pero que también era incómoda porque el poder le importaba un comino, quería hacer cosas, no figurar; era (y afortunadamente sigue siendo) Blanca Calvo.
Durante su mandato en la Biblioteca Nacional hizo colocar un busto de Antonio Machado en la entrada, de lo que estaba orgullosa. Durante varios años me insistió para que pasara en febrero (aniversario de la muerte del poeta) por su casa en Llofriu y recogerla para ir juntos a Colliure a visitar la tumba del gran poeta, pero a mí no me era fácil organizarme en período de clases.
Solo puedo dejar constancia del privilegio que para mí ha sido contar con la amistad de un ser humano extraordinario. Y como activista, contar con su complicidad de mujer feminista, republicana, laica y anticapitalista.