El título me lo ha sugerido la lectura del libro espléndido España de Santiago Alba Rico, a través del cual he conocido el fragmento de “El Quijote” y también la alusión al libro del padre Pascasio de Seguín, «Galicia, reino de Cristo» de 1750.
El artículo está dividido en los siguientes apartados:
-El fragmento de «El Quijote» del capítulo LVIII de la segunda parte.
-Explicación del origen histórico del “Voto” a Santiago, con su desaparición. Hago especial hincapié en el trabajo parlamentario de las Cortes de Cádiz de 1812.
-Exposición del origen de la Ofrenda a Santiago, diferente al Voto, que en algunos momentos tiende a confundirse, y su evolución histórica. Tras su desaparición fue restaurada por el régimen franquista.
-El acto-ofrenda de Felipe VI en Santiago, como ejemplo de incumplimiento de nuestra Constitución, que establece un Estado aconfesional.
Una breve reflexión sobre el incumplimiento constitucional de artículo 16.3, que establece: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.
«Yo así lo creo -respondió Sancho- y querría que vuestra merced me dijese qué es la causa porque dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros: «¡Santiago, y cierra España!». ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta?
—Simplicísimo eres, Sancho -respondió don Quijote-, y mira que este gran caballero de la cruz bermeja háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo, especialmente en los rigurosos trances que con los moros los españoles han tenido, y, así, le invocan y llaman como a defensor suyo en todas las batallas que acometen, y muchas veces le han visto visiblemente en ellas derribando, atropellando, destruyendo y matando los agarenos escuadrones; y desta verdad te pudiera traer muchos ejemplos que en las verdaderas historias españolas se cuentan».
Este episodio ha sido interpretado de diferentes maneras. Yo personalmente entiendo que la pregunta de Sancho muestra claramente una duda sobre la presencia en España y lógicamente su participación en la lucha contra los moros del Apóstol Santiago. La respuesta de D. Quijote es rápida, queriendo zanjar la cuestión, pero se nota su enfado e irritación por la pregunta maliciosa de Sancho.
El padre Pascasio de Seguín en su libro «Galicia, reino de Cristo» de 1750, hace un recuento batalla a batalla de los moros muertos a manos del Apóstol Santiago: Covadonga 197.000; Santa Cristina 50.000; Clavijo 70.000; Simancas 80.000; Ourique (Portugal) 300.000; Navas de Tolosa 200.000; Salado 200.000; en el Santiago de Bermudo III 90.000; Total: 1.187.000. Es una cifra baja, ya que un siglo antes, en 1626, según el gran Quevedo, Santiago Apóstol había intervenido en 4.700 batallas. Matando a 11.050.000 moros. Llama la atención el redondeo de las cifras.
En este contexto tan belicoso contra los moros podemos entender el Voto a Santiago. Se conoce así al tributo que durante parte de la Edad Media y hasta principios del siglo XIX debieron pagar a la Iglesia compostelana diversos territorios peninsulares. Se consideraba una compensación por los servicios prestados por el Apóstol durante la Reconquista. La mítica batalla de Clavijo, la Rioja, en la que Santiago se apareció a lomos de su caballo blanco en medio de la contienda para acudir en ayuda de las huestes cristianas y favorecer su victoria sobre los sarracenos es el motivo esgrimido para el posible origen del Voto.Era un censo anual sobre el producto de la tierra, y obligaba además a reservar para Santiago una porción del botín de guerra. El Voto fue extendido por los Reyes Católicos al Reino de Granada tras su liberación. Las Cortes de Cádiz abolieron el voto en 1812, junto con los privilegios del Antiguo Régimen. Merece la pena mostrar el debate en las Cortes de Cádiz sobre el tema del Voto a Santiago, para lo que me basaré en el artículo La abolición del voto de Santiago en las Cortes de Cádiz de José María García León de la Universidad de Cádiz.
