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Ratzinger nos ha ofendido

El conjunto de los españoles nos dispusimos durante semanas para acoger la nueva "visita pastoral" del "Papa" de Roma a nuestro país. Unos con alborozo. La gran mayoría del resto, con respeto.

Las entidades católicas desplegaron por doquier un proselitismo entusiasta y lógico. Las instituciones públicas, de todos los colores políticos, colaboraron lealmente en la organización del evento, sin reparar en gastos. Los medios de comunicación subrayaron la notoriedad del recorrido “papal”.

Todos en España cumplieron razonablemente con su papel. Pero Ratzinger comenzó a ofendernos antes de aterrizar en nuestra tierra, y siguió ofendiéndonos hasta el momento de su despegue. Muchos no acabamos de entender la razón.

Sus manifestaciones sobre la “realización” de la mujer en el hogar destilan machismo trasnochado. Sus alusiones al matrimonio “natural” entre hombre y mujer rezuman intolerancia homófoba. Su condena explícita a la “legislación” sobre el aborto que han aprobado los representantes legítimos del pueblo español puede ser considerada una intromisión inaceptable, bien de un jefe de Estado extranjero, o bien del jefe de una confesión religiosa en un Estado aconfesional

Pero, a fin de cuentas, todos estos planteamientos, aún siendo cuestionables, se realizaron en el marco de una liturgia religiosa. Tales palabras pudieron ofender en mayor medida a quienes libremente, algún ministro incluido, decidieron acudir a misa.

Las alusiones de Ratzinger al “laicismo agresivo” y las referencias históricas a la España de los años 30 no se hicieron en misa, sino en el avión que le traía a nuestro país y en presencia de periodistas de todo el mundo.

No puede hablarse de un “comentario casual a una pregunta improvisada”, porque todos sabemos que los encuentros del “Papa” con la prensa, incluidos los encuentros de “a bordo” están sometidos a un protocolo estricto, y las preguntas de los periodistas han de anticiparse con varios días de plazo. No hubo improvisación. Ni hubo ignorancia, porque el aludido no es hombre precisamente ignorante.

Hubo pues voluntad de decir lo que se dijo. Hubo voluntad de ofender. ¿La razón? Difícil de entender. Puede que el revanchismo ante una sociedad que madura y se seculariza. Puede que la impotencia ante una ciudadanía que se libera de viejos atavismos y dogmas. Puede que el intento de explotar una polémica para evitar titulares alusivos a los casos de pederastia en la Iglesia…

Pero no, señor Ratzinger. Los españoles no nos merecemos esta ofensa. La España de hoy respeta y defiende la libertad religiosa. La España de hoy contribuye especialmente al ejercicio del culto católico. Algunos consideramos que demasiado, incluso. Y la España de hoy defiende el carácter radicalmente aconfesional de su Estado, como una conquista indeclinable. Piense lo que piense este “Papa”, o cualquier otro.

Ha habido ofensa, sí. Pero no esperamos disculpas. Porque aún está pendiente el perdón por cuarenta años de nacional-catolicismo y de paseos del dictador bajo palio, cual santísimo sacramento…
 

Rafael Simancas es diputado por Madrid en el Congreso y portavoz de la Comisión de Fomento

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