Con frecuencia se plantea la pregunta de por qué los árabes y musulmanes sufren un evidente atraso en diferentes ámbitos -social, científico, económico y tecnológico- en comparación con otras naciones que han conseguido un claro avance y desarrollo. La inmediata respuesta de la clase conservadora es que los pueblos árabes y musulmanes se han alejado de su fe y se han olvidado del islam, el cual es la solución de todos sus problemas.
“El islam es la solución” es el lema de los islamistas, grupos e individuos que vienen repitiendo este eslogan desde hace varias décadas. Es el logotipo del grupo de los Hermanos musulmanes de Egipto y de otros partidos islamistas, incluso el Partido de los Trabajadores Egipcios.
Empezó a oírse con más insistencia después de la derrota de los ejércitos árabes frente a Israel en junio de 1967. Las fuerzas islamistas acusaron de este fracaso a los sistemas políticos puestos en marcha en el mundo árabe como el nacionalismo–panarabismo, el socialismo, el comunismo… Para el islamismo, este eslogan representa una especie de vara mágica que podía sacar a los seguidores de esta religión del largo letargo que envuelve sus vidas y su pensamiento. Recurrir a esta falacia no es más que una postura y un sentimiento de incapacidad y dependencia que busca el camino más corto para escapar del atolladero que inmoviliza a millones de árabes y musulmanes, los cuales buscan en su fe una solución, aspiran a encontrar un remedio en los catorce siglos de historia del islam y piden fuerza al señor de los cielos, que les socorra para renacer y obtener una victoria sobre los infieles. Una actitud de ignorancia y desesperación que se aferra a un clavo ardiente.
La nación arabo islámica, refugiándose en esta leyenda, demuestra que no está dispuesta a realizar ningún esfuerzo para ponerse a la altura de otras naciones que han alcanzado excelentes niveles de progreso. Esperar un milagro divino para superar la desastrosa realidad que viven cientos de millones de musulmanes no es más que un deseo que narcotiza las voluntades y adormece la inteligencia humana. Los mesopotámicos, como dice Sayyid Qimni, un intelectual egipcio, construyeron su civilización en Acadia, Asiria y Babilonia y extendieron su dominio sobre gran parte de Oriente, y no necesitaron del islam para su desarrollo. Los antiguos egipcios tampoco conocían el islam para poner las bases de una milenaria y espléndida civilización, y Occidente, que ha afianzado su evolución en tiempos modernos, tampoco ha precisado de la fe islámica.
Esta consigna del islam como solución es un concepto populista, conservador, vago y emocional que pretende atraer a seguidores incondicionales, sin explicar cómo una fe nacida hace más de catorce siglos en un contexto muy diferente pueda ser una solución para nuestros tiempos. Es más, la falta de concreción y definición del emblema es totalmente intencionada, porque así tiene más fuerza para aglutinar a más personas. De este modo tiene la posibilidad de atraer a todo tipo de creyentes musulmanes, tanto del ámbito popular como del oficial. La vuelta a la religión se ha utilizado como un arma para frenar el capitalismo materialista, el comunismo ateo, incluso el socialismo, que ha sido en su opinión incapaz de solucionar los problemas de las sociedades musulmanas. El islam se presenta como garante de la justicia social, la igualdad, las virtudes morales y religiosas y remedio para solucionar la corrupción en general, pero sin aclarar cómo se hace todo esto. La presencia de este eslogan en un país como Egipto ha sido masiva a partir de los años setenta no solo en las universidades, sino también entre los sindicatos y los gremios profesionales, y mucho más durante las diferentes elecciones.
Habría que preguntarse qué plan o programa científico, económico o social está detrás de este emblema. Es esperpéntico pensar que el islam es un sistema completo que sirve para todos los tiempos y lugares. Practicar el culto y esperar el paraíso agrava el atraso, porque los defensores de la idea de que islam es la solución se muestran contrarios a cualquier cambio o avance. Entienden que su existencia no tiene sentido sin la aplicación de la sharía, que significa, entre otros, el rechazo a la democracia y la igualdad, el desprecio de las minorías y la marginación absoluta de la mujer.
Más de catorce siglos han pasado y muchos musulmanes siguen gritando que el islam es la solución, como si esta fe hubiera dejado de ser el núcleo de la vida de millones de fieles. Los musulmanes siempre han tenido una excelente relación con su fe, pero nunca les sirvió como solución de sus problemas. En cambio, su relación con la realidad social y política ha sido pésima. Esta realidad que vive y se alimenta de otro emblema que afirma que la ciencia es la solución.
La experiencia nos ha enseñado que los sistemas basados en el islam y la aplicación de la sharía total o parcialmente han sido y son catastróficos en todos los sentidos, especialmente en materia de derechos y libertades. Sobran ejemplos: los Talibán en Afganistán de 1996 a 2001 y en la actualidad, el Sudán de Omar el Bashir que gobernó de 1989 a 2019, Irán desde 1979, Iraq a partir de la invasión estadounidense en 2003, etc.
El islamismo en estos países se ha erigido como alternativa al Estado nación. Sus líderes rechazan la laicidad del Estado y pretenden islamizar todas las instituciones del mismo, y la reislamización de la sociedad, tildada por ellos de ignorante y dominada por el Tagut (Satanás). El islam, en opinión de los defensores del islamismo, es de carácter universal y global, porque todos los ciudadanos son musulmanes independientemente de su lugar de nacimiento. En cambio, el Estado nación divide: uno es egipcio, otro iraquí, un tercero argelino y un cuarto iraní. Curiosamente, cuando uno de estos líderes se traslada a un país democrático y con un sistema más o menos laico, se muestra flexible y convive perfectamente con la nueva estructura. Ghanouchi, líder del partido Nahda, vivió exiliado en Inglaterra veinte años y nunca se quejó por vivir en una sociedad infiel. Pero cuando regresó a su país Túnez se mostró muy interesado y decidido a aplicar la sharía. El Estado nación sustituye, según esta ideología, el amor por Dios por el amor por la patria, la bandera o la lengua. El francés Oliver Roy piensa que el Islam Político ha fracasado como proyecto en dirigir el poder y la sociedad. Incluso el salafismo, que fue la moda de los años noventa, está agonizando en la actualidad. Dice este estudioso que estamos observando la vuelta del sufismo en detrimento del salafismo en países como Egipto, Marruecos, incluso Turquía. En el Norte de África hay personas que comen en público durante el mes de ramadán. Piensa también que las revueltas árabes del comienzo de la década anterior han planteado un nuevo concepto de nacionalidad alejado de la pertenencia religiosa. El gran problema que tiene el mundo musulmán es encontrar un adecuado modelo político. Sin duda, la esperanza en alcanzar un sistema democrático se ha desvanecido, pero la cultura política de los jóvenes ha cambiado y es ahora más tolerante.
“El islam es la solución” ha venido a potenciar la idea que consiste en que los árabes y musulmanes pueden recuperar su glorioso pasado por medio de la fe, que, según esta visión, ha mantenido a la Umma unida y próspera durante siglos. Pero los seguidores de esta opinión no son capaces de tener un mínimo de espíritu crítico hacia el pasado del islam. No cuestionan la historia de esta religión por miedo a perder su identidad y que sea sustituida por la del otro, el invasor o el hereje. Criticar el pasado no significa necesariamente anularlo o interrumpir toda relación con él. Más bien implica observarlo y analizarlo con valentía desde una distancia razonable para establecer con aquel pasado vínculos y puentes que ayuden a modernizarlo y hacerlo más viable para los tiempos que corren. Estudiar el pasado objetivamente abre el camino hacia un criterio más razonable: valorar lo positivo y lo negativo porque nada en ello debe considerarse sagrado. Apegarse al pasado y no dejar que el aire de la modernidad ventile sus oscuros túneles significa escaparse de enfrentar el presente y el futuro que es esencial para cualquier cambio. No podemos, por tanto, hablar de renacimiento cuando la razón árabe y musulmana se encuentra atada e impedida de pensar libremente. Occidente ha evolucionado y se ha desarrollado porque ha sabido liberar el pensamiento y la creatividad. Ha eliminado las barreras que encerraban la razón y ha abierto un amplio espacio para la filosofía, el librepensamiento y las humanidades. El pensamiento occidental ha abierto las puertas a la revisión del acervo y la historia para ofrecer un amplio margen para lo nuevo. El mundo arabo islámico, en cambio, ha prohibido analizarlo con ojo crítico y solo ha permitido admirarlo, explicarlo en el mejor caso y reproducirlo.
El binomio tradición–modernidad ya es un discurso clásico en los países árabes y musulmanes. El progreso de Occidente ha provocado un choque en la conciencia de los intelectuales de estos países, pero en vez de aprender la lección, un importante sector de musulmanes se ha refugiado en un discurso salafista y extremista para evitar cualquier cambio en la sociedad abanderando el lema “el islam es la solución”.
Muchos árabes y musulmanes enaltecen el glorioso pasado del islam y se alimentan de sus mitos y sus quimeras. El gobierno de los cuatro califas ortodoxos (632 – 661d.C) es el siglo de oro del islam, pese a que tres de los cuatro fueran asesinados por intereses económicos y por el poder. Al-Andalus es el Paraíso Perdido, cuya historia idealizada representa para millones de musulmanes como una experiencia única y una convivencia perfecta entre etnias y religiones, cuando en realidad se trata de una coexistencia con sus roces, sus choques, sus conquistas y reconquistas.
El mundo arabo islámico ha conocido perfectamente el uso partidista de la fe durante siglos y las consecuencias dramáticas que ha acarreado: despotismo, represión, persecución y abuso de la autoridad religiosa quienes han convertido la religión en un problema y no en una solución.