No parece de recibo que el Jefe del Estado acompañado por diferentes autoridades políticas, civiles y militares lleve a cabo una Ofrenda, que tiene un carácter estrictamente religioso, lo cual, insisto es un incumplimiento de nuestra Constitución
Llegamos así a las Cortes de Cádiz, cuya amplia obra legislativa supuso todo un cambio revolucionario casi de las mismas características que el que tuvo lugar en Francia en 1789, aunque de forma no traumática, habida cuenta del contexto del momento, plena Guerra de la Independencia. El planteamiento del Voto en dichas cortes se basó en el deseo de encontrar una motivación legal para su abolición, pues, siendo su renta de tipo eclesiástico, en realidad era un tributo laico de difícil ajuste a los cánones legales al uso. En la sesión del 25 de febrero de 1812, el diputado por Galicia, José Alonso y López Nobal, consigue que se admita a discusión y pase a la comisión de Justicia una petición suya que, si bien no nombra implícitamente al Voto de Santiago, lo cierto es que denunciaba la carga que suponía este tributo sobre la extenuada existencia del pueblo, sobre las contribuciones del pueblo gallego, sobre los recaudos de la renta de millones con que tanto se sacrifica a la paciente y sobrecargada Galicia. La intervención de Alonso y López Nobal motivó que el día 1 de marzo se presentara una proposición firmada por 36 diputados en la que se pedía que las Cortes, en uso de su suprema autoridad, decretara la abolición de la carga conocida con el nombre de Voto de Santiago, en atención a los graves perjuicios que de su cobranza se siguen a los pueblos, y haberse declarado falso e ilegítimo el privilegio en que se funda por sentencia dada en Consejo pleno el año de 1628.
Fue en las sesiones correspondientes a los días 12, 13 y 14 de octubre de 1812 cuando los debates adquirieron mayor relieve, destacando las intervenciones de los diputados más significativos de ambos bandos ideológicos. Así, por el partido liberal, Joaquín Lorenzo Villanueva, clérigo que nos dejó una visión de primera mano de esta época en su Viaje a las Cortes, apuesta por la abolición del Voto, aludiendo a su falsedad en términos contundentes, debiendo quedar confundido y sepultado para siempre este pergamino apócrifo en su origen, ridículo en su relación, falso en su data y pernicioso en sus efectos. También, Villanueva, aparte de señalar ausencias muy significativas en la votación de algunos destacados diputados antirreformistas, como el Obispo de Calahorra, Creus, Dou, Pascual… apunta un matiz esencialmente económico en la abolición del Voto, que consideraba lesivo para la agricultura nacional. Por su parte, el conde de Toreno denunciaba la incongruencia del Voto, apelando a la igualdad en el cobro de tributos decretada por las Cortes, por lo que su aplicación posible sería tremendamente irregular, habida cuenta de que se debería aplicar entonces al resto de la Península e, incluso, a los territorios de Ultramar. También Ruiz de Padrón, sacerdote liberal y diputado por Canarias, contrario a la Inquisición y que sería represaliado en 1814 con la reacción absolutista, hizo alarde de una gran erudición al analizar la historia del Voto, apostando por su abolición por apócrifo y por estar fuera de lugar y tiempo. En parecidos términos también se expresó Fernández Golfín, Antonio Capmany y José Mª Calatrava.
Por su parte, por el bando realista, servil, también las intervenciones de sus diputados no estuvieron exentas de alusiones a la historia y de curiosos argumentos legales. Así, Simón López, diputado por Murcia y sacerdote integrista, acérrimo defensor de los intereses de la Iglesia, prevenía al Congreso para que se abstuviera de tratar sobre una cuestión que, a su entender, por alto que sea el dominio de V.M. no se extiende a las cosas espirituales, ni a las que les son anejas, aludiendo a la antigüedad del Voto y a sus continuos avales por parte de reyes y pontífices, por lo que para declararse libres los hombres de la obligación del Voto, debe intervenir la autoridad de la Iglesia, en primer lugar, el Papa, los Obispos en su caso, y en el presente, la Iglesia de Santiago, como que se trata de sus derechos o pertenencias. Otro diputado ultrarrealista, Blas Ostolaza, que había sido confesor de Fernando VII en su destierro de Valencay, trató de justificar históricamente el privilegio descartando cualquier falsedad, a la vez que calificaba de irreligiosa su posible abolición porque ello ataca indirectamente a la piadosa creencia en que estamos los verdaderos españoles de que Santiago asistió a la batalla de Clavijo, que dio motivo a este Voto. También juzgó esta medida como antipolítica, porque aparte de no ser útil, dividiría los ánimos y disminuiría nuestra fuerza moral, que consiste en la unidad de sentimientos y en la conformidad de nuestros esfuerzos contra el enemigo común. Por último, el diputado valenciano, Joaquín Borrull, que no encontraba fundamento alguno para que el Voto fuera debatido en las Cortes, concluyendo que no hallaba arbitrio alguno para probar la proposición que se discute. Y soy de dictamen que en cumplimiento de lo dispuesto en la Constitución y en las leyes del Reino, se envíe este asunto al tribunal que corresponda.
En una posición intermedia se situó el diputado reformador Gutiérrez de la Huerta, diputado por Burgos, quien en su intervención distinguía dos aspectos básicos en el debate y que recomendaba una solución de compromiso que pudiera adoptarse para conciliar ambos intereses, los de la iglesia y los de sus demandantes, aunque finalmente se decantó por su abolición. Más pintoresca, como casi todas las suyas, resultó la intervención de Vicente Terrero, el cura de Algeciras, muy conservador en materia religiosa y muy liberal en política, que sin embargo se manifestó ardorosamente contra el Voto: Esta es una tradición estimada, piadosa, con lo que se han violado las tradiciones divinas. Este es un Voto que, en vez de honrar al Señor, ha dado causa para que echen muchísimos votos los infelices del campo…por tanto, voto contra el Voto. Finalmente, cerraría el debate Agustín de Argüelles, considerado el paradigma del liberalismo del momento, quien, en la sesión del 14 de octubre, apostó porque dicho contencioso se resolviera de acuerdo con el derecho privado, considerando que el trabajo recaía sobre los labradores y el enorme peso de semejantes contribuciones, no comprendiendo cómo todavía había gente que quería defender el Voto. Calificó al Voto de tributo ilegítimo en su origen, injusto, ruinoso e intolerable en su exacción y remitiéndose a los argumentos del pasado, acusó a Ambrosio de Morales que, después de haberlo impugnado, lo defendiera porque a su tío lo habían nombrado para la silla de Santiago y a Masdeu, que habiendo hecho los mismo, no dudó luego contradecirse abiertamente.
Parece claro de entrada que el restablecimiento de la Ofrenda fue obra del régimen de la dictadura. Y de la misma manera es evidente que la Monarquía no ha tenido impedimento alguno en seguir manteniéndola
Sin embargo, con la reacción absolutista de 1814, quedó derogada y sin efecto alguno la Constitución y todas las órdenes y decretos emanados de las Cortes. Por tanto, se restablecía en su totalidad el Voto de Santiago, siendo abolido, de nuevo, por decreto de 3 de abril de 1820, con la revolución liberal. Pero, otra vez, los vaivenes de la política española propiciaron un nuevo restablecimiento en 1823, para ser definitivamente abolido el 3 de octubre de 1834, por el Estamento de Próceres, durante el llamado Estatuto Real.
La página web xacopedia.com/Ofrenda_Nacional_al_Apóstol_Santiago explica la Ofrenda. Es diferente al Voto a Santiago. Denominación que recibe la donación realizada a la catedral de Santiago de Compostela cada año por la Corona o el Gobierno español, según los distintos momentos históricos, para ayudar al sostenimiento del culto a Santiago. Fue instituida por el rey Felipe IV en junio de 1643 y se presenta en la basílica compostelana cada 25 de julio, festividad del Apóstol.
La Ofrenda nació con la intención indirecta de compensar a la Iglesia compostelana y al propio santo por los duros años que habían vivido desde finales del siglo XVI, en el que se había puesto en entredicho la tradición compostelana y el propio patronato español de Santiago. Incluso en el mismo 1643 determinados sectores presionaban a la Corona para situar como patrón al arcángel San Miguel. En todo caso, a los ojos compostelanos se presentó como un ejemplo de la devoción del monarca al Apóstol.
El primer oferente (1643) fue el capitán general de Galicia y gran prior de Navarra, Martín de Redín, nombrado por designación real. Resaltó que la Ofrenda se establecía por los favores que “en todo tiempo” el rey Felipe IV había recibido del Apóstol y por los recibidos por sus antecesores “por tantos siglos”. Le contestó el arzobispo del momento, Agustín de Spínola.
La Ofrenda, instituida a perpetuidad, se mantuvo sin grandes sobresaltos hasta el año 1812, cuando se propuso y aprobó en las Cortes de Cádiz su supresión. La deriva conservadora del rey Fernando VII evitó que la medida se consumase. Sin embargo, en 1869, durante el gobierno revolucionario, se anuló la contribución -no la Ofrenda en sí- alegando motivos presupuestarios. En Santiago se interpretó como una supresión de facto y así se le comunicó al Gobierno. De nuevo los vaivenes políticos permitirán su continuidad, cada vez más alicaída y menos solemne, hasta que, durante la Segunda República, a principios de los años treinta del siglo XX, el Gobierno central renuncia a su derecho a presentar oferente.
La nueva crisis la trata de salvar la Archicofradía del Apóstol Santiago, institución tradicionalista compostelana que se encarga en esos momentos y durante unos años de organizar la ceremonia. Busca para ello a representantes de las principales instituciones santiaguistas españolas: en 1934 realizan la Ofrenda los Caballeros de la Orden Militar de Santiago; en 1935 la encargada fue la Congregación de Caballeros de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza. Las dificultades terminan cuando el 21 de julio de 1937 el dictador Francisco Franco publica un decreto mediante el que restaura la Ofrenda como obligación institucional, ya que considera que España está en deuda con el Apóstol. El mismo texto establece como fiesta nacional española la fecha del 25 de julio, día de Santiago y de la presentación de la Ofrenda.
Mil escudos de oro //// Fue el propio Felipe IV quién fijó en mil escudos de oro el valor material de la Ofrenda. Era una cantidad significativa para la época, aunque no desmesurada, según los cálculos comparativos que se han realizado y los efectos que esta aportación produjo en la catedral compostelana. La historiadora Ofelia Rey Castelao considera que, a pesar de su modestia, la Ofrenda llegará a significar a mediados del siglo XVIII y comienzos del XIX “más de la cuarta parte de los ingresos de la fábrica” catedralicia. En este significativo resultado influyó, sin duda, la escasez de recursos que recibe el templo justamente en dichos periodos, ante la crisis del Voto de Santiago y la disminución de las peregrinaciones.
En 1937, al reactivar Franco la Ofrenda, se volvió a fijar en los mil escudos de oro originales. Cuenta José María Díaz, deán de la catedral compostelana, que cuando en 1961 se intentó actualizar su cuantía se calculó que su valor no superaba las 10.000 pesetas [60 euros], una cantidad ya en ese momento poco más que simbólica.
De los reyes sin los reyes //// Aunque Felipe IV llegó a pensar en presentar él mismo la Ofrenda, no lo hizo ningún monarca español hasta avanzado el siglo XIX. Tampoco en 1877, el rey Alfonso XII, que visitó Santiago ese año gracias a las gestiones del arzobispo y cardenal compostelano Payá y Rico. Como 1877 no fue año santo, hubo que esperar hasta 1909 para ver un monarca realizando la Ofrenda en período jubilar. La hizo el rey Alfonso XIII.
Para el restablecimiento de la Ofrenda y de su desarrollo del franquismo me basaré en el artículo Polítización y desacralización del culto al Apóstol Santiago de España (1936-1943) de Pablo Alberto Baisotti de la Universidad Sun-Yant-sen. Durante el franquismo fue el propio dictador el que se reservó el privilegio de presentarla durante todos los años santos celebrados desde 1944 hasta su muerte en 1975. En los demás años los delegados regios solían ser los capitanes generales de la VIII Región Militar (Galicia) o del Departamento Marítimo de Ferrol. Desde 1976 es el rey Juan Carlos quien designa a los delegados regios. Con frecuencia los elegidos son las principales autoridades de Galicia, el alcalde compostelano y otras autoridades del Estado. Durante los años santos celebrados desde su llegada al trono -1976, 1982, 1993, 1999 y 2004- el propio monarca ha sido el oferente.
La ceremonia de la Ofrenda consiste desde sus inicios en la entrada solemne en la catedral del delegado designado o, en su caso, del propio rey o jefe del Estado del momento y la simbólica presentación de la Ofrenda durante la misa. El oferente realiza una invocación al Apóstol a la que responde el arzobispo compostelano.
Guillermo Redondo señala que Franco anunció su propósito de realizar personalmente la ofrenda al Apóstol, pero las operaciones militares inaplazables se lo impidieron: se combatía en Brunete. G. Redondo, Historia de la Iglesia en España 1931.-1939.
Retomada la tradicional ofrenda en 1937, se designó en representación de Franco al general de los ejércitos del Norte, Dávila.
El discurso ofertorio compostelano del 25 de julio de 1938, día del comienzo de la batalla del Ebro, recayó sobre el hombre fuerte de la Falange, Serrano Suñer. Siempre en nombre de Franco expresó: “Y España es el caudillo, que a Vos recurrió en los primeros combates y cuya energía y rectitud evocan las vuestras; es el Gobierno, con cuya representación me honro; son los heroico combatientes; es la retaguardia encuadrada en Milicias de Trabajo, presidida como antaño por sus jerarquías militares, eclesiástica y civiles […] Vuelve la España unida por la fe y por la grandeza de su idea imperial […] Vuelve la Justicia de una sociedad orgánica, y volvéis Vos, porque ha vuelto el Crucifijo a las escuelas y a los estrados forenses y conduce ya toda la vida española […] De vuestra Galicia surgió el protomártir de nuestro Movimiento, José Calvo Sotelo (sic). Ello engendró y formó con hálitos marinos – broncos e imperiales – y con suaves delicias de cántigas y de rías misteriosas, al Caudillo de España, cuyos ojos reflejan toda la fe jacobea”. Seguidamente Serrano Suñer depositó en una gran copa de plata las monedas como símbolo de la ofrenda.
En 1939 fue el turno del general Moscardó de hacer la ofrenda al Apóstol. En el año 1940, luego de la euforia de la victoria, se delegó en la persona del ministro de Educación Ibáñez Martín la representación del «caudillo» para la ofrenda al Apóstol. No fue ya necesario una persona de la notoriedad de Moscardó, Serrano Suñer o Dávila para acercarse al Santo. En la entrada de la catedral se le rindieron honores de jefe de Estado siendo acompañado por el general de la octava región militar, el general del departamento marítimo del Ferrol del Caudillo, el gobernador civil de la provincia, el jefe provincial del Movimiento y otras autoridades. Inmediatamente se organizó la procesión que era presidida por el Arzobispo de Santiago con otros religiosos y la cerraban el ministro y las autoridades. El discurso ofertorio de Ibáñez Martín poseyó ingredientes poéticos, bíblicos y místicos de los cuales se desprende la figura de Franco como el último de los caudillos de la historia española; rogó finalmente por la nueva guerra de la «paz» y la nueva era del «imperio para Dios». El oferente realmente estaba convencido que el Apóstol había tenido un papel relevante en la guerra civil incentivando al «hombre providencial». Para concluir Ibáñez Martín afirmó que Franco trajo el fervor de todo un pueblo ardiente de pasión española contagiado de fe en nombre de los que cayeron y de la juventud. La respuesta del Arzobispo Muñiz de Pablos, si bien mucho más realista y directa, no dejó de estar en sintonía con Ibáñez Martín. Señaló que la basílica de Compostela poseía una deuda de gratitud hacia Franco y hacia la nación española rogando que fuese siempre el pueblo católico por excelencia y por último afirmó que allí diariamente se rezaba por la intercesión del Apóstol en favor de Franco para que Dios le diera luz a su inteligencia, aliento a su pecho y fortaleza a su brazo para el bien suyo y el de todos los españoles.
En diciembre de 1938 Franco ya viajó a Santiago de Compostela para reafirmar sus «lazos» con el Apóstol. El periódico falangista Arriba España hizo un detallado informe de su periplo: ingresó en la Basílica mientras sonaban los acordes del himno al Apóstol y el público prorrumpía en vítores hacia su persona, desde allí se dirigió hacia la cripta del Santo donde oyó la misa oficiada por el Arzobispo y después, con sus acompañantes, marcharon hacia el altar mayor donde fue rezado un responso por los «caídos» para encenderse luego una lámpara como recordatorio. Para concluir, Franco besó la imagen del Apóstol dirigiéndose hacia la entrada y saludando al público que entonaba el «»Cara al Sol» 43. Se destaca que Franco ingresó con el himno al Apóstol y salió con el Cara al Sol, en medio rezó, besó la imagen del Apóstol y encendió una lámpara por los «caídos» siempre bajo la aclamación del público.
El periódico Signo el 18 de diciembre de 1938 en el artículo “El Caudillo, peregrino a Santiago», sostuvo que el generalísimo hizo un alto en la guerra para pedir la intercesión de Santiago ante Dios: “Es un penetrante olor a Cruzada, a heroísmo, a santidad. Es una resurrección triunfante del clásico espíritu del guerrero español que luchaba con ardor invocando a Santiago […] es el signo de la auténtica legitimidad española y cristiana de esta Reconquista del siglo XX […] El Caudillo, peregrino a Santiago, es el signo de la auténtica legitimidad española y cristiana de esta Reconquista del siglo XX. El Caudillo, peregrino a Santiago, enlaza este momento español con aquellos otros en que a punta de espada -que en este caso era lo mismo que a punta de cruz- estallaba vigorosamente la nacionalidad española para ponerla al servicio de Dios y su Iglesia. El Caudillo, peregrino a Santiago, proclama la continuidad de la Reconquista y la aceptación de España a proseguir esta ruda labor sin desmayo. Hasta arrojar de su suelo a sus enemigos, que son los de Dios […]
Llegamos al presente actual. Así describe el acto de la Ofrenda al Apóstol Santiago por parte de Felipe V, la página web de la Casa de su Majestad el Rey.
“Sus Majestades los Reyes, acompañados de sus hijas, Sus Altezas Reales la Princesa de Asturias y la Infanta Doña Sofía presidieron la Ofrenda Nacional al Apóstol Santiago, Patrón de España.
A su llegada a la Plaza del Obradoiro, Sus Majestades los Reyes y Sus Altezas Reales la Princesa de Asturias y la Infanta Doña Sofía, acompañados por la vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, fueron recibidos por el presidente del Tribunal Constitucional, Juan José González Rivas; el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoó; la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz; el presidente del Parlamento de Galicia, Miguel Ángel Santalices; el delegado del Gobierno en la Comunidad Autónoma de Galicia, José Minoñes; el alcalde de Santiago de Compostela, Xosé Antonio Sánchez Bugallo y el Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), Teodoro López Calderón.
Tras los Honores Militares y la interpretación del Himno Nacional, Su Majestad el Rey inició la revista a la formación de Honor que finalizó con el sobrevuelo de la Patrulla Águila cubriendo el cielo con los colores de la Bandera Nacional.
Seguidamente, Sus Majestades los Reyes y Sus Altezas Reales la Princesa de Asturias y la Infanta Doña Sofía, accedieron a la Catedral por el Pórtico de la Gloria y fueron saludados por el arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio. Durante el recorrido por la nave central, fueron escoltados por lanceros hasta el presbiterio donde ocuparon su lugar de honor.
Iniciada la misa, y después de la lectura del Evangelio, Sus Majestades los Reyes y Sus Altezas Reales la Princesa de Asturias y la Infanta Doña Sofía, permanecieron de pie mientras una comisión del Cabildo, integrada por dos canónigos, se acercó al sitial que ocupan Sus Majestades los Reyes para, desde un micrófono y de pie fuera realizada la Ofrenda al Apóstol Santiago por Su Majestad el Rey.
Don Felipe destacó que «Hoy, en la Catedral donde convergen todos los caminos y donde habita para la eternidad el Apóstol Santiago, renovamos la ofrenda de un pueblo que quiere ser agradecido. Hacia Compostela discurre un Camino que recoge el espíritu de todos los que existen desde el origen de los tiempos. Su fuerza para atraer y reconfortar a gentes de todas las épocas, procedencias y motivaciones reside en que el Camino de Santiago reúne la capacidad de todas las sendas y veredas para crear comunidades más amplias que hagan la convivencia más intensa, más fructífera».
Tras la Comunión, al finalizar la liturgia, los tiraboleiros impulsaron el botafumeiro de la Catedral de Santiago de Compostela.
A continuación, Sus Majestades los Reyes, Sus Altezas Reales la Princesa de Asturias y la Infanta Doña Sofía y el arzobispo de Santiago de Compostela se acercaron al altar donde se sitúa el sagrario y los ornamentos de plata, recién restaurados, que acogen y adornan la estatua del Apóstol Santiago. Debido a las restricciones sanitarias, no se pudo acceder al camarín ni efectuar el «abrazo» al Santo.
Concluida la misa, Sus Majestades los Reyes y Sus Altezas Reales la Princesa de Asturias y la Infanta Doña Sofía abandonaron la Catedral en procesión. En el Pórtico de la Gloria fueron despedidos por el Arzobispo de Santiago de Compostela. Se trasladaron a pie al Pazo de Raxoi (sede del Ayuntamiento de Santiago de Compostela y de la presidencia de la Xunta de Galicia), accediendo al despacho de la alcaldía donde se efectuó la firma en el libro de Oro de la ciudad.
La Ofrenda al Apóstol es una ceremonia instituida en 1643 por Felipe IV y a lo largo de los años se mantuvo la tradición de que Reyes, jefes de Estado o personalidades con las más altas responsabilidades invocaran al Patrón de las Españas los beneficios divinos para las tareas humanas”.
Parece claro de entrada que el restablecimiento de la Ofrenda fue obra del régimen de la dictadura. Y de la misma manera es evidente que la Monarquía no ha tenido impedimento alguno en seguir manteniéndola. Mas, la Dictadura era un régimen confesionalmente católico. Hoy el Estado es aconfesional, como lo establece claramente nuestra Carta Magna. No entro en valorar el origen del Voto y la Ofrenda a Santiago, ya que según todas las investigaciones históricas la presencia del Apóstol Santiago en España no está documentada y en cuanto a su ayuda militar a los cristianos para vencer a los sarracenos, mejor corramos un tupido velo.
Pero no parece de recibo que el Jefe del Estado acompañado por diferentes autoridades políticas, civiles y militares lleve a cabo una Ofrenda, que tiene un carácter estrictamente religioso, lo cual, insisto es un incumplimiento de nuestra Constitución. No creo sea necesario insistir más en esta circunstancia. Mas ya estamos acostumbrados sin que se vislumbre cambio alguno. Persiste el nacional-catolicismo. Un ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, supernumerario del Opus Dei, no contento con poner bajo la advocación de santa Teresa la salida de la crisis, condecoró con la medalla de oro al mérito policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor, que comparte con Nuestro Padre Jesús el Rico el honor de titular una cofradía sevillana de Semana Santa. Pero hay más en esta España presuntamente (¿sarcásticamente?) aconfesional, por ejemplo, san Juan Bosco es patrón del Cuerpo de Especialistas del Ejército de Tierra; la Virgen del Buen Consejo, patrona del Cuerpo Militar de Intervención; San Juan Nepomuceno, patrón de la Infantería de Marina (por morir al ser arrojado al río Moldava desde un puente), san Fernando, patrón del Cuerpo General de las Armas del Ejército de Tierra; san Juan Bautista, patrón de la Guardia Real; la Virgen del Perpetuo Socorro, patrona del Cuerpo Militar de Sanidad; la Virgen del Carmen, patrona de la Armada; Santiago Apóstol, patrón del Cuerpo General de Caballería del Ejército de Tierra; la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil; santa Teresa, patrona del Cuerpo de Intendencia del Ejército de Tierra; santa Cecilia, patrona del Cuerpo de Músicas Militares; santa Bárbara, patrona del Cuerpo General de Artillería; la Inmaculada Concepción, patrona de Infantería; la Virgen de Loreto, patrona del Ejército del Aire.
Y el pasado 25 de mayo el Jefe del Estado dice sin problema: “Pedimos ayuda al Santo Patrón de Galicia y de España para cimentar los caminos de unidad, solidaridad y concordia que aseguran nuestra convivencia en democracia y libertad».
Como decía el ya desaparecido profesor de filosofía Antonio Aromayona, luchador incansable por la consecución de la laicidad: “Voy a contar ahora un buen chiste: «Ninguna confesión tendrá carácter estatal» (Constitución Española, art. 16.3). ¿A que es muy gracioso, aunque tenga tan poca gracia?