Como todos los años por estas fechas, la organización Europa Laica y la web Laicismo.org han iniciado una campaña de información ciudadana, instando a los españoles que no quieren financiar con su renta particular a la Iglesia católica, a no tachar ninguna casilla en su declaración del IRPF, ni la de la Iglesia, ni la destinada supuestamente a fines sociales.
Recordemos que la Iglesia católica recibe anualmente sólo de los Presupuestos Generales del Estado en España una asignación de más de 10.000.000.000 de euros, en base al retrógrado Concordato firmado por el Estado Español y el Vaticano, que aún está vigente, además de otras muchas desmesuradas prebendas de todo tipo, convirtiéndola en una organización de un poder económico incalculable. Una institución que es la única que el actual gobierno ha dejado indemne de sus bestiales recortes (Ver, por ejemplo, BOE 315 del 31/12/2011 Sección I. Página 146615), lo cual ocurre en un país con una tasa altísima y creciente de pobreza, en un país en el que la desnutrición infantil alcanza la escalofriante cifra del 25% según diversas fuentes. La Iglesia católica no es pobre, no, por más que sus representantes sean tan proclives a hablar de la pobreza, y a inducir a sus adeptos a ella. Se diría que propugnan la pobreza, pero sólo la pobreza ajena.
Volviendo a las casillas de la Renta tributaria, parece, como decía tan lúcidamente Iñaqui Gabilondo en una de sus fantásticas reflexiones periodísticas, que “La iglesia católica sólo se conforma con todo”. Y es que a ella llegan los fondos, no sólo de los ciudadanos que tachan su casilla específica, sino también gran parte de los fondos recabados en la casilla correspondiente a “Obras Sociales”. ¿El motivo? La Iglesia católica tiene registradas en el Registro de Asociaciones muchos miles de organizaciones de supuestos fines benéficos y sociales que recaban buena parte de los fondos destinados para tal fin. Por lo cual, se tache la casilla que se tache los dineros recaudados llegan a sus inmensas arcas. Y es que, como dejó dicho Cicerón, la listeza que se aleja de lo que es justo, no es listeza, sino astucia.
Europa Laica expone dos argumentos contundentes para explicar su campaña. Por un lado, “El culto, el clero, el proselitismo religioso y las campañas de agitación contra leyes democráticas y contra la libertad de conciencia que protagoniza la Iglesia católica NO deben ser financiadas por el Estado, es decir, por el conjunto de los contribuyentes, católicos o no”. Y, por otro lado, los fines sociales no deben depender de la voluntad aleatoria del contribuyente, ni de ninguna secta, ni creencia, ni religión, sino que deben formar parte de las políticas públicas, porque la acción social es un derecho ciudadano y se ha de financiar y gestionar directamente por las instituciones del Estado.
Todo Estado democrático es el responsable, y no las Iglesias, de gestionar los fondos públicos destinados a la obra social. Los ciudadanos, que somos los que financiamos al Estado y a todo un amplio abanico de asociaciones, algunas claras y otras no tanto, de supuesta obra social, tenemos el derecho inalienable (aunque suene a chiste en el momento actual) de ser atendidos en las carencias y dificultades colectivas y sociales, lo cual es costeado, no por ninguna iglesia, sino por los propios ciudadanos con sus impuestos. Y no por curas o monjas, sino por profesionales, por personal cualificado y experto en cada rama de la atención y asistencia social, de manera independiente a las creencias, que son algo muy privado y personal; y son ajenas, a veces muy ajenas, a la ayuda sincera, desinteresada y real.
Porque las religiones han basado su supuesto y tan publicitado interés de ayuda al prójimo en un concepto tan falso como humillante e insolidario: la caridad; un concepto tan medieval como antidemocrático, porque proclama y justifica la desigualdad, porque perpetúa la pobreza, el clasismo y la exclusión de los más desfavorecidos; y porque alivia hipócritamente las conciencias adoctrinadas para repudiar la verdadera fraternidad y la armonía esencial entre los seres humanos.
La caridad implica limosnas, la solidaridad implica respeto y hermandad. El maravilloso uruguayo Eduardo Galeano lo explica muy bien, cuando formula que “La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”. De eso se trata, no de falsa filantropía, sino de derechos. Se trata de superar una sociedad teocrática, supersticiosa, ignorante e irracional para dar paso a una sociedad más lúcida, más justa, y democrática y solidaria de verdad.
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