El Diccionario de Derecho Usual de G. Cabanellas cita a la Academia para definir la “religión”. Es el conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de normas morales para la conducta individual y social, y de prácticas rituales. Iglesia, en nuestra opinión, es la institución erigida por el hombre con el propósito de facilitar la llegada de la religión a la sociedad, y su influjo comunitario. La religión ha jugado en la cultura occidental, que por ahora nos interesa, un rol determinante en la estructura socio-política de los últimos veinte siglos. Al margen de que seamos o no “creyentes”, debemos anotar que en cuanto al cristianismo, las objeciones académicas no se identifican tanto con sus “enseñanzas” cuanto con la Iglesia católica, concebida por estudiosos liberales como manipuladora. La religión nace en épocas remotas de la historia humana, ante la incapacidad de la naturaleza de brindar al hombre respuestas a cuestionamientos que superan los sentidos físicos. Consciente de esta oportunidad, la Iglesia católica concibe un enjambre de adecuaciones teológicas y “controles” – los dos artificiosos – a efectos de apuntalar intereses no solo místicos pero materiales suyos propios y de élites sociales, que se refuerzan en el Medioevo. El absolutismo sustentado en supuestos testimonios divinos, respecto de lo cual no es propósito polemizar, protege al autoritarismo y fundamentalismo religiosos… y consiguientes socio-políticos relacionados. Si bien el catolicismo se sustenta en una serie de enunciados y preceptos fetichistas, en general intolerantes y dogmáticos, no es menos cierto que sí ha dado origen a la generación de ciertos valores éticos y morales válidos en la consolidación de la sociedad occidental. La contracara viene dada cuando a través su historia, la Iglesia católica lejos de identificarse con segmentos menos “protegidos” de la sociedad, ha pretendido asegurar intereses de los más aventajados en términos materiales. Esa fue su posición hasta la promulgación de la encíclica Rerum Novarum (León XIII, 1891), con la cual se intentó recuperar los “siglos perdidos”, sin haberlo alcanzado. La reacción a la hegemonía de la religión y la Iglesia es el “laicismo”, conceptuado por el presidente Rodrigo Borja en su Enciclopedia de la Política, como el “régimen político que establece la independencia estatal frente a la influencia religiosa y eclesiástica”. El laicismo, sin embargo, aún no logra su efectivo afianzamiento. Así, por ejemplo, se sigue fundamentando la oposición a temas tan controversiales como el aborto, para citar un caso emblemático, no en consideraciones éticas – como debería serlo, de serlo – sino ante todo religiosas, lo cual por cierto es inaceptable. Mantengamos a la religión e Iglesia en el ámbito íntimo, no permitamos su trascendencia más allá de lo personal.
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