El Tribunal Superior ordena silenciar las campanas de la iglesia entre medianoche y las ocho de la mañana por las quejas del propietario de un hotel situado apenas a 15 metros
Perdido en el Alt Empordà, Sant Mori es un pueblo silencioso, incluso de día. Una carnicería es el único comercio, aunque a la una de la tarde ya cierra. Aquí, un puñado de habitantes, apenas 130, viven a otro ritmo. Astrid Caritg se mudó hace un mes, cambiando la vida de Barcelona por el campo. Se instaló con sus hijos en una casa justo al lado de la iglesia. «Ya me advirtieron de la inmobiliaria que se escuchaban bastante las campanadas, pero me he acostumbrado rápido». Ella, nueva vecina llegada de fuera, no quiere inmiscuirse en la pelea del pueblo: «Las campanadas no me molestan, pero entiendo las dos posturas».
Dos posturas –los mayores del pueblo, el párroco y el Ayuntamiento, por un lado; el señor del castillo y hostelero ocasional por el otro– separadas por mucho más que esos 15 metros que hay entre la iglesia y el castillo. Una pelea de pueblo sin matices. Una discusión sobre liturgia, tradición y descanso nocturno, sobre turistas adinerados y lugareños recelosos. «Para mí también es una sentencia amarga», dice Mariano Sanz. «Llevo 20 años aquí, intento aportar vida e ingresos al pueblo y me hubiera gustado solucionarlo antes. Solo pedí que las campanas dejaran de repicar por la noche, nada más».
La sentencia a la que se refiere es del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya, que ha ordenado silenciar las campanas entre medianoche y las ocho de la mañana, basándose en un informe que indica que el nivel de decibelios de las campanas de Sant Mori es superior a lo permitido. Una norma de contaminación acústica de la que, opinan el ayuntamiento y un juez de Girona en un fallo anterior, quedan excluidas las campanas, según una ley de centros de culto del 2009.
Denuncia en el 2003
Gana Sanz, pierde el Ayuntamiento. Mariano Sanz Klein es el cuñado de Francisco de Asís de Moxó Alonso-Martínez, el actual marqués de Sant Mori y propietario del castillo, donde durante la guerra civil catalana de 1462 residieron la reina Juana Enríquez y su hijo Fernando el Católico, acogidos por Pere de Rocabertí, primer barón de Sant Mori. Mariano no está muy bien visto en el pueblo desde que en el 2003 pusiera una denuncia contra el repique de las campanas, que no dejaban dormir a sus huéspedes, en su mayoría turistas extranjeros que pagan hasta 13.000 euros por semana por 10 habitaciones repartidas en cuatro plantas, una fabulosa terraza de 500 metros cuadrados y una piscina. «Es un bien monumental y tenemos la obligación de mantenerlo, pero no recibimos ninguna subvención por ello. Por eso pedimos la licencia de apartamento turístico, pero el primer cliente ya se quejó: las campanas no le dejaban dormir».
Las campanas de la iglesia suenan, día y noche, horas y cuartos, desde hace un siglo, mantienen el rector del templo, la alcaldesa y la gente del pueblo, sobre todo los de toda la vida. El mossèn Joan Güell, que nunca ha querido implicarse mucho en la batalla – «mi interés es que la gente venga a misa» –, acatará la sentencia. «Pero el pueblo está en contra. Las campanas nunca han molestado a nadie. Son la llamada de Dios, y esa no se debe silenciar por la noche» , explica.
La alcaldesa, Modesta Cucurull (CiU), no tiene tan claro que las campanas dejarán de repicar en septiembre. Pese a que la sentencia no se puede recurrir, está buscando una vía de escape para que «se haga la voluntad del pueblo». Ella está indignada, con gente «de fuera» que quiere cambiar hábitos centenarios. «Un pueblo es un pueblo, con niños que corren por sus calles, abuelos que se reúnen en la plaza, con el burro rebuznando y con el sonido de las campanas. Si me mudo a Barcelona no me planteo pedir cerrar la Meridiana al tráfico porque me molesta el ruido».
Sanz y Cucurull no se pueden ni ver, lo que es difícil de evitar en un pueblo de cuatro calles. Jamás buscaron una solución pactada desde que el primero empezó a alquilar el castillo. Ahora se aloja ahí una familia austriaca. Stefanie duerme casi bajo el campanario, dice. «Es difícil acostumbrarte, el bebé se despierta a menudo. Sobre todo a medianoche, cuando toca 12 veces. Es un dolor en el oído terrible. Ni siendo muy religioso hay que escuchar las campanas de noche, ¿no?». Pero ella luego se va, dicen los vecinos, y entonces ya le dará igual que en el pueblo toquen, como ahora están tocando, las campanas del campanario.