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Religión en la plaza pública

"Aquí, en América, encontrará una nación que da la bienvenida al papel de la fe en la plaza pública". Así acogió en Washington el presidente George W. Bush a Benedicto XVI, que fue mucho más lejos en esta declaración de principios nada laicos.

El pasado viernes, en la Asamblea General de Naciones Unidas, el secretario general, Ban Ki-moon, le recordó al Papa que la suya es una "organización secular" y que el edificio que la alberga en Nueva York no tiene siquiera una capilla.

Ratzinger, sin embargo, aprovechó la tribuna para exigir que "la libertad religiosa no se puede limitar al libre ejercicio del culto, sino que tiene que dar la debida consideración a la dimensión pública de la religión, y por tanto a la posibilidad de los creyentes de desempeñar su papel en la construcción del orden social", aunque diferenció entre la dimensión del ciudadano y del creyente. Pero previamente había considerado "inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos -su fe- para ser ciudadanos activos", y "no debería ser nunca necesario negar a Dios para disfrutar de los derechos de cada cual". ¿Quién lo exige? Es una subversión de los argumentos del laicismo.

Es verdad que poco hay más público que la religión, sea cristiana, musulmana u otra. Los viajes papales lo demuestran. Estados Unidos, formalmente un Estado laico o mejor dicho sin religión oficial, es uno de los países más religiosos del mundo, y en él la religión, al menos el deísmo, no es sólo un asunto privado sino muy público. Tanto que (aunque tan sólo desde 1956) los billetes de dólares llevan el famoso lema de In God We Trust (En Dios confiamos).

Además, la dimensión pública de la religión ha ido aumentando con los crecientes intentos de politizarla. Parecía una cuestión tapada en las primarias demócratas, y sin embargo ha resurgido cuando el aspirante demócrata a la Casa Blanca Barack Obama declaró recientemente que las frustraciones económicas de muchos electores en las ciudades pequeñas de Pensilvania les había llevado a "aferrarse a los rifles o la religión o la antipatía hacia la gente que no es como ellos". Pese a que tenga razón, está pagando por esta afirmación.

Aunque hablara mucho de religión -si bien significativamente escasamente de diálogo de religiones, que sólo citó una vez- , el discurso de Benedicto XVI en Naciones Unidas fue, inevitablemente, político. Con él, tres han sido los Papas que se han subido a esta tribuna. Pablo VI en 1965, cuando se presentó como "experto en humanidad". Juan Pablo II en dos ocasiones muy diferentes (1979 y, tras el fin de la guerra fría, 1995). En todos hay un hilo conductor: la insistencia en la libertad y en los derechos de los individuos. Juan Pablo II insistió mucho en 1995 en que la libertad no era algo que sólo buscaran los individuos sino también las naciones. Y si habló de los "derechos de las personas", añadió los de las naciones, remontándose para ello al Concilio de Constanza en el siglo XV.

Inevitablemente, los tres Papas se han referido de una u otra manera en esta tribuna al aborto y al control de la natalidad. La derecha americana y el Vaticano han coincidido en su oposición a dar fondos en la ONU a programas que contemplaran el aborto, y en esto han recibido el apoyo de los países integristas musulmanes.

Pero no todo son coincidencias con Bush. Significativamente, Ratzinger sólo mencionó una vez la palabra "terrorismo" y consideró que el respeto de los derechos humanos es una de las formas de "aumentar la seguridad". Es decir, sin mencionarlos, un discurso contrario a Guantánamo, a la Ley Patriótica o a las detenciones ilegales de prisioneros de guerra.

Ya había pedido a Bush más "esfuerzos pacientes de diplomacia internacional" para resolver los conflictos internacionales. Pablo VI había definido Naciones Unidas, ya en aquellos años, como una "escuela de paz". El Papa Ratzinger también insistió en la paz, pero no desde el pacifismo. Defendió la injerencia por razones humanitarias. No renegó del uso de la fuerza sino que, insistió, ésta debe partir de un consenso si no universal, sí amplio. Hizo una alabanza a Naciones Unidas como centro del multilateralismo y de la defensa de los derechos humanos cuya Declaración Universal cumple 60 años, e interesante fue su reflexión sobre el peligro de que la legalidad prevalezca sobre la justicia en relación con estos derechos.

Su insistencia en que hay que recuperar la religión en la esfera pública forma parte de esa tendencia que algunos sociólogos, como Peter Berger, detectaron desde los 90 y han llamado la de la des-secularización del mundo. Al menos en Europa, oasis laico, conviene no sólo frenarla, sino invertirla.

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