En un artículo publicado aquí el pasado 30 de diciembre, defendía yo que la posición abolicionista en referencia a la prostitución era la única coherente con los postulados laicistas. Estos principios se pueden resumir en la defensa de la libertad de conciencia y la reivindicación de las condiciones de igualdad que hagan factible el ejercicio de dicha libertad.
Este artículo recibió la respuesta de Andrés Carmona y posteriormente se han publicado los artículos de Raquel Ortiz y Juanjo Picó. Tomaré alguna referencia de los dos últimos para contestar a la concienzuda réplica que escribió Carmona al mío. Lo hago con el ánimo de aclarar lo que no fui capaz de aclarar en su momento. No es mi intención entrar en una rueda de réplicas y contrarréplicas sin fin, pues creo que lo básico de ambas posturas ya quedará suficientemente explicitado con este escrito.
Empezaré justamente por el final de su artículo. Carmona llega a una conclusión con la que no puedo estar más en desacuerdo:
“No nos corresponde, como laicistas, entrar en esas cuestiones sustantivas sobre la dignidad o indignidad del aborto, la eutanasia, la prostitución o la pornografía, sino defender el derecho de cada persona a pensar libremente sobre esos asuntos y poder vivir de acuerdo a su conciencia al respecto”
Precisamente creo que como laicistas sí debemos plantearnos la dignidad o indignidad que producen en la vida de las personas determinadas circunstancias, y no limitarnos a la consideración de la “libertad” como único valor que pueda justificar cualquier decisión que tome una persona.
Si fuera como Carmona defiende, podríamos añadir a su lista de actividades legalizables (además del aborto, la prostitución, eutanasia, etc.) la explotación laboral (mientras sea voluntariamente aceptada, claro, como de hecho lo es en muchos países pero también la observo en el nuestro, cuando muchos inmigrantes, por ejemplo subsaharianos, aceptan voluntariamente -qué remedio les queda- trabajos penosos por un precio que nadie en otras condiciones aceptaría), o el trabajo infantil (aceptado por niños y niñas, familiares e, incluso, ONGs), o la venta de sangre (como de hecho he conocido algunos inmigrantes que han acudido voluntariamente a venderla), o la venta de órganos (en algunos países es una realidad que algunas personas acceden a vender algunos órganos prescindibles por una una cantidad elevada, para ellos, de dinero). Todas estas personas aceptan “voluntariamente” estos “intercambios mercantiles”. Desde el punto de vista de la libertad de conciencia tomada como el único valor que debe defender el laicismo, así sin más, todas estas actividades deberían ser legítimas. Aquí se podría aducir lo que defiende Cristina Garaizabal refiriéndose a la prostitución en una entrevista publicada en mayo de 2015 (feminista citada por Carmona como fuente autorizada sobre datos fidedignos, que por cierto luego abordaré):
“Otra cosa es que la capacidad de decisión esté condicionada por las necesidades económicas u otras circunstancias, pero todos lo estamos. La pobreza, aunque empequeñece las alternativas, no elimina la posibilidad de elección.
No sé si Carmona también considera legítimas estas actividades (la venta de órganos, etc.), y por tanto, defendibles desde la ideología laicista. No sé si comparte el mensaje de fondo de Garaizabal (creo que sí); es decir que las decisiones son igualmente libres y valiosas (la de prostituirse, la de vender órganos, etc) aun en condiciones de pobreza. Todas estas actividades, incluida la prostitución, pueden practicarse, desde ese punto de vista, de forma “libre”. Y, por tanto, nada de esto sería objetable. Puesto que si una persona se prostituye, o vende un órgano, o acepta la explotación laboral porque la otra opción es la miseria pura, lo puede estar haciendo voluntariamente y por tanto, como asegura Carmona, la decisión sería digna.
Sinceramente, yo no veo aquí la defensa de la igualdad, ni la emancipación de las personas. No veo por ningún lado el proyecto ilustrado al que se refería Carmona en otros artículos suyos citados por él mismo. Yo solo veo liberalismo puro y duro: libertad como único elemento que confiere valor a las decisiones, al margen de las condiciones en la que ha de desarrollarse de una manera efectiva. Y la defensa a ultranza de esa “libertad” me temo que no solo no ayuda a la emancipación de las personas, sino que va en contra de ella y , desde mi punto de vista, no cabe en el proyecto laicista de una sociedad mejor.
Otro aspecto que me gustaría abordar es el error que se comete cuando se mezcla el aborto con la prostitución, con la eutanasia, la pornografía, incluso (tal y como he leído en otros artículos) con las “pasarelas de moda” ¿?. Analizar detenidamente las diferencias nos llevaría mucho tiempo y por eso solo destacaré una. Cuando hablamos de la libertad de conciencia para abortar o para poner fin a la propia vida, o para desfilar en una pasarela, suponemos que las personas implicadas podrán elegir entre alternativas a priori igualmente dignas y a disposición de esas personas. Por eso los laicistas respetamos la decisión de terminar con la propia vida, cuando las opciones previas han podido ser evaluadas y elegibles en igualdad. Pero no creo que ningún laicista acepte de buena gana el suicidio de una persona a causa de un desahucio. Creo que cualquier laicista clamaría por un cambio en las condiciones sociales y económicas para que esas “decisiones” no se lleguen a tomar. Con el aborto pasaría lo mismo.
Y las condiciones que están a la base de la mayor parte de la prostitución no son mejores. Carmona critica que yo no aportara datos sobre esta afirmación. Así, dice “El problema es que Piñero no acompaña sus afirmaciones con ningún dato. Cristina Garaizabal, feminista y cofundadora de Hetaira, sí da datos, pero en sentido contrario”
Querría discutir esto. Garaizabal se basa supuestamente en un estudio de la ONU para afirmar que el 85% de las prostitutas lo son por propia voluntad. Puesto que solo una de cada 8 mujeres es víctima de trata de mujeres. Pero lo cierto es que “este dato” no es correcto ni en su cita ni en su interpretación. Y estoy de acuerdo también con el artículo de Raquel Ortiz, en que lo que se disfraza de dato puede que no sea más que una interpretación interesada (quiero entender que no es malintencionada) sin ningún tipo de fiabilidad. Veámoslo.
Referencias a ese estudio encontramos, por ejemplo, en un artículo de Gloria Poyatos, autora de ‘La prostitución como trabajo autónomo’ (ed. S.A. Bosch). En dicho artículo dice que se trata de un “estudio llevado a cabo en 2010 en Europa (Trata de personas hacia Europa con fines de explotación sexual), entre cuyas conclusiones se asevera que una de cada siete mujeres que ejercen la prostitución en Europa son víctimas de trata, esto es, aproximadamente un 15%.” Pero Poyatos está hablando solo de las “mujeres víctimas de trata”, no de la prostitución relacionada con la drogadicción, o con la pobreza, con las condiciones penosas de su vida cotidiana, etc. Por eso dice más abajo, en el mismo artículo, que queda un 80% de prostitutas “desterradas a la invisibilidad”, precisamente porque solo se habla de aquellas prostitutas que son víctimas de las mafias internacionales. Es decir, del otro 80% (de un total del 95% que se supone que no ejercen la prostitución libre y voluntariamente), que lo constituyen las prostitutas coaccionadas por personas o circunstancias (pero no son víctimas de trata), no se habla. Da por hecho que solo el 5% de las prostitutas en Europa se prostituyen de forma voluntaria, ejerciendo sin coacciones su libertad de conciencia.
En conclusión, la prostitución se practica en su inmensa mayoría (al menos en Europa, no quiero ni pensar en lo que ocurre en otros países menos vigilantes en este tema) bajo coacción de las condiciones sociales, económicas y culturales, cuando no explícitamente bajo amenaza de muerte o agresión. Parece que está claro hasta para quiénes defienden la regulación.
Un último aspecto que quisiera abordar es la afirmación de Carmona de que la legalización de la prostitución se defiende desde posiciones políticas tanto de izquierdas como de derechas. Y que, por tanto, la asociación que yo hago entre la defensa de la legalización de la prostitución y el programa político de Ciudadanos sería reduccionista. Y como ejemplo de corriente de izquierdas que defiende la legalización de la prostitución cita a Imma Mayol de ICV.
En este punto tengo que estar de acuerdo con el artículo de Juanjo Picó (referido al asunto de la prostitución) cuando llama la atención sobre el peligro de no definir bien las palabras, puesto que regulación no es sinónimo de legalización, ni abolición es sinónimo de ilegalización. Y esto parece que Inma Mayol también lo tiene claro, porque ella habla de legalizar la prostitución en el sentido de que dado que no se puede evitar en esta sociedad el hecho de la prostitución, hay que intentar proteger a las mujeres en cuanto personas y, por tanto, a todos los efectos, sujetos de derechos. Esto es exactamente lo mismo que manifiestan algunas ONGs sobre el trabajo infantil: dado que eliminar el trabajo infantil en determinadas sociedades supondría la quiebra de muchas familias y es prácticamente imposible (por el momento), habría que proteger a los niños que son víctimas de esa explotación y procurarles las mejores condiciones posibles. ¿Significa que “tolerando” el trabajo infantil las ONGs lo legitiman? Claro que no. Aun defendiendo que los niños y niñas deben ir al colegio en lugar de estar trabajando, las ONGs buscan lo mejor para ellos en ese contexto inmediato. Pero eso no impide que deseen su abolición.
Pero me parece que Inma Mayol, citada por Carmona como referente de la izquierda en apoyo de su tesis, piensa de otro modo, a juzgar por sus palabras en el diario El País: “El dilema no es si estamos a favor o en contra de un fenómeno que repugna a la práctica totalidad de las mujeres, entre las que me incluyo, como también a muchos hombres. No sólo desde el feminismo, sino desde amplios sectores de la sociedad, existe un rechazo a una práctica que convierte las relaciones sexuales en un intercambio mercantil con componentes de dominio y vejación, en el mejor de los casos, y de abuso, agresión o riesgo para la salud, la seguridad y la libertad de quienes la ejercen, en el peor.” Creo que las palabras de Mayol son más que ilustrativas de que la izquierda no legitima la prostitución. No la defiende. No la acepta como un acto de libre conciencia. Que alguien se plantee regularla no significa que necesariamente deba considerar la prostitución como un acto voluntario que emane de la libre conciencia de las mujeres. En este caso más bien al contrario. Y sigue diciendo: “Es mezquino atribuir a quienes defendemos la regulación de la prostitución cualquier pretensión de avalarla o bendecirla. Como también es hipócrita -o incomprensiblemente ingenuo- pensar que si la prohibimos o la escondemos dejará de existir”.
Con regular la prostitución no se tiene porqué defender necesariamente su legitimidad. Pedir una mejora de las condiciones de vida de las prostitutas es una cosa, valorar la prostitución desde la equidistancia aséptica que se deriva al considerarla fruto de un acto voluntario, racional y de libre ejercicio de la libertad de conciencia, es otra bien diferente. Y en esto último es en lo que no puedo estar de acuerdo con Carmona. Evidentemente con defender su abolición no es suficiente para que desaparezca. Hay que intervenir en las condiciones sociales, económicas y culturales para que eso ocurra. Pero aunque sea una tarea ingente, los laicistas no debemos cejar en el intento. De igual modo, que no cejaremos en el intento de separar a la Iglesia de los poderes públicos, por muy lejos que se pueda ver la consecución de este objetivo en el horizonte.
Como final, diré que si la prostitución fuera un trabajo más (algunos se refieren a las prostitutas con el eufemismo de “trabajadoras sexuales”), como lo podría ser peluquería, banca, la enseñanza o ebanistería, tendríamos que permitir, y fomentar, vocaciones profesionales; a alguien se le ocurriría, ¡seguro!, disponer un ciclo formativo que mejorara la cualificación de las aspirantes a prostitutas; incluso no deberíamos preocuparnos lo más mínimo si nuestras hijas (también hijos, claro) nos dijeran un buen día que han decidido libremente dedicarse a la prostitución. No debería alarmarnos lo más mínimo. Y eso, sinceramente, sería un disparate.
Eugenio Piñero
Valencia Laica