Ejercicio de simulación en 7 días, 7 noches (A-3 TV): una reportera del programa, vestida de negro de arriba abajo, y con el rostro totalmente tapado por un burka, se ha puesto a circular por calles y plazas de Madrid para captar, con cámara oculta, la reacción de los viandantes. Ante el paso de la redactora he anotado comentarios del tipo «¡Habría que llevarla presa!», o «¡A mí me ha provocado miedo!», salpicados de desplantes gestuales, como levantarse todas las señoras de un banco de una plaza cuando veían que ella se sentaba a su lado. Es evidente que la consideración moral que el burka lleva implícita es perversa y enfermiza: trasforma la condición femenina en una especie de realidad a esconder, a enjaular, a esclavizar dentro de una cárcel de tela negra. O sea, que esta forma de apartheid es netamente condenable. Pero dicho esto, cada advertir también que como estrategia televisiva el uso del disfraz para obtener información sobre la marcha es discutible. Periodísticamente hablando, el muestreo obtenido, aunque espontáneo, no es elevable a categoría. Resulta poco fiable. Aunque es verdad que en el periodismo clásico se ha utilizado mucho, y el truco puede servir como anzuelo para pescar reacciones meditables.
Las nuevas cruzadas político-religiosas. Del Éxodo al Apocalipsis · por Roberto R. Aramayo
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