Irlanda y el Vaticano, a la greña tras el cuarto informe sobre los curas pederastas
Un nuevo y demoledor informe judicial, el cuarto, sobre los abusos sexuales cometidos por el clero y encubiertos por la jerarquía católica de Irlanda ha dejado en evidencia, una vez más, al Vaticano y a su cabeza visible, Benedicto XVI. En realidad esta es la novedad de este informe respecto a los anteriores, que se limitaban a cuestionar el papel de la iglesia irlandesa.
Como en los anteriores, este señala que 19 clérigos, entre ellos el obispo John Magee, han sido investigados por abusar de decenas de niños entre 1996 y 2009 en la diócesis de Cloyne (Irlanda), y que tanto Magee como su segundo han mentido a la justicia y ocultado los hechos amparando a los delincuentes y desprotegiendo a las víctimas; pero además señala directamente la responsabilidad de Roma por "las disfunciones, la desconexión, el elitismo y el narcisismo que dominaba la cultura del Vaticano".
A este nuevo escándalo, el Vaticano ni siquiera ha respondido con su ya habitual y vacío mea culpa. La gravedad de unos hechos tan recientes relatados por el juez no ha producido ninguna reacción de Roma, que solo ha respondido con el airado gesto de la retirada del nuncio (embajador del Vaticano) en Irlanda, Giuseppe Leanza; no por su papel en los citados delitos, sino como protesta diplomática ante las duras palabras pronunciadas en el Parlamento por el primer ministro de la católica Irlanda, Enda Kenny, denunciando que la "violación y tortura de niños fue minimizada o gestionada de forma que se sostuviera la primacía de la institución, su poder, posición y reputación".
La obstinada resistencia del Vaticano a dar cuentas ante la justicia civil de la corrupción que ha envenenado sus instituciones se vuelve a topar con un escandalizado líder político católico de un país de profundas convicciones religiosas. Las protestas del democristiano belga Yves Leterme, primero, y las del irlandés Kenny, después, son una seria advertencia para el papa Ratzinger de que ya no son suficientes sus actos públicos de contricción, mientras se mantienen actitudes obstruccionistas a la justicia y se siguen ocultando o incluso perpetrando atrocidades para las que ya no cabe la impunidad de antaño.
Ahora son los propios católicos los que se suman a la rebelión contra los jerarcas (ha ocurrido recientemente en EE UU respecto a la ordenación de mujeres) de una institución que, como no podía ser de otro modo, pierde apoyos cada día.