Se defendía la existencia de la propiedad privada y se rechazaba el socialismo porque era considerado erróneo y materialista. La encíclica pretendía que se alcanzase la convivencia social a través de la justicia y la caridad como medios para solucionar los conflictos.
En el mes de mayo de 1891 fue promulgada por el papa León XIII la encíclica Rerum Novarum de tanta trascendencia en la Historia de la Iglesia porque supuso un cambio sustancial de la posición de la misma ante el problema social generado por la extensión de la Revolución Industrial. Se trata del documento fundacional de la doctrina social de la Iglesia y tuvo una clara influencia en la formulación de la democracia cristiana.
La elección como papa de León XIII en el año 1878 trajo importantes novedades en relación con la posición de la Iglesia ante los profundos cambios políticos, económicos y sociales del siglo XIX en una línea más abierta de la defendida por el anterior pontífice Pío IX y el Concilio Vaticano I.
En lo político, el papa León XIII se negó a aceptar la nueva situación italiana y exigió el reconocimiento de su soberanía sobre Roma. Esta postura contra el nuevo reino de Italia duró hasta 1929 cuando la Iglesia y el gobierno de Mussolini firmaron el Tratado de Letrán, por el que se creó el Estado del Vaticano. Pero el gran éxito diplomático del nuevo pontífice fue conseguir que Bismarck suavizara y terminara con la kulturkampf, es decir, la política contraria la Iglesia Católica en Alemania. En relación con Francia, el papa aconsejó a los católicos que colaborasen y aceptaran la III República, aunque esto no hizo cambiar la política laica de los republicanos. En 1885 publicó una encíclica en la que afirmaba que la Iglesia no se podía ligar a ninguna forma de gobierno, lo que suponía un cambio en la posición tradicional de la Iglesia.
León XIII intentó establecer puentes con otras confesiones, como la anglicana y la ortodoxa. Por otro lado, se preocupó de mejorar la formación del clero, la investigación científica de los católicos y promover la actividad de los misioneros.
Pero la gran aportación del papa León XIII tiene que ver con lo que aquí nos atañe, la cuestión social generada por las Revoluciones industriales, y que había sido desatendida por la Iglesia o ante la que se había respondido con argumentos propios de la época del Antiguo Régimen. Algunos eclesiásticos comenzaron, en la segunda mitad del siglo XIX, a interesarse por los asuntos sociales y allanaron el camino para que cambiara la política de la Iglesia en esta materia. En este sentido, destacó el obispo de Maguncia, monseñor Ketteler. Estaba convencido que las soluciones a la cuestión social tenían que partir desde abajo y que el Estado debía, solamente, desempeñar un papel subsidiario. Para ello, impulsó la creación de organizaciones obreras. Por otro lado, existió una corriente de socialismo cristiano en algunos países europeos, especialmente en Francia.
Por fin, en 1891 León XIII publicó la encíclica Rerum Novarum. En ella se trazaron las líneas fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, condenando los excesos del capitalismo, pero también la lucha de clases. Se defendía la existencia de la propiedad privada y se rechazaba el socialismo porque era considerado erróneo y materialista. La encíclica pretendía que se alcanzase la convivencia social a través de la justicia y la caridad como medios para solucionar los conflictos. El Estado debía garantizar los derechos de los más desfavorecidos, proteger el trabajo y promover una legislación social. Pero, además, la Iglesia promovió la creación de asociaciones y sindicatos católicos. El movimiento obrero consideró que la encíclica llegaba tarde y acusó a la Iglesia de oportunista, además de tachar a los sindicatos católicos de estar al servicio de la patronal.
La encíclica Rerum Novarum, y después la promulgada en 1931, Quadragesimo Anno, fueron fundamentales para provocar un profundo cambio de la Iglesia en relación con la modernidad y con los cambios ideológicos, políticos, económicos y sociales que se habían producido en Europa. La Iglesia quería seguir influyendo en la política, en la sociedad y en la educación, y recuperar poder. Había que adaptarse al nuevo juego político liberal y, posteriormente, democrático. En este sentido, había que fomentar la participación de los católicos en la vida política, de ahí el nacimiento de la democracia cristiana.
El programa de la democracia cristiana tenía relación, lógicamente, con el Evangelio, y se situaría en el conjunto de ideologías del segmento político de centro y/o derecha. Por un lado, aceptaba la propiedad privada y el mercado por lo que, en este sentido entroncaría con el liberalismo, pero, por otro lado, planteaba cuestiones muy distintas. En primer lugar, el liberalismo tiende a la secularización de la sociedad y la democracia cristiana defiende los principios cristianos. En segundo lugar, frente a un mercado como único regulador de las relaciones socioeconómicas, la democracia cristiana cree en la existencia de un Estado subsidiario que persiga la cohesión social, por lo que, en este aspecto pudo entenderse mejor, en su momento, con la socialdemocracia que con el liberalismo clásico